Bahía Blanca | Jueves, 25 de abril

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Calle Rondeau: el teatro Colón, un túnel que es leyenda y balcones a la moda

Seis cuadras plagadas de sorpresas, detalles y mixtura. La ciudad que se muestra, la arquitectura que habla

   Caminar la calle Rondeau, entre 9 de Julio y Vieytes, conforma un recorrido rico en sensaciones, descubrimientos, estilos de arquitectura, tipologías y todo lo que suele ofrecer la ciudad a quien la recorre como un paseo, mirando ese arte público que es la arquitectura, reflejo de distintos momentos de nuestra historia, cargada de mensajes y de testimonios, una escritura cultural en piedra, hierro, molduras y geometrías.

Al Colón

   "Todo —la medianía de las casas,/las modestas balaustradas y llamadores,/tal vez una esperanza de niña en los balcones—/entró en mi vano corazón/con limpidez de lágrima". Calle desconocida, Jorge L. Borges

   El primer gran edificio de este paseo, comenzando desde Vieytes, es el teatro más antiguo de la ciudad, inaugurado en 1909 con la ópera Aída y llamado teatro Colón por sus hacedores, el Círculo de obreros católicos, fue rebautizado como Don Bosco en 1922. Diseñado por el arquitecto José Baüerle, su fachada suma pinceladas de estilo art nouveau que maravillan, con ángeles, rejería diseñada y balcones que se curvan.

   A pocos pasos, en la misma vereda, otra casona de Baüerle, sede de la Policía Federal, una obra para elevar la mirada y descubrir los ornamentos florales, la carpintería de madera de líneas curvas, el remate tipo mansarda que aporta aires franceses. Y una estrecha puerta de madera, separada sus dos hojas por una pilastra clásica, esbelta y a puro diseño.

   Luego llega una variedad de tipologías, de estilos, ornamentos y detalles. Se destaca una vivienda con remate con balaustradas y un solitario jarrón-florero en lo alto que ha resistido el paso del tiempo y que, a falta de compañero, luce sus formas recortado contra el azul del cielo.

   A su lado una vivienda típica de las primeras décadas del siglo XX a la cual le han agregado un paramento de hormigón en parte del frente, el cual igual permite entrever la firma de sus constructores, nada menos que la empresa N. y G. Pagano, de los hermanos Gerardo y Nicolás, hacedores, entre tantísimas obras, del Palacio Municipal y la sede del Club Argentino. Una casona de firma.

   Más adelante, otra obra con la misma firma: la sede de la Asociación Sirio Libanesa. Un frente para mirarlo y disfrutarlo, para recorrerlo línea a línea, reconocer sus molduras, su carpintería metálica, su permanencia en el tiempo. Un modelo de excelencia de preservación.

Un nombre, una puerta

   “La imagen que perdura es de casas bajas, de manzanas monótonas y parejas, de azoteas con balaustrada, de llamadores de bronce, de zaguanes abiertos en cuya hondura está la íntima claridad de los patios”. Monserrat, Jorge L. Borges

   Castelli y Rondeau, un edificio en altura de anchísimo frente, de cara al sol, en un terreno que poca profundidad, un diseño adaptado a las circunstancias. De allí, a una casona con tintes barrocos, de frontis-molduras curvos sobre las ventanas, una decoración de flores ajena al estilo y un sobre relieve con varios niños en distintas actitudes, toda una singularidad. Para pararse y mirar.

Y siempre el encanto de varios balcones y rejerías, de formas curvas, adaptadas a los vestidos de moda de época, amplios y abiertos, para que las mujeres pudiesen asomarse sin problemas.

   Una casa pintoresca, con piedra y madera, tejas y pendientes, sumando dos condimentos: una cerámica con la Virgen de Luján y, en hierro, un nombre amurado a la pared: “Lauri”, a la usanza de los chaléts de veraneo en Córdoba o Mar del Plata.  A pocos metros una esquina más, de azul pintada de azul, y en la medianera vecina una puerta solitaria e insensata, que se abre a la nada.

