Bahía Blanca | Martes, 21 de mayo

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Ernesto Tornquist: un imperio en las pampas

Ernesto Tornquist regresa al país en 1874. Para entonces ya había dado pasos firmes en la construcción de su imperio

Ricardo de Titto / Especial para “La Nueva.”

   Rosa Laura Altgelt, nació en Hamburgo en 1856. Al año siguiente, Ernesto Tornquist fue enviado a estudiar a Alemania donde conoció a su sobrina de un año, su futura esposa. 

   Se casaron en Buenos Aires en 1873. De luna de miel, Rosa y Ernesto zarparon hacia Europa. De Lisboa pasaron por Londres, en tren a Manchester --donde tenían que encontrarse con un asociado de Ernesto-- y extendieron su estadía en el Viejo Continente por poco más de un año, con viajes a Bruselas y Hamburgo, que aprovechó para afianzar sus negocios. 

   Ernesto, que tenía 30 años al nacer su primogénita, comenzó así a establecer las bases de su futuro imperio industrial, comercial y financiero cuando, en 1874, regresaron a Buenos Aires.

Del Riachuelo a General Cerri

   Una de las primeras industrias que emprendió fue la fabricación de extracto de carne, de carnes conservadas y de tasajo. Con este objeto, en 1884 se fundó en Amberes la Compañía de Productos Kemmerich, que, en los países productores, faenaba muchos cientos de miles de cabezas vacunas por año. 

   La industria frigorífica de la carne lo encuentra activo. Cuando la antigua compañía Sansinena desapareció en la crisis de 1890, Ernesto le prestó su concurso, reorganizándola bajo el nombre de Compañía Sansinena de Carnes Congeladas --el frigorífico “La Negra”-- ubicado a orillas del Riachuelo. Debido también a su impulso se creó la planta de Cuatreros, luego General Daniel Cerri, en las cercanías de Bahía Blanca que, años después, sería manejada por la CAP (Corporación Argentina de Carnes). 

   Es pertinente recordar aquí que un tío suyo, Francisco Lecoq, uruguayo pero de origen belga, fue quien inventó el procedimiento de la conservación de la carne por el frío, registrando la patente respectiva en París en el año 1866. A la vez, Tornquist incursionó en la exportación de ganado lanar. Con el resultado de ese negocio, levantó una casa en El Tigre, copia de un palacete belga. Tornquist recibió entonces una condecoración que le otorgó el rey Leopoldo I y cuentan sus conocidos que entonces le regaló al rey una lapicera de oro con un diseño de ovejitas cruzando el océano Atlántico. 

   También la industria metalúrgica focalizó sus intereses. Tomó una importante participación en los Talleres Metalúrgicos de Rezzónico, Ottonello y Cía., empresa que años después conforma la Sociedad Talleres Metalúrgicos San Martín (TAMET), el establecimiento de mayor actividad en su género de todo el país. Otro rubro en el que incursionó fue la industria azucarera, invirtiendo cuantiosos capitales en la formación de nuevos ingenios en la provincia de Tucumán y levantando la Refinería Argentina instalada en Rosario, Santa Fe, en 1889, que procesaba el azúcar proveniente de la provincia norteña.

Georg Peter y Ernesto Tornquist: la construcción de un imperio en las pampas

   La casa Ernesto Tornquist & Co. Ltda. amplió sus actividades a los más variados rubros, con importantes intereses en las industrias de la sal, artículos enlozados, elaboración de tabacos, hoteles, bronce, cobre, productos químicos, tejidos, petróleo, aceite de ballena, extracto de quebracho, jabones, muebles y otras tantas que son expresión de una actividad diversa que, además, se nutría de productos agropecuarios de sus estancias. Las actividades se extendieron luego al negocio de seguros y, en estrecha vinculación con el mundo político del “roquismo”, fundó asimismo la Cía. General de Obras Públicas, la empresa más grande en su género de aquella época de toda Sudamérica y la Compañía Crédito Ferrocarrilero e Inmobiliario que se dedicó principalmente a la construcción de ferrocarriles y carreteras.

