Qué le transmite Queti a sus equipos, por qué sintió vergüenza y aquella carta movilizante de su papá
Logró el quinto ascenso –segundo con San Lorenzo- a Primera. Habló de su lado menos conocido: conducta, personalidad, debilidades y su marca impuesta como técnico.
Por Fernando Rodríguez
Twitter: @rodriguezefe
Instagram: ferodriguez_
Amaneció después de una noche cargada de adrenalina y emoción; leyó la cantidad de mensajes saludándolo por el ascenso con San Lorenzo, se calzó el buzo de arquero y atajó en la Liga de Profesionales. ¿Resultado? Siguió de festejos: 5-2 ante el puntero.
“Siempre me gustó el fútbol. Es más, mi viejo (Roberto) me decía que tendría que haber jugado de delantero y no al básquet, porque era mejor jugador”, cuenta Claudio Queti.
Esta vez dejó el campo y fue de arquero.
Fue un día distinto para el entrenador, por más que sabía lo que generaba ascender, logro que consiguió también con Alem (2000), Liniers (2007), San Lorenzo (2011) y Estrella (2015).
“Me levanté tarde y fui a jugar al fútbol. Tenía un montón de mensajes; ¿la verdad? Me sorprendió”, admite.
“Me han saludado entrenadores, jugadores y muchos allegados al básquet. A pesar de que cuando jugaba era medio cabrón –reconoce- los que pudieron conocerme más de cerca me aclaran: ‘no eras tan complicado’. La verdad, reconforta, porque significa que el camino recorrido durante estos años no fue en vano”.
—Te vi arrepentirte en más de una vez después de enojarte en la cancha. ¿Es un aspecto que estás tratando de corregir y esto que mencionás te ayuda para ir bajando un cambio sin perder tu esencia?
—Es así. Pero, siempre me arrepentí cuando hice cosas malas. Inclusive, como jugador. Alguna vez me han dicho que actúo por instinto y en esos momentos no pensás ni medís las consecuencias, eso es lo complicado. Siempre traté de corregirlo y sigo intentando. Siempre hay algo para mejorar.
—Bueno, de 2011 hasta ahora algo mejoraste: en aquel ascenso no pudiste estar en el banco, porque estabas suspendido.
—No, je. Hicimos todo por video, desde el vestuario.
—Te dejó enseñanzas…
—Al margen de que esa vez me pareció una injusticia, asumo que cuando pasan cosas así, en parte soy responsable.
Aquel festejo de 2011.
—¿Cuánto le transmitís de tu temperamento al jugador?
—Muchas veces es más sencillo calmar a un chico que se pasa de revoluciones que sumarle al que le falta. Yo intento sacar el mayor temperamento de cada uno a través de la intensidad, del correr, de pelear un rebote y de defender cerca del jugador… Es un halago que me identifiquen por la forma que juegan mis equipos. Trato de transmitir cómo lo siento el juego.
—¿Cómo manejás la intensidad en una temporada larga?
—Aprendí mucho a tratar de bajar los cambios. Hay momentos que los jugadores están un poco cansados, trabajan, estudian, tienen sus problemas y en este último campeonato, en San Lorenzo, regulamos más, inclusive cambiando algún entrenamiento por charlas. En definitiva, el jugador, como en nuestro caso que no juega por la plata, tiene que venir a disfrutar; lo entendí hace un tiempo y trato de ponerlo en práctica.
—¿Los ayudó en el juego la base de compañeros/amigos que conformaron el plantel?
—No tengas dudas. Además que nos conocíamos mutuamente y entre ellos. Teníamos el grupo que era del club, como Fortelli, Benedetti, Nahuel Diez, Branciforte, en su momento Fede Biggi, y por otro lado, Franco Ferrari y Alejo Agulló, que son amigos entre ellos. Pablo Pollio que es más introvertido, me decía que pocas veces había disfrutado de un grupo tan lindo.
Ferrari-Agulló, amigos son los amigos.
—¿Qué lograste en el juego para que terminaran rindiendo a muy buen nivel?
—Fuimos de menor a mayor. Perdimos con Sportivo en la segunda rueda y después ganamos todo hasta la final. Inclusive ahí, si bien Sportivo nos ganó, no demostró ser superior a nosotros. Y con Pacífico, por momentos jugamos muy bien.
Río Lodoli, Pollio y Coria, los "grandes".
—¿Te benefició tener jugadores “grandes” que pueden jugar de frente?
—Sí. También tuvimos a Pollio y a Joaquín Coria, los dos grandes. Me gusta tener un grande, a partir de que el cuatro pueda abrirse…
—Por eso te preguntaba, porque pueden jugar a 4 o 5 metros del aro con naturalidad.
—Sí, ni hablar. Martín Ríos Lodoli se entrenó 15 días después de estar dos años parado, nos dio la experiencia de saber jugar y seguridad para el equipo. Y sufrimos las ausencias de Nahuel Diez y Mauro Montanaro (lesionados), porque juegan de cuatro y tiran de tres puntos.
Mauro Montanaro se sumó al festejo.
—¿Qué tuvo de diferente este ascenso a los anteriores?
—Que esta vez no pudimos salir campeones. Lo que tiene distinto que San Lorenzo es el lugar con el que más me identifiqué y mejor me sentí y con jugadores que, en esta segunda parte con ellos, la disfrutamos mucho más, a pesar de la tensión y algún enojo. Posiblemente sean los años...
—Estás aprendiendo…
—Exacto.
