Bahía Blanca | Martes, 24 de junio

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Don José de San Martín y la Independencia americana

El Congreso de Tucumán declara la independencia y –según su propio manifiesto– “en Sudamérica”. Esta es la idea rectora del pensamiento de San Martín, Bolívar y Belgrano. (Segunda entrega)

Para financiar su objetivo, San Martín extrae de las arcas de los comerciantes de la región y modifica el régimen tributario de la gobernación.

Ricardo de Titto / Historiador
Especial para "La Nueva."

   Aunque su revolución se haya desarrollado en un ámbito local y su trascendencia fuera, en sus inicios, de escala regional, es imprescindible subrayar que los hombres de Mayo y sus continuadores tenían un ideal americanista. Las cosmovisiones de la idea de “patria” contemplaban dos nociones, una, de índole práctica reducida al ámbito local y a los intereses económicos afines y otra, genérica, que tenía como horizonte toda Hispanoamérica y, para algunos, incluyendo como aliado natural a los Estados Unidos angloparlantes. Esa idea se transforma en una concepción de lucha por la independencia. Es curioso que, guerreros como el granadero Juan Lavalle se afirman en dos identidades, por un lado, fiel a Buenos Aires y “porteño” recalcitrante; por el otro, un hombre sin tierra, que recorre y combate en Chile, Perú, Ecuador, la Banda Oriental y el Brasil como en el Litoral pero conoce Córdoba y el norte argentino sobre el fin de sus días para morir en Jujuy...

Una lucha continental

   El Congreso de Tucumán declara la independencia de las “Provincias Unidas del Río de la Plata” y –según su propio manifiesto– “en Sudamérica”. Esta es la idea rectora del pensamiento no solo de San Martín y Bolívar, que dirigen las campañas, sino también de Belgrano, que promueve una monarquía constitucional con un rey de ascendencia inca para dar una respuesta política globalizadora. Los jefes militares concretan así lo que los jefes políticos no pueden, enlodados en conflictos movidos por los diversos intereses económicos locales y presionados por los autonomismos regionales. Si Buenos Aires y Caracas aparecen como los focos revolucionarios; Lima, es, sin duda, la capital continental de los realistas.

El trípode de la independencia 

   El desvío de la expedición de Morillo a Venezuela, así como una ola de pronunciamientos constitucionalistas de oficiales el ejército español, tranquiliza al Directorio que siente que la amenaza de una invasión española se aleja. A la vez, brinda espacio para que San Martín –sin peligros cercanos– ponga proa hacia el Pacífico, dirigido contra el núcleo del poder realista en América. La Lima todavía virreinal –esa “Ciudad de los Reyes”–, pasa a ser una prioridad, más aún dada la permanente injerencia de los ejércitos en el Alto Perú y la frontera saltojujeña.

   La derrota de Sipe-Sipe, el 29 de noviembre de 1815, deja el frente norte en situación complicada que se agrava por las actitudes del general del ejército auxiliar, José Rondeau, quien recela de Güemes y llega a decretarlo “reo del estado”, como antes lo había hecho con el caudillo oriental Artigas. Güemes replica que no se puede acusar de traidores a quienes solo discrepan en los medios y no en los fines y, con el sostén de sus gauchos, se llega a un pacto que se firma en vísperas de que sesione el Congreso de Tucumán.

   El gobernador cuyano se alegra de que se compongan los problemas entre los jefes militares del norte. La defensa de esa frontera es decisiva para arrancar efectivamente su plan. En abril de 1816 le expresa a Tomás Godoy Cruz: “Más que mil victorias he celebrado la mil veces feliz unión de Güemes con Rondeau. Así es que las demostraciones en ésta sobre tan feliz incidente se han celebrado con una salva de veinte cañonazos, iluminación, repiques y otras mil cosas”. Por su lado, Juan Martín de Pueyrredón, diputado por San Luis, llega a Tucumán para incorporarse al Congreso. La mano del Libertador está jugando fuerte y asocia al diputado puntano con los otros cuyanos, como Tomás Godoy Cruz, de Mendoza y Francisco de Laprida, de San Juan, hombres de su plena confianza. 