Colonización agraria, explotación del quebracho y ferrocarriles 

   Otra de las grandes líneas que exploró y desarrolló Tornquist fue su vasta obra de división de tierras con objeto de entregarlas a la colonización agrícola y ganadera. En primera instancia debe mencionarse la realizada en el sur de la provincia de Buenos Aires durante medio siglo, poblando más de 300.000 hectáreas. Bajo su patrocinio también fueron divididos y poblados muchos cientos de miles de hectáreas en las provincias de San Luis, Santa Fe, Buenos Aires, Tucumán, Córdoba y Santiago del Estero. 

   En 1886 adquirió los campos del Fuerte Argentino que había fundado Adolfo Alsina en 1876; lugar que, en 1905, se integró al partido de Las Sierras y en 1910 pasaría a llamarse en su homenaje Tornquist. Cuando ni Inglaterra, ni Francia, ni Alemania estaban dispuestas a proporcionar capitales para el desarrollo de la colonización –al margen de las obras para expandir el ferrocarril–, Tornquist, merced a la influencia que ejercía en la banca internacional y al prestigio que investía su nombre, consiguió el respaldo de importantes capitales belgas: la sociedad creada por él logró que colonos suizos y alemanes se radicaran en la zona de Sierra de la Ventana para dedicarse a la agricultura. Sus principales estancias eran “Manantiales” y “La Ventana”. Después adquirió el activo y pasivo de “Curumalán Land Co. Ltd.”, con 250.000 hectáreas cuyo origen data de 1882.

   De época más tardía fue la obra de la Compañía “Eldorado” en el Territorio de Misiones --aún no era provincia--, donde constituyó valiosos núcleos de población rural para el cultivo del tabaco y de la yerba mate. 

   Pero su mira era ambiciosa, de larga perspectiva y sin que la detuvieran “problemas” geográficos, logísticos u operativos. Así, no fue ajeno a la pesca de la ballena en las islas Georgias –por medio de la Compañía Argentina de Pesca–, ni a la búsqueda de petróleo en Mendoza. Otro ejemplo clásico de su audacia es el que se presentó cuando Luis Zuberbühler compró mil leguas para explotar los quebrachales en Santiago del Estero y se hizo imperiosa la presencia del ferrocarril. 

   El país recién empezaba a salir de la agonía del ‘90, y los banqueros de Europa no olvidaban ni perdonaban el desastre que habían atravesado los intereses de sus préstamos. En tales condiciones, Tornquist se hizo cargo de la idea del ferrocarril: fue con ella a Amberes y constituyó en 1902 la Sociedad Belga-Argentina de Ferrocarriles. 

   La primera estación fue inaugurada el 14 de octubre de 1903, y la última, el 29 de octubre de 1904, construyéndose la línea de Tintina (en el Gran Chaco santiagueño) a Añatuya (en el sureste de la provincia y cerca del río Salado). De esta empresa nació su actividad con el quebracho. Con las 220 leguas compradas al sindicato Zuberbühler, de acuerdo con las condiciones de fomento que entonces se acostumbraban para la construcción de ferrocarriles, fundó en 1906 la “Sociedad Anónima Quebrachales Tintina”, con el fin de fabricar durmientes, postes de alambrado y leña. 

   Si bien este emprendimiento fue el más importante en el área, vale apuntar que Tornquist ya había sido atraído a la explotación del quebracho cuando, en 1903, se había fundado por la Compañía Kemmerich la sociedad “El Quebracho”. Otra participación directa en el negocio de los ferrocarriles fue la del Crédito Ferrocarrilero Argentino SA, que fundó en 1905, y con la cual financió la prolongación de la línea de San Cristóbal (en el centro-norte de la provincia de Santa Fe) a la ciudad de Santa Fe, con capitales propios y otros provenientes de Inglaterra, Alemania y Bélgica.

   Basta con resumir la importancia de su verdadero imperio, con comprobar que en la década de 1930 era, junto con sus empresas afiliadas, “los Tornquist” eran la entidad financiera, comercial e industrial más importante de Sudamérica. 