   Siguen estando ahí, se repiten, antiguas viviendas sobre la línea municipal, revoque símil piedra, con altas puertas de madera, ventanales con balcones de hierros curvos y trabajados. Los herrajes de bronce, los postigones de chapa con el óxido que es pátina e historia. Conviven en armonía con otras herrerías vecinas, propias del art decó, el estilo del glamor de los 30, con sus líneas onduladas que son nubes y son mares.

   No hay barrio que se precie de tal sino guarda en sus cuadras alguna casa chorizo, las casas de los abuelos, en terrenos angostos, recostadas sobre una de sus medianeras, las piezas en línea hermanadas por puertas interiores y todas abiertas a una galería.

Están retiradas del frente, hay un patio adelante que se reservaba para cuando las condiciones permitieran construir la sala principal. Mientras tanto un murete sobre la línea municipal y la puerta de ingreso de hierro y vidrios de colores. Un legado de los inmigrantes, un emblema de las primeras décadas del siglo XX.

El sonido del viento

"Casonas que maravillan“Italianos fueron los rasgos diferenciales de su arquitectura, la balaustrada, la azotea, las columnas, el arco. Italianos fueron los jarrones de mampostería que había en la entrada de las quintas”. Jorge L. Borges

   En la esquina de Rondeau y Tucumán un sonido especial llama la atención del caminante. En la planta baja de un edificio de oficinas se ubica una escultura de Olga Corrales, de cinco metros de altura, una mujer con una leve inclinación hacia el frente que parece interactuar con sus ocasionales observadores. El brillo del acero inoxidable varía de acuerdo a la hora del día y, lo más maravilloso, es como el viento mueve algunas de sus partes generando un sonido que atrapa, casi musical.

   Poco a poco se cierra el recorrido. Una casona completamente distinta aparece en la cuadra, de estilo ojival, así llamado por la forma de sus arcos apuntados, propios de las catedrales góticas de la edad media. El ancho frente ofrece una particular variedad de puertas y ventanas, más altas, más bajas, todas con sus dinteles como flechas apuntando al cielo.

Es una obra de marca, con el proyecto del estudio de Francisco Marseillán y la mano de obra de Santiago Teddi, el mismo que construyó, entre tantísimas obras, la sede del ex banco Hipotecario nacional (avenida Colón y Vicente López) y la Escuela Nº 2 (Vieytes 51).

   Llegamos así a uno de los límites de recorrido, la esquina de 9 de Julio, con el que fuera el “Bar de Perico”, reconocida esquina que tiene grabado en su esquina su fecha de construcción: 1910, el año del centenario. Una curiosidad adicional: es la única esquina barrial que mantiene las dos chapas que identifican los nombres de las calles, colocadas en la década del 30, todo un equipamiento urbano, un pedazo de historia.

La luz al final del túnel

   “Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (hoy que las casas antiguas sucumben a la más ventajosa liquidación de sus materiales) guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia”. Casa Tomada, Julio Cortázar.

   Quedan muchas cosas más en estas seis cuadras recorridas, que vimos pero no las mostramos, para que también se establezca una invitación a descubrirlas.

   Hay viviendas de frentes verdes, jardines y flores, chapas indicadoras de direcciones que son centenarias y decenas de cosas más. 

   En el regreso al inicio del recorrido, la esquina de Rondeau y Vieytes, nos muestra dos obras, enfrentadas y emblemáticas: los edificios de los colegios María Auxiliadora y Don Bosco. Una leyenda urbana sostiene que existe un túnel que comunica a ambos colegios. Debería estar en esa esquina, en diagonal uniendo ambos edificios. Es una leyenda urbana, es decir que nada que podamos aportar va a modificar su persistencia en el tiempo.  

   Es un paseo por la ciudad, que tiene mucho para decir y mucho para contar, que muestra e insinúa, que nace y muere. Que está a la vista desde el espacio público que conforman calles y veredas, los que caminamos cada día, demasiadas veces con la mirada puesta en ningún lado.