—¿A qué puntualmente?
—A no ser tan exigente, inclusive, a veces entrenando bien, pero menos tiempo. Los años me ayudaron a entenderlo. Y me saco el sombrero con los jugadores, porque ellos son los responsables de que nosotros podamos ser exitosos.
—Siempre se te destacó por tu trabajo, pero a veces lo empañaron tus reacciones, llegando a pensar que estabas loco. ¿Se entiende?
—Te entiendo. Todo esto ayuda a menos enojo, menos reproche… A mí no me da lo mismo, esa parte nunca fue grata, todo lo contrario, me generó amarguras y vergüenza, básicamente, por los que me quieren, por mi mismo y por el dirigente que hizo un esfuerzo y confió.
—El intento de cambio es sinónimo de madurez.
—Sí, totalmente. Hay que evitar generar momentos feos, que después tapan todo lo lindo.
—¿También ir ganando te genera mayor tranquilidad y responsabilidad?
—Sí. Porque siempre trato de absorber y no quiero que mis equipos se comporten así, los freno y protesto yo. Pero hay que hacer lo que uno pregona, por eso muchas veces ese lado me lo he reprochado.
Sin la presión del resultado, con una mirada más profunda y anteponiendo la persona al entrenador, Claudio se abre, muestra el perfil menos conocido y remueve sentimientos.
“Me acuerdo que siendo jugador de Villa Mitre jugábamos con Bahiense y si perdíamos nos íbamos al descenso. Yo ya estaba casado, fui a la casa de mis viejos y mi mamá me dijo: ‘papá te dejó una carta’. Me escribió algunas cosas y lo que más recuerdo es la frase ‘te pido por favor que no te pelees’…”.
Roberto y Mabel, los padres de Claudio.
La voz de Claudio de entrecorta. El recuerdo, las enseñanzas y lo que sufrió Roberto lo movilizan.
“Hoy me sigue doliendo”, confiesa.
Hace una pausa y continúa, desde su costado más frágil y vulnerable. Le aflora su lado B, el que conocen los más cercanos, el opuesto al que muestra cuando pierde la razón. Ese perfil que a veces lo traiciona.
“Los que me van a ver ni nadie quiere esa parte. Por eso –admite- siempre reconocí ser de carácter, aguerrido, temperamental, pero nunca me gustó la otra parte”.
—Por lo que me decís, te encantaría poder estar disfrutando este cambio y el campeonato con tu viejo…
—Seee… Ni hablar. Levanté los brazos y se lo dediqué a él.
El DT duro, impenetrable, enojadizo y por momentos cabrón, de repente se convierte en el ser vulnerable que es puertas adentro; el terrenal, el familiero, el amigo, el que muestra su lado más humano.
—¿Cuánto influye en este cambio el darte vuelta y tener a una de tus cuatro hijas acompañándote en la cancha, a otra esperándote y las mayores sufriendo a la distancia?
—¿La verdad? Me encanta. Sol viene en los entretiempos, me toca la cabeza, me dice: “tranquilo papito, no hagas caso a los que te gritan…“, je. No tuve hijos varones y cada una acompaña desde donde está.
Ambar, Sol y Fernanda (la mujer de Claudio), siempre cerca de él.
—¿Cuánto te cambió el nacimiento de Ambar, tu hija menor?
—Uyyy… Nos sensibilizó a todo. Ambar es un bombón, es la dulzura y el amor puesto en persona. En los vestuarios a veces hablo de estas cosas y de que no todo pasa por ganar y perder.
—Pero que lindo es ganar como el viernes, ¿no?
—¡Ni hablar! Je, je, je…
—¿Surgió naturalmente no festejar en medio del dolor de Pacífico y esperar a que se vayan al vestuario?
—Fue natural, no pensado y coincidió con el tiempo que tardó Pacífico en retirarse. Pero hasta sería bueno que así fuera pensado, para no herir a nadie. Irte al descenso es el peor sentimiento y más con gente que quiere a su club.
—¿Por eso saliste disparado a saludar a tu colega Andrés Iannamico?
—Sí, porque es otro entrenador. En 2018 en Estrella armamos un equipo con expectativas, no salió lo bien que pensábamos y terminamos jugando la promoción. Estar en un lugar impensado es lo peor y es lo que le pasó a Pacífico. Nunca imaginó que iba a estar ahí. Y la cabeza juega un montón.
—¿Cuánto sabían los jugadores de San Lorenzo que estaban mejor de la cabeza que Pacífico?
—La cabeza es un montón y cuando estás abajo juega mucho. Estas series son batallas deportivas, físicas y mentales. Si al otro le ganás la batalla mental cuando quiere penetrar, y lo bloqueaste o cerraste si pretende tirar, llega un momento que empieza a entregarse.
—¿De alguna forma estás describiendo lo que le exigís a los jugadores?
—Sí, sí. Les cuento lo que siento y lo que me parece. A veces me cuesta encontrar las palabras justas, porque no soy el mejor para la oratoria, pero se lo expreso con los gestos, je, je…
—Igual les sabés llegar.
—Sí, me entienden…
—¿Hay que entenderte para jugar en tu equipo?
—No, pero el que me entiende lo hace mejor.
—Este campeonato lograste que 12 te entendieran.
—La verdad que sí.
¡Salud campeón! Ah, esta vez campeón no. Igual, nuevamente objetivo cumplido...
Mirá también
* Los 74 jugadores que ascendieron con San Lorenzo