El tiempo de los jacarandás
Noviembre es el mes en que el paisaje urbano de la ciudad cambia de manera radical.
Es periodista, ingeniero civil y docente de la Universidad Nacional del Sud en materias relacionadas con el Patrimonio arquitectónico y el planeamiento urbano. Ha publicado notas en revistas Vivienda, Todo es Historia, Obras & Protagonistas y Summa +. Participa en varios micros radiales referidos a la historia de Bahía Blanca. En dos ocasiones recibió primera mención por parte de ADEPA en el rubro Cultura e Historia.
Fotos: Pablo Presti / [email protected]
Es noviembre, el tiempo del mayor florecimiento de los jacarandás y el momento en que gran parte de la ciudad cambia su aspecto, favorecida por la explosión de sus flores de tan atractivo color.
En el micro y macrocentro hay cerca de 1100 ejemplares, plantados en la década del 90, que se han adaptado al clima bahiense con ciertas características propias.
En muchos casos no han sido bien conducidas sus raíces, lo cual ha generado el levantamiento de veredas. Un componente de identidad bahiense es la inclinación que muestran muchos de sus troncos, como consecuencia de la falta de tutores adecuados en una ciudad donde el viento es amo y señor. Esa inclinación en muchos casos se convierte en un elemento de riesgo para su estabilidad.
Fuera de estas circunstancias, el vaso medio lleno es por demás gratificante. Árboles de gran copa, que generan sombra en verano y aportan color en determinados meses del año, modificando de buena manera un paisaje que hace décadas era de completa desolación y modificando el paisaje de la ciudad.
Una flor y otra flor ¿celeste?
En 1966 María Elena Walsh y Palito Ortega compusieron la Canción del Jacarandá, un clásico musical que incluso fue incorporado al repertorio de muchas escuelas, grabada por sus autores y con versiones de Luciano Pereira, Elena Roger, Julia Zenko entre otras.
Es esta canción la que habla de “una flor y otra flor celeste, del Jacarandá”. Ahora, ¿cuál es el verdadero color de esa flor?. La respuesta más acertada es definirla de color violeta, color al que el diccionario llama también “azul púrpura”. Sin embargo, la cuestión tiene sus tonos. Porque son varias las versiones sobre cuál es exactamente ese color, todas ellas con algo de precisión. Se menciona que las flores son lila-azulado, azul-violáceo, lila purpúreo, lila (a secas), morado y hasta azul claro, que es otro de los nombres del celeste. Todas estas variedades giran en torno al violeta. El lila, por ejemplo, es una gama del morado, que es a su vez un violeta “oscuro y profundo”. El púrpura se ubica entre el violeta y el carmesí y es un “rojo purpúreo vivo”, un carmín.
Y si a esta variedad se suma que el color de estas flores cambia según la mirada, la luz del momento, el fondo del cielo azul o encapotado y la expresión de los genes de cada ejemplar, la discusión es más amplia.
El camino más simple es el de disfrutar de este espectáculo de color, que marca el apogeo de la primavera y que quiebra de manera maravillosa el demasiadas veces triste gris de la ciudad.
Nominado
La flor del jacarandá fue una de las cuatro flores que se consideraron en 1940 para ser elegida como Flor Nacional de nuestro país. Años antes una revista había hecho una encuesta donde resultó elegida la magnolia, aunque luego se desestimó ese resultado dado que es una flor que no proviene de un árbol autóctono. Una segunda encuesta posicionó al ceibo como la flor más votada.
Finalmente en 1941 el gobierno nacional decidió estudiar la situación y analizar qué flor podría ser representativa de la Argentina, quedando en igualdad de condiciones El ceibo, el jacarandá, el lapacho y la pasionaria, todas cumpliendo con los requisitos históricos, botánicos y geográficos para adjudicarse tal simbolismo. En febrero de 1942 se dictaminó que la flor nacional debía ser la del ceibo.