Bahía Blanca | Martes, 23 de abril

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Guillermo Ferrara, desde Villa Mitre, abre “La puerta de los tiempos”

Aquel pibe de barrio, basquetbolista, devenido en filósofo místico, escribió 24 libros. Su mirada de la vida y el deporte.

Guillermo, entre el pasado y el presente. Fotos: Pablo Presti y archivo-La Nueva.

Twitter: @rodriguezefe

Instagram: ferodriguez_

(Ampliación de la nota publicada en la edición impresa)

 

María del Carmen, sentada a la mesa de su casa, es testigo directo, lo escucha atentamente, casi admirándolo.

—¿Este es otro Guillermo?

—Sí, es otra persona. Con más estudio. Y eso que no le gustaba estudiar...

—¿Está orgullosa de su hijo?

—¡Por supuesto...! Es que me dio mucho trabajo, je, je... Estoy esperando que termine el último libro para poder leerlo.

—Guille, ¿Es así?

—¡Uyyy! Sí, je. Me escapé del servicio militar y fui desertor. Eso fue lo más grave.

—¿Sabían tus padres?

—No. Estaba en el Batallón 181. Venía de jugar al básquet y pasé a integrar un equipo feo, porque te querían hacer perder todo el tiempo: carrera mar, cuerpo a tierra... Entonces fue una rebelión, de la cual estoy orgulloso, porque con 18 años, hay que tener huevos para escaparse...

—¿Cómo fue eso?

—En realidad salía a jugar al básquet, como refuerzo de la Primera, tres días a la semana. Pedí permiso para ir a lo del cabo Reyes y me fui a Buenos Aires, donde tenía un amigo que jugaba en Platense. Le dije que iba para allá porque acá tenía unos problemas. Un inconsciente. Pasaron varios días y como no se usaba el pelo corto, supongo que desperté las sospechas de la mamá del chico, hasta que me dijeron, “te llaman por teléfono” y escuché: “Guillermo, ¿¡Qué mierda estás haciendo!?; ¿¡Dónde mierda estás!?”. Era mi mamá, je. Me dijo que volviera, que me iban a cambiar de lugar. Y el capitán Mario Garay me salvó la vida, porque de movida me dijo que me dejaba hacer cinco días afuera por dos adentro, eso después fue cambiando hasta que me adapté y terminé como todos.

Cumplido el período de la colimba, Guillermo siguió jugando al básquet en Villa Mitre y más tarde en Entre Ríos, Viedma, Bariloche y Villa Regina, hasta que decidió emigrar a Barcelona.

Estuvo 10 años, de ahí se fue a Miami otros tantos y hace tres meses vive en Lago di Como, Italia.

—¿Quién era Guillermo Ferrara cuando se fue de Bahía en 1999?

—Cuando me fui a jugar al básquet era un deportista con espíritu de superación de uno mismo, porque el deporte no tiene que ser solamente para ganar un torneo, sino para ganar la batalla que cada uno lleva adentro. Al aprender a jugar en equipo, mejora la humanidad. Con el tiempo me fui transformando en un ser humano más humanista y con una conciencia más amplia, con las raíces del básquet. Hay una afinidad en la amistad que Platón dijo que era “el amor más avanzado que había”. Yo me encuentro con amigos del básquet y somos hermanos, no pasó el tiempo, estamos en la misma sintonía, más allá que hablamos de otros temas. Me fui por descubrir un mundo y descubrí muchas cosas, inclusive a mí mismo también.

—¿Cómo te definís?

—Como un filósofo místico, buscando el propósito de nuestra existencia. Tengo una visión muy amplia, basada en la filosofía oriental, en los griegos  antiguos: “Conócete a ti mismo y conocerás al universo”. Tenemos que salir de la mentalidad de pueblo. El pueblo está bien, pero somos universales, inclusive un poquito más allá, tenemos que salirnos del sentimiento de bandera, hay que pensar como humanidad.

—¿Te fuiste con una formación?

—Me fui sin conocer a nadie. Con mucha confianza y con la máxima de Paulo Cohelo: “Cuando tienes un deseo, todo el universo conspira para que se realice”. Barcelona es la capital literaria de España. Un editor vio mi primer libro autoeditado en Argentina y me compró el siguiente. Con eso me compré una computadora y empecé a escribir como loco. Dije “¡Guau, me pagaron por escribir!”. A partir de ahí llevo escritos 24 libros.