   El 24 de marzo comienzan las sesiones pero el marco no es muy auspicioso: las provincias platenses agrupadas en la Liga de los Pueblos Libres no envían congresales: la guerra en la región enfrenta a los santafesinos con las fuerzas directoriales mientras Artigas tiene bajo control casi la mitad del territorio independiente. Además, el Ejército del Norte ha sido derrotado en Sipe-Sipe y Belgrano trae de Europa las noticias sobre el Congreso de Viena y de la restauración del absolutismo.

   Los congresales comprenden que deben actuar sin más dilaciones: deben preparar la declaración de la Independencia y designar a un nuevo director supremo. San Martín presiona desde Cuyo. 

   El 3 de mayo los congresales eligen como nuevo Director Supremo a Pueyrredón: los apoyos expresos de San Martín y Güemes son decisivos. El nuevo director viaja a Salta y Jujuy pocos días después y constata la situación calamitosa del Ejército Auxiliar: ordena un repliegue hacia Tucumán y confirma a Güemes y sus guerrilleros como dueños del teatro de operaciones en la frontera norte.

   El 9 de julio se declara la independencia en Tucumán lo que es, de hecho, una declaración de guerra al estado español. Tres días después Pueyrredón llega a Córdoba para reunirse con San Martín y durante una semana precisan la estrategia de la guerra continental. 

   Comienza una carrera contra el tiempo para organizar al Ejército de los Andes y lograr su abastecimiento y financiación en los plazos requeridos. El cruce debe hacerse durante el siguiente verano o se pierde un año precioso. San Martín apunta: “Mi viaje a Córdoba y mi entrevista con Pueyrredón han sido del mayor interés a la causa y creo que ya se procederá en todo sin estar sujetos a oscilaciones políticas que tanto nos han perjudicado”. 

   La seguridad proviene de que en esa reunión se ha reactivado la Logia Lautaro cuyo nombre no es casual que refiera a un cacique araucano. La palabra “es intencionadamente simbólica y masónica, cuyo significado específico no era ‘guerra a España’ sino ‘expedición a Chile’, secreto que sólo se revelaba a los iniciados”. El trípode San Martín-Pueyrredón-Güemes funciona: en enero de 1817 el general La Serna penetra en Jujuy pero las guerrillas lo mantienen contenido. Durante todo el año habrá avances y repliegues, desde Humahuaca hasta Tucumán pero La Serna -que pensaba llegar a Buenos Aires en mayo– no pasa nunca de allí. La tarea de Güemes es inteligente e impecable.

“Va el mundo. Va el demonio”

   El esfuerzo realizado por Pueyrredón para abastecer el “plan continental” del Libertador es decisivo. Su misiva del 2 de noviembre, es más que significativa: “A más de las cuatrocientas frazadas remitidas de Córdoba, van ahora quinientos ponchos, únicos que se han podido encontrar; están con repetición libradas órdenes a Córdoba para que se compren las que faltan al completo, librando su costo contra estas cajas. Está dada la orden más terminante al gobernador intendente para que haga regresar todos los arreos de mulas de esa ciudad y de la de San Juan; cuidaré su cumplimiento”.

   Continúa: “Está dada la orden para que se remitan a usted las mil arrobas de charqui que me pide para mediados de diciembre; se hará. Van todos los vestuarios pedidos y muchas más camisas. Si por casualidad faltasen de Córdoba en remitir las frazadas, toque usted el arbitrio de un donativo de frazadas, ponchos o mantas viejas de ese vecindario y el de San Juan; no hay casa que no pueda desprenderse sin perjuicio de una manta vieja, es menester pordiosear cuando no hay otro remedio”. 