Los años del capital financiero y nuestra oligarquía

   Si hay un fenómeno que caracteriza la transformación del capitalismo mercantil e industrial a finales del siglo XIX es la exportación de capitales financieros, que conjugan al capital bancario con el industrial. Lo que llevó a hombres como Tornquist, Bemberg y Bunge –todos ellos relacionados con la “pequeña” Bélgica– a encumbrarse por encima de otros del tipo de Bagley y Rigolleau fue, justamente, su control del capital financiero y su participación directa en el directorio de varios bancos.

   La Cía. Industrial y Pastoril Belga Sudamericana, organizada por Tornquist, realizó acuerdos con el Crédito Territorial Argentino, repartiéndose operaciones en el mercado argentino; la firma local Ernesto Tornquist Ltda. ponía a disposición su organización y relaciones en la Argentina, y de esta manera representaba a dos importantes casas bancarias francesas, la Société Générale y el Comptoir National d' Escompte. 

   Por supuesto que este papel tan dinámico y central en la economía de la “Argentina conservadora” de 1880 a 1940 convirtió a Tornquist en un importantísimo consejero del poder: dio su primer paso en la vida pública en 1890, y ya no pudo volver para atrás. Traba amistad muy cercana con el presidente Julio A. Roca y con Carlos Pellegrini y, desde entonces, no hay un solo hecho o fenómeno que afecte al crédito, la moneda y a la marcha financiera del país que no lo encuentre como protagonista. Depuestas las armas de la Revolución del Parque y removido Juárez Celman del gobierno, Tornquist se comunica con Londres y Berlín, para informar a los centros financieros que representaba, sobre la realidad del litigio.

   Su palabra autorizada era necesaria para vencer la prevención que despertaron los conflictos en la Argentina; los primeros esfuerzos de Pellegrini no lograban detener los terribles efectos de la crisis. 

   En la coyuntura, la “unificación” de deudas encarnaba un fin de seguridad nacional. El proyecto, que reorganizaba la deuda pública externa bajo un plan que consistía en establecer un nuevo servicio entonces, prolongándolo en el porvenir, resolvía la crisis de 1892, y ponía la mira en 1901 con la reanudación del servicio de la deuda pública. 

   La nueva estrategia financiera habilitó, pues, al gobierno no solo a retomar el servicio íntegro de la deuda, sino a asistir a la realización de obras públicas que la agricultura, la ganadería y demás industrias exigían para su desenvolvimiento. Se necesitaban ocho o diez años de plazo... y confianza y respaldo internacional.

   Tornquist veía en esa difícil operación de constituir con un solo título y una sola deuda los 15 o 20 empréstitos argentinos –los que acusaban la anarquía financiera en que se había vivido durante tantos años– como la única opción de recuperar el crédito, casi perdido –o, por lo menos, seriamente comprometido–, después de la suspensión de pagos del año ‘92. Tuvo éxito en su gestión y fue acompañado en todo el continente europeo, por el grupo de banqueros más grande que se haya formado en el mundo para realizar una operación financiera.

   Desde las columnas de El Diario, Tornquist escribe: “Lo único que yo pretendo es tratar en lo posible de dar estabilidad al papel moneda, evitar las fluctuaciones que perjudican a todo el mundo, con excepción del que busca en ellas su provecho propio a costa de la comunidad”. 

   El 6 de octubre defiende su tesis: “He creído mi deber llamar la atención del país sobre el peligro de la valorización exagerada de nuestro papel moneda y no me arrepiento (...) el tiempo dirá si he tenido razón.” A los dos meses, Tornquist recibía de París una carta de Pellegrini: “Le diré que usted tendrá razón mañana y es todo a lo que un hombre debe aspirar”. La media palabra de Tornquist lograba así, en materia financiera, un efecto semejante a las de Roca o Mitre en la dirección política del país.

   Superada la crisis, en 1903, Tornquist opinaba así: “Nosotros podemos compararnos con los Estados Unidos hace cincuenta años; fue entonces cuando empezó en ese país el desarrollo económico, que en medio siglo ha tomado proporciones tan colosales que ha asombrado al mundo. Para poder seguir el ejemplo, aun en pequeña escala, de nuestros vecinos del Norte, robusteciendo la economía nacional, necesitamos ante todo moneda sana –estable– que es como la sangre que tiene que ser sana para que el cuerpo lo sea. (...) Debemos concluir con el sistema de dos monedas que nos ha martirizado durante casi un siglo, queremos una sola moneda sana que sirva a la circulación interna y a nuestras operaciones internacionales. Hemos introducido con bastante trabajo el metro en vez de la vara, el kilogramo en vez de la libra, y nos falta solamente completar el sistema métrico decimal en nuestra moneda. (...) Venimos a resolver definitivamente nuestro problema monetario”.

