Bahía Blanca | Miércoles, 24 de abril

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La chufa, de la época de la colonia a los campos del río Colorado

Se produce en un solo lugar del país, entre Villarino y Patagones. Hace más de 20 años que José Rabanedo la siembra para exportar y crear un mercado interno.

Fotos: Gentileza José Manuel Rabanedo

   La chufa es un cultivo  nacido en Sudán, muy difundido en la zona de Valencia, en España. De hecho, normalmente se produce en aquel país y, en forma más masiva, en ciertos países de África. En nuestro país se conoce desde la época de la colonia y fue a través de la famosa horchata, una bebida que lleva agua, azúcar y chufas molidas o mojadas.

   Sin embargo, raramente su producción escapa a Europa, por más que su precio es más que interesante: se pueden llegar a pagar entre 20 y 25 dólares por kilo.

   En todo caso, el gran problema es la alternancia en la demanda del mercado: no siempre se requiere en cantidad, lo que termina complicando la venta constante de lo cosechado. 

 

Normalmente, se siembran entre 5 y 6 hectáreas. El rinde promedio es de 15 mil kilos

 

   Otro de los inconvenientes es el proceso que hay que llevarle a cabo luego de su recolección, que es lo que más dinero y tiempo insume: en números gruesos, de un rinde de 15 mil kilos por hectárea, entre un proceso y otro, terminan quedando 5 mil. El resto de la planta se podría utilizar para alimentar animales, debido a sus buenas propiedades, pero todavía no está difundida esta práctica.

   El no contar con un mercado interno también supone un problema. La demanda es un país como el nuestro es muy baja y la producción debe exportarse, lo que también termina generando un sinnúmero de trámites a llevar a cabo. Aparte, no siempre hay compradores y no siempre se puede vender a Europa.

   En Latinoamérica, en estos momentos se están llevando a cabo algunos desarrollos, pero todo en forma muy incipiente, sin que se encuentre consolidado. En Argentina, hay un solo caso de un productor que se dedique a su cultivo, y lo hace justamente en el Sudoeste Bonaerense, más precisamente en la zona de riego del Valle Bonaerense del río Colorado.

   José Manuel Rabanedo, lurense, hace más de 20 años que trabaja con chufas y las produce. Antes se dedicaba a las frutillas, pero apostó por este nuevo cultivo. En un primer momento fue por requerimiento de un fabricante de jugos congelados, que le facilitó las semillas y se comprometió a comprar el resultado de su cosecha. Sin embargo, en ese momento no todo resultó como lo esperado: la firma tuvo problemas económicos y todo terminó en la nada. 

   “No se vendía el producto, porque era caro para la época y quedó todo tirado en el campo”, recuerda.

   Peor aún, de lo cosechado envió a España para determinar su calidad y terminó siendo rechazado: todavía no cumplía con los estándares europeos.

   Esa primera experiencia no fue positiva, pero esto no lo amedrentó. Se contactó con más empresas e investigó por internet. Incluso, viajó a España para aprender in situ. La idea era comercializar la chufa y producir leche. El tipo de cambio lo favorecía y el negocio parecía redondo. Pero tampoco pudo ser.

   “Me desanimé, pero siempre mantuve la semilla, porque sabía que en algún momento el mercado iba a necesitar el producto, sabiendo que la producción tiene altos y bajos”, cuenta.

   Esperó y esperó. Hace diez años llegó nuevamente la oportunidad.  

   “En 2011 hice una siembra para mantener la semilla y me contacté con empresas que comercializan en Valencia, que me propusieron hacer una prueba, pero en un campo orgánico. Para eso, alquilé unas hectáreas en la zona de Juan A. Pradere”, señala.

   Quiso comprar una máquina cosechadora especial para chufas en Europa, pero las restricciones y la diferencia en el cambio lo imposibilitaron: terminó consiguiendo planos y construyéndola acá. Envió nuevamente muestras de su producción, y pasaron todos los controles. La idea era seguir, pero la situación económica le jugó una mala pasada; no convenía continuar.

   Nuevamente, no se dio por vencido. Un par de años después consiguió financiamiento de una empresa española, que al final dejó de pagarle en el momento más importante: la cosecha.

   “Al final, saqué un crédito y coseché. Guardé todo lo que recolecté y, ahora, no se puede exportar”, señala.

 

El técnico agropecuario José Manuel Rabanedo es el único chacarero de toda la argentina que produce chufas. Normalmente, lo producido se exporta a España.

 

   ¿La solución, entonces? Comenzar a generar un mercado interno, dando a conocer los beneficios de la chufa y las posibilidades de consumo que tiene. Por el momento, lo hace por internet y las redes sociales, con buena aceptación en la zona sur de Villarino y norte de Patagones.

   “La chufa es un tubérculo, pero es más chica, similar a una pasa de uva dura -cuenta Rabanedo-. Tiene las características de los frutos secos, como la nuez o la avellana y buenas propiedades nutricionales, con un sabor entre la almendra y el coco”.

   Se puede comer cruda, pero hay que tener buena dentadura, ya que es muy dura. Normalmente se la hidrata en agua, para facilitar su ingestión, y también se puede hacer leche, y con mejores características que las tradicionales. Se estima que con un kilo se pueden elaborar unos cinco litros de leche, con una consistencia similar a la de vaca.

   Contra viento, mercado y marea, Rabanedo continúa con su sueño de imponer la chufa en la región y el país. Es el único que lo está intentando pero eso no lo amedrenta: es más, le da las fuerzas suficientes para seguir intentándolo un día más.

 

De qué se trata
 

La chufa proviene de la República de Sudán, en África. Este país es el máximo productor a nivel mundial.

En España, las regiones de Valencia y Barcelona se han convertido en el epicentro de la producción e industrialización de este tubérculo, sobre todo por las características y las condiciones climáticas de sus tierras.

Con ella se prepara la reconocida horchata valenciana, una leche que se obtiene luego de procesar las chufas con agua y azúcar, y que puede tomarse fría o granizada.

También es usada para elaborar aceite y harina. Además, se la puede comer tostada como snack, y también emplearse como base para elaborar manteca y crema. Incluso tiene aplicaciones en cosmética.