Entre las obras de Guillermo se destacan “El secreto de Adán”, “El secreto de Eva” y “El secreto de Dios”.

—¿Cómo empezaste a transitar este camino?

—Jugaba en Sol de Mayo de Viedma. Encontré un libro (“Autoperfección con Hatha Yoga”) en la casa donde nos hospedábamos y dije: “Uy, esto para el deporte me viene genial”. Empecé a estirar, a elongar, a tener más tranquilidad, mejor respiración y me sentí tan bien que me hice instructor. A partir de ahí descubrí un mundo totalmente distinto. Ahora estoy trabajando para aplicar ciertas técnicas de yoga y respiración al deporte de alto rendimiento.

Guillermo Ferrara tiene 55 años es padre de Simón (24 años) y fue a la Escuela 16, al Colegio Nacional y a la Escuela de Enseñanza Media Nº2.

“Fui bastante mal alumno –admite-, por eso diseñé una escuela a mi gusto”.

—¿De qué se trata?

—Shakespeare School es una escuela online, en la que cualquier chico puede inscribirse. Enseñamos 25 asignaturas que no hay en los colegios. Es en español e inglés. Y hay profesores de varios países, Argentina, Chile, Perú, Colombia, España, Estados Unidos, México... Soy muy autodidacta desde hace mucho tiempo, estudio mucho lo que me interesa. Creo que eso tiene que ser la educación: cada chico tiene que estudiar el propósito de vida que trae. Yo aprobé gimnasia y literatura solamente, lo que me gustaba: el deporte y libros.

La charla fluye, Guille se entusiasma y la llovizna da respiro en el verano caliente bahiense. En eso, la acompañante de su mamá cierra la puerta de calle y él, respetuosamente, le pide: “Dejala abierta por favor”.

“Mi nuevo libro –aclara- se llama ‘Las puertas del tiempo’, y las puertas deben estar abiertas para que entre la prosperidad, abundancia y todo lo que queremos...”.

—¿Todo lo relacionás con el día a día?

—Yo creo que la vida nos da señales, entonces si uno está atento a ellas, tenemos el camino más fácil.

—¿Cuánto te cambió la vida a partir de empezar a recorrer este camino?

—Me cambio en cada práctica de yoga y en cada libro que escribía. Andaba orgulloso, por España, con los dos primeros libros. Eso me dio una autoestima enorme. Me había comprado una computadora, cuando acá escribía a máquina. Me cambió el conocer mi mente. Los antiguos griegos dijeron que la mente no es una canasta para llenar, sino una lámpara para encender. ¿Y qué hacemos? Llenamos la canasta de ideas, de miedos, de envidias, entonces, nos comunicamos entre canastas contaminadas no entre antorchas encendidas.

—¿El mundo va por otro camino?

—Sí. Hay dos mundos ahora, el que está amordazado por el miedo y la ignorancia, y un nuevo mundo que se está despertando sutilmente y silenciosamente, sin grandes medios de comunicación que lo acompañen, que son personas con una mentalidad diferente, sobre todo la nueva generación, que viene a compartir y no a competir.

—¿Podrías haber desarrollado todo tu potencial en Argentina?

—No. Porque el argentino tiene la posibilidad de ser lo mejor de Europa y lo desaprovecha. Cuando digo Europa, me refiero a la mezcla de nacionalidades que generó un crisol muy interesante, que es el argentino. Pero si usamos la crítica en vez de la creatividad, estamos listos.

—¿Vos decís que es el común denominador?

—No. Un Favaloro en la medicina, un Ricardo Darín en la actuación, un Manu Ginóbili, Messi o Maradona en la inteligencia deportiva marcan una diferencia enorme, pero es por el ADN que traemos. No puede ser que un relator inculque la mala educación diciendo “nacimos para sufrir”. No, Argentina nació para celebrar. Si generamos como pólvora el nacimos para sufrir, se transforma en un arquetipo y lo empezamos a creer. Y una mentira repetida, con el tiempo se toma como verdad. Ahora habría que decir “jugamos bien al fútbol y nacimos para celebrar”. El argentino ve al argentino como si no fuera talentoso. La frase de Carlitos Bala “Petronilo pegá la vuelta, la Argentina te queda chica”, hay que entenderla, porque es como la de Shakespeare, “ser o no ser”. La Argentina nos tiene que quedar chica. Si pensamos localmente, estamos destinados a ser pequeños. 

—¿Con qué Argentina te encontrás cada vez que regresás?