   No es casual, por lo tanto que, a su muerte, el diario La Nación –que no siempre estuvo de acuerdo con sus propuestas– señaló que don Ernesto “gobernó al país en el sentido más amplio, más sutil de la palabra” y que el doctor Estanislao Zeballos, uno de los políticos más prominentes de la época, destacó en octubre de 1903 en la Revista de Derecho, Historia y Letras que “desde 1880 dos influencias han predominado casi absolutamente en la dirección suprema del país. La del general Roca en política; la del señor Tornquist en finanzas”. 

   Podríamos extendernos muchas páginas sobre otros emprendimientos como la construcción del Hotel Plaza, su influencia sobre Mar del Plata y el Golf Club, y otra serie casi innumerable. Creemos que hemos logrado una rápida pintura de un personaje que no suele recordarse en su extraordinaria dimensión, y hacemos votos para que quienes estudian este período de la historia argentina lo hagan con el equilibrio que merece analizar y juzgar a cada persona en época y su circunstancia. 

   Ernesto Tornquist murió en junio de 1908, a los 66 años, y su esposa Rosa tomó el timón de las empresas hasta su muerte, en 1928. El presidente Marcelo T. de Alvear asistió a su entierro.

Los herederos

   Al mando de su propio banco, la familia Tornquist no perdió tiempo en ampliar sus inversiones. Luego de la muerte de Ernesto, sus dos hijos dividieron la empresa: Carlos quedó al frente del Banco Tornquist, mientras que Eduardo pasó a presidir una empresa comercial y de inversiones, Ernesto Tornquist y Compañía. Juntos armaron un emporio que eclipsó incluso lo logrado por su padre. Adquirieron firmas en esferas tan diversas como los seguros, los tejidos de lana, la hotelería, la minería, las industrias del vidrio y el tabaco, los objetos de porcelana, la fabricación de motores, bizcochos, la metalurgia, los productos de granja, los bienes raíces, la elaboración de cerveza, la pesca comercial y el embotellamiento de agua mineral. Entre sus adquisiciones más importantes deben mencionarse las Cristalerías Rigolleau y la empresa de bizcochos Bagley.

Paul Lewis, La crisis del capitalismo argentino, Buenos Aires, FCE, 1993.

   Telegrama del general Julio A. Roca a la señora Rosa Altgelt de Tornquist, con motivo del fallecimiento de su esposo

   La Larga, Junio 17 de 1908

   Señora:

   Su dolor debe ser grande y es justo que lo sienta a Tornquist esposo y jefe de familia ejemplar. El país pierde también en él a un trabajador incansable y un extraordinario talento comercial y financiero, cuya acción eficaz y progresistas iniciativas, se hicieron sentir en todos los puntos de la República, por sus benéficos resultados públicos y privados. Con su clarividencia en los negocios, donde él ponía la mano, ahí estaba el éxito.

   Tornquist era además un patriota ardiente y sincero, con fe ciega en la grandeza nacional, creyendo siempre que ella no podía desenvolverse a las desplegadas sino en la paz, a la que no poco contribuyó en los momentos álgidos y difíciles en nuestras cuestiones con Chile, cuando una chispa, un tiro perdido en las cimas de los Andes, hubiera producido el incendio de la guerra inexplicable y desastrosa para ambos pueblos... y haciendo intervenir amistosamente a altas influencias de la política y de la banca de Londres. Yo lo estimaba y quería por sus grandes cualidades de hombre de acción y de hombre sensible al mismo tiempo a todos los afectos y cariños más tiernos. Que el duelo nacional que causa su muerte y la pena que sentimos sus amigos, puedan contribuir en algo a mitigar la suya y la de sus hijos son los votos íntimos de su affmo.

Julio A. Roca