   Y enumera: “Van cuatrocientos recados. Van hoy por el correo en un cajoncito los dos únicos clarines que se han encontrado. En enero de este año se han remitido a usted 1.389 arrobas de charqui. Van doscientos sables de repuesto que me pidió. Van doscientas tiendas de campaña o pabellones, y no hay más. Va el mundo. Va el demonio. Va la carne”. 

   El Director ha hecho un esfuerzo “supremo” y sabe que si la expedición se demora o fracasa su cabeza va en ello: “Y no sé yo cómo me irá con las trampas en que quedo para pagarlo todo a bien que, en quebrando, cancelo cuentas con todos y me voy yo también para que usted me dé algo del charqui que le mando y ¡carajo! No me vuelva a pedir más, si no quiere recibir la noticia de que he amanecido ahorcado en un tirante de la Fortaleza”. 

Todos los recursos disponibles

   Para financiar la empresa, San Martín extrae de las arcas de los comerciantes de la región y modifica el régimen tributario de la gobernación e impone un impuesto directo sobre los capitales y el consumo de carne. Alienta a que se realicen todo tipo de donaciones ya que casi todo es útil y toma medidas drásticas, como la disminución de sueldos para los empleados públicos. Pero falta lo más difícil: ir a Chile y, de allí, al Perú.

Los espías, pieza clave

   El trabajo de espionaje desplegado por San Martín es cuidadoso y le rinde excelentes frutos. Su primera red de espías está en Chile donde el comandante Osorio se sirve de carteros que le remiten informes sobre la marcha de los preparativos en Mendoza. 

   San Martín logra reconocerlos y los captura. Uno de ellos, el fraile franciscano Bernardo García es descubierto incluso antes de partir de Santiago y, como traidor, sentenciado a muerte. La amenaza surte efecto y el cura entrega las comunicaciones secretas. 

   Los cuatro destinatarios son llamados uno a uno y, aterrados por la posibilidad de sufrir la pena capital, aceptan firmar envíos mentirosos a Osorio, que son llevados a Chile por agentes dobles que traen de vuelta documentos e instrucciones españolas secretas... que terminan en la oficina de don José.

   El caso de Pedro Vargas merece citarse especialmente. Convencido por San Martín se hace pasar públicamente por realista cerril. Es encarcelado, engrillado, condenado a pagar fuertes contribuciones y confinado en San Juan y San Luis, simulaciones tan “creíbles” que llegan a poner en riesgo su matrimonio. 

   En Chile, Osorio es reemplazado por Francisco Marcó del Pont y este nuevo presidente es también completamente engañado. Vargas se gana la confianza de un acaudalado español, Felipe Castillo Albo, un hombre de la absoluta confianza de Del Pont. Vargas y Castillo intercambian esquelas y San Martín corta cuidadosamente las firmas de Castillo que “inserta” al pie de los informes que él mismo redacta para Marcó. 

   Le aclara –de paso– que hace escribir las cartas por otros para que no le identifiquen la letra y que la firma volante es para cuidar su seguridad. 

   Entre muchos otros datos y rumores inciertos –en el que se valió también de los indios de la zona–, este sistema convenció al español de que el ataque central sería por el sur porque confirmaba que “destacamentos de la cordillera y numerosas cargas de cajones cuyo contenido se ignoraba” iban para ese rumbo. 

   San Martín se permitió entonces el lujo de confirmar al jefe enemigo la fecha en que produciría el cruce... solo que con una pequeña distancia de 300 kilómetros. Los informes decían que la campaña saldría mal, entre otras cosas, por “la desesperación que acompaña a estas gentes y el carácter arrojado de este jefe [que] les hace hacer esfuerzos que no están en las esferas de sus fuerzas”.

   Mientras confundía a los contrarios, San Martín debía atender todo tipo de planificaciones centrales como, también, de minucias cotidianas. 

   Un caso simpático es el de un oficial que se le apersona y le confía, arrepentido, que había perdido en el juego la cantidad destinada a su abono mensual. 