—Avanzada. Está en un proceso de transformación, siempre y cuando no escuche mucho a los políticos, porque estadísticamente, ni De la Rúa, ni Alfonsín, ni Perón, ninguno te consiguió pareja o te hizo más hábil en los negocios. El presidente es una excusa para el que no hace nada. Pero es más fácil echarle la culpa al otro, que hacerse cargo de uno mismo. Igual en el deporte.

—¿Te imaginás lo que hubieras sido como jugador con todos estos conocimientos incorporados?

—¡Sí, claro! Antes de entrar al partido se grita “vamos carajo, pongamos huevos...”. Eso está bien, son como técnicas vikingas, pero ahora quiero proponer un sistema en el cual todos los jugadores se tomen de la mano y hagan ciertas técnicas de respiración, para entrar como una unidad. Si hay una preparación en técnica de respiración, en visualización de cómo será el partido, en que el técnico sea un comandante y no un autoritario, cambia muchísimo. La mente es un terreno inexplorado en el deporte.

—¿Estás abordando el tema?

—Estoy preparando un programa para aplicar técnicas de respiración, mentalidad y meditación y yoga para deportes de alto rendimiento. Si nosotros mentalizamos a los jugadores y le inyectamos técnicas de respiración para que en la sangre no haya cortisol –que es la hormona del estrés- y tensión, sino serotonina y endorfinas, que son las hormonas de la felicidad y la confianza, le estamos ganando invisiblemente una batalla a la ignorancia.

—¿Qué podés adelantar del libro número 25 que estás por terminar?

—Se llama “La puerta de los tiempos”. Tiene que ver con investigaciones de la máquina del tiempo. Hay teorías de que varios gobiernos ya la tienen, pero básicamente con qué puerta abrimos cada mañana cuando nos levantamos. Por la puerta de los recuerdos nos vamos al pasado, por la puerta de la imaginación nos vamos al futuro o dejamos la puerta entre abierta y disfrutamos o padecemos el presente. Nadie te puede aplicar una inyección de positividad, uno tiene que cultivarla. Me interesa mucho saber hacia dónde va la humanidad. Si ves la estadística de los últimos 15 años, nadie iba a sospechar que internet cambiaría esto, cuando teníamos que poner una moneda en el teléfono, llamar a una persona a la casa y ubicarla. Esto es un avance inimaginado. Entonces, ¿qué va a pasar dentro de 10 o 20 años?

—¿En qué repercute negativamente todo este avance tecnológico?

—El miedo a los abrazos, al contacto, a seguir sonriendo en el momento que tuvieron que ponerte la mascarilla (barbijo). Yo lo que hacía era ponerme un pañuelo de seda y lo tomaba como que estaba fresco, engañaba a mi mente. Y me ponía una rosa roja en la oreja. Entonces, cuando estaba en una fila esperando, todos me miraban la rosa y si todos lo hubiéramos hecho, hubiéramos puesto más atención en la rosa que en la mascarilla. Cuando iba al supermercado levantaba la mano al momento de pagar y la cajera me preguntaba qué me pasaba, yo le decía que me estaba riendo debajo de mascarilla y no le quedaba otra que reírse, je, como te estás riendo vos ahora. Entonces, es muy fácil cambiar sin violencia y generar una masa colectiva de gente inteligentemente rebelde.

—El próximo libro es la continuación de los tres últimos.

—Sí. La continuidad de la trilogía de la luz: “El secreto de Adán”, que se tradujo a inglés, griego y portugués, “El secreto de Eva” y “El secreto de Dios”. Son novelas donde hay muchos nombres de científicos y los descubrimientos son reales. Más allá que la historia es ficticia, tiene mucho que ver con lo que pasa en la actualidad.

—¿Por qué considerás que el público consume tus obras?

—Porque hay afinidad espiritual, incluso ideológica. Somos gente positiva, científica que busca unir ciencia con espiritualidad. Me preocupa la circuncisión en libertad de expresión, que no es buena para la humanidad. Uno tiene derecho a decir algo, pero no a imponerlo. En la antigua Grecia a Sócrates lo culparon de ir en contra del establishment, cuando él lo que hacía era preguntas para que piense la gente. Y necesitamos líderes en la humanidad, como es el capitán en un equipo.

—¿Cuánto te sirvió haber practicado deporte?

—Cien por ciento. Tengo muchos buenos recuerdos. Si vamos solo al terreno físico, sigo saliendo a correr y entrenando por propia voluntad. Muchos jugadores se abandonan y dicen “la buena vida”. La buena vida es mantener el peso que tenías cuando jugabas. Me sirvió en todas las áreas.

—Quienes conocieron “al otro” Guillermo, en general, ¿cómo reciben todo esto que planteas?

—De diferentes maneras. Algunos amigos respetan, otros se burlan, también están los que no entienden y los que escuchan tratando de entender. Hay un proverbio que dice “aunque el mensaje no llegue a destino, vale la pena enviarlo”. Pero hay otro diferente: “No arrojes margaritas a los cerdos”. Yo me quedo con el primero.

En su visita a la ciudad, Guillermo, hijo de Julio, quien fuera activo colaborador de Villa Mitre y estuvo muy cerca de los equipos de básquet, propuso sacarse una foto en el club, que fue su segunda casa, con una pelota y los libros.

Allá fuimos, donde quedó gran parte de su vida. Entró al renovado José Martínez agarró una pelota, se sorprendió por el tamaño (“son más chicas, ¿no?”, preguntó) y probó unos tiros.

Por un momento volvió a sentirse el jugador que fue. O el niño que creció rodeado de amigos y que supo integrar distintos seleccionados bahienses y hasta de Provincia.

Guillermo era el más alto de los Mini del tricolor.

—¿Fuiste feliz el tiempo que viviste en el club?

—Seee... Todavía escucho las carcajadas con mis amigos. Cuando terminábamos de comer, al mediodía, nos juntábamos todos en el club. Hacíamos cuatro o cinco equipos de fútbol, de ahí íbamos a la pileta, después jugábamos al básquet y más tarde tomábamos la leche, mirando El Zorro o Batman, superhéroes humanistas. Ahora son peligrosísimos los mensajes que hay en redes sociales para los jóvenes. Tuve una infancia privilegiada, que no sé si volverá en el planeta. Cuando uno es niño y deportista quiere jugar; cuando uno olvida el juego, deja de jugar y empieza a juzgar. Y ahí el corazón se ensucia y la persona se vuelve más cínica, distante, fría.

—¿Pudiste ser mejor jugador?

—Sí. Cometí un grave error que fue dejar de comer carne sin suplantar la proteína. Entonces, bajé de peso, perdí fuerza y el juego cambió. También puse una panadería, iba a las dos o tres de la mañana, entonces, a la hora del entrenamiento bostezaba como loco. Pero todos fueron ciclos y dejaron etapas. El ser humano cada siete años cambia las células y la mentalidad. Una persona que no creció teniendo deporte de competición, es muy diferente a una que sí lo tuvo.

—¿Cuál es el límite de la competencia, sin caer en la frustración?

—La mentalidad tiene que ser competir con uno mismo, con las propias limitaciones. Para eso hay que hacer un trabajo mental. Cuando jugaba y no había empezado el yoga, me acuerdo que durante la siesta cerraba los ojos y me veía volando por encima de todos, volcándola y haciendo puntos. En la realidad después no era así. Pero me daba tanto entusiasmo que jugaba con espíritu ganador.

Guillermo, al medio. De pie, Daniel Allende.

—¿Qué recuerdo tenés más grabado a fuego?

—Como equipo, el de más categoría fue el que dirigía Daniel Allende y tenía a Hernán Montenegro, Martín Ipucha, Juan Garayzar, Cunningham, Raúl López... Recuerdo a Julio Toro Díaz (el DT puertorriqueño), que en un viaje, donde jugar de visitante era difícil, subió con un rollo de papel higiénico al colectivo y dijo: “Sólo voy a decir algo, el que lo necesite que lo use ahora, porque en la cancha no lo vamos a poder usar”. Entré, siendo juvenil, y me le envalentoné a Joel Thompson, en Caja Popular de Tucumán, cuando peleamos por una pelota. Si no hubiera tenido esa preparación previa, no hubiera tenido esa fuerza.

—Pasaron más de 20 años desde que te fuiste. ¿Quién es hoy Guillermo Ferrara?

—Un comunicador que trata de expandir la conciencia de la gente, al mismo tiempo que hago mi trabajo personal. Soy una persona que sabe que estamos cambiando constantemente; no soy el mismo de hace 20 años, ni si quiera el mismo de ayer. No podemos fosilizarnos emocional y espiritualmente, incluso, con las ideas. Cada uno pone lo que más puede para mejorar al planeta. Lo que no es válido es no poner nada o criticar al que pone. La crítica es la demostración de que no hay admiración por el que hace, sino envidia encubierta.