   San Martín, con gesto adusto y sin decir palabra, le entrega en onzas de oro una suma equivalente y le dice: “Entregue usted este dinero a la caja de su cuerpo, y guarde el más profundo secreto, porque si alguna vez el general San Martín llega a saber que usted ha revelado algo de lo ocurrido, en el acto lo manda a fusilar”.

Cañones con alas

   ¿Podrían resolverse los innumerables problemas que plantea armar y equipar un gran ejército en muy poco tiempo solo con el esfuerzo colectivo? Tal vez sí, pero la presencia de un hombre creativo, con una personalidad que combina inteligencia, imaginación, practicidad y, además, simpatía y fortaleza física, sin duda, facilita la tarea. 

  Ese hombre existía en Mendoza y San Martín lo descubre. Es hijo de francés, tiene 30 años y es fraile franciscano. Se llama Luis Beltrán y es un poco matemático, físico y químico, como relojero o carpintero; puede desempeñarse como herrero o bordador, dibuja y cordonea, hace planos como un arquitecto y, en la emergencia, puede funcionar como un excelente enfermero. 

   Pirotécnico y artillero por adopción su prodigalidad logró que una frase repetida en “El Plumerillo”, la base de operaciones del Ejército de los Andes, fuera “él lo hizo posible”. En 1816 cuelga los hábitos y se pone el uniforme de teniente de artillería.

   San Martín lo elige para encargarse del parque y la maestranza. Beltrán –no es más fray– dirige su propio “ejército” de 300 operarios, muchos de los cuales son solo jóvenes aprendices. Su tarea es titánica y Mitre la describe bien: “fundió cañones, balas y granadas, empleando el metal de las campanas que descolgaban de las torres por medio de aparatos ingeniosos inventados por él. Construía cureñas, cartuchos, mixtos de guerra, mochilas, caramañolas, monturas y zapatos; forjaba herraduras para las bestias y bayonetas para los soldados; recomponía fusiles y con las manos ennegrecidas por la pólvora, dibujaba sobre la pared del taller las máquinas de su invención”. 

   Si el trabajo es una obra colectiva, sin duda el director de esa orquesta supo afinarla a la perfección. La lista es interminable pero dejemos señalados algunos logros: encuentra los asesores sapientes para construir un laboratorio de salitres y una fábrica de pólvora excelente y barata; consigue transformar los cuernos de las reses en cantimploras, producir comida en conserva, tejidos y paños o tamangos –unas sandalias cerradas que usaban los negros– que, forrados con trapos viejos de lana incautados a la población, resultan aptos para terrenos nevados; prueba hacer clarines de lata pero no suenan. Al gobierno de Buenos Aires se le envían, después de precisos estudios, cómo debían ser las herraduras y modelos de pedazos de cable útiles para bajar o recoger cargas pesadas en la alta montaña. Dicen que Beltrán una vez preguntó en voz alta “¿El jefe quiere alas para los cañones? ¡Pues bien!, ¡las tendrán!”.

La carta de San Martín

   ¡Hasta cuándo esperaremos declarar nuestra independencia! ¿No le parece a usted una cosa bien ridícula, acuñar moneda, tener el pabellón y cocarda nacional y por último hacer la guerra al soberano de quien en el día se cree dependemos? ¿Qué nos falta para decirlo? Por otra parte, ¿qué relaciones podremos emprender cuando estamos a punto? Los enemigos (y con mucha razón) nos tratan de insurgentes pues nos declaramos vasallos. Esté usted seguro que nadie nos auxiliará en tal situación, y, por otra parte, el sistema ganaría un 50 por ciento con tal paso. Ánimo, que para los hombres de coraje se han hecho las empresas. Veamos claro, mi amigo, si no se hace, el congreso es nulo en todas sus partes porque resumiendo éste la soberanía, es una usurpación que se hace al que se cree verdadero, es decir, a Fernandito.

Carta a Tomás Godoy Cruz, 12 de abril de 1816

La tercera y última parte se publicará el sábado 17 de septiembre