Bahía Blanca | Miércoles, 16 de julio

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Esos raros oficios viejos: quiénes eran los pintorescos “embarradores” de Epecuén  

Estos personajes del balneario, presentes desde los años 20, cubrían con fango a los turistas. Era una experiencia terapéutica y lúdica. Nadie se iba del destino sin tomarse una foto con esta negra capa sobre la piel, a orillas del lago.

Don Diego Ríos practicando su arte con las famosas vetas de barro en un turista.
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Por Anahí González Pau [email protected]
Audionota: Florencia Albanesi (LU2)


   Populares, muy solicitados y patrimonio cultural de Epecuén, los tradicionales “embarradores”, tenían una sola e importantísima misión: brindar alivio a las dolencias y hacer felices a los turistas.  

   Como el nombre del oficio lo indica, su tarrea era embarrar de pies a cabeza a quienes lo solicitaran.

   Funcionaban como terapistas o masajistas, pero de manera más rústica.

   Eran personas que habían aprendido el oficio empíricamente, copiando a otros, siendo pupilos de otros personajes que habían llegado a Epecuén en los inicios.

   En las fotografías de la época, se los ve relajados, simpáticos, predispuestos, con porte de servidores. Y lo eran.

   


Don Diego Ríos junto a dos visitantes.

   Conocían las técnicas de aplicación y tenían un carisma particular que desplegaban durante las largas estadías de los visitantes, quienes llegaban a tener vínculos de mucha confianza con ellos porque se embarraban no una vez, sino varias.

   Gastón Partarrieu, director del Museo Regional Adolfo Alsina de Carhué y licenciado en Museología, contó que los visitantes no solo pagaban por recibir este tipo de terapia, de la que esperaban beneficios a nivel físico, por las propiedades del barro de Epecuén, sino que también lo hacían porque era un momento muy divertido, un clásico.

    “Su mayor virtud era que conocían la zona donde sacar el mejor barro, la famosa veta, un barro negro, muy concentrado y de poco contacto con agua dulce, que estaba enterrado”, contó el autor de los libros “Epecuén. Historias de sus años dorados (1921-1956)” y “Lo que el agua se llevó”.


   La práctica era tan popular y llamativa que se publicó en revistas de la época como la famosa Caras y Caretas.

    Ese barro embetunado de olor fuerte e intenso era el que guardaban y reservaban. Luego, a cambio de dinero, cubrían el cuerpo de los visitantes para brindar los beneficios que hoy están comprobados -por la presencia de minerales- en este tipo de terapia que se denomina talasoterapia.

    “Tenían su casilla cerca del agua, por lo cual, luego de embarrarse y secarse al sol, la gente se podía duchar o bañar en la laguna”, narró.

     Poco a poco, la actividad fue creciendo en popularidad y se fue convirtiendo en algo lúdico.  

    “Lo vemos retratado en fotografías como algo muy curioso, que generaba risa, como sucedería hoy si viéramos a las personas embarradas”, contó.

   ¿Quiénes fueron los embarradores más populares?

   No eran tantos los embarradores conocidos o populares.  

   Uno de los más conocidos fue Don Diego Ríos (1879-1955). Para atraer pacientes contaba con originales carteles: “Un solo don Diego, un solo embarrador. Donde yo aplico barro huye el dolor”.

   Horacio "Croto" Andragne, fue otro recordado embarrador durante los años 40 y 50.

   Alfredo “Maravilla” Rodrigo (1915-1996) llegó un poco más lejos, montando una especie de consultorio con solárium, sala con aparatología que aplicaba para todo tipo de dolores de articulaciones, huesos, problemas de cervicales, columna, etc.

  También apodado “Toto”, había nacido en Buenos Aires, llegando a Epecuén a la edad de 5 años con sus padres. A los 8 años empezó a aprender de un masajista alemán que trabajaba en Epecuén, llamado Otto. A los 16 años se ocupaba de los pacientes, mientras su maestro supervisaba la tarea.

   Interesado en perfeccionarse, en 1952 se recibe de Kinesiólogo en La Plata.



"Maravilla" Roodrigo, de blanco, en el vehículo de su hermano frente a su casilla.

  De algunos relatos locales se desprende que Toto también realizaba tratamientos para detener la caída del cabello, aplicando electrodos en el cuero cabelludo.

    Llegó atender 150 personas por día, trabajaba unas 16 horas diarias.  

   “Maravilla” Rodrigo, con sus 1.95m y sus manos de gigante brindó alivio a muchas personas. Su propiedad fue una de las primeras que se inundó, y por ello montó su “consultorio” en una pequeña habitación de calle San Martín al 800, lindero al Banco Provincia. Allí, hasta sus últimos días se ocupó con esmero de sus fieles pacientes.


Horacio Andragne, junto a visitantes del destino.

   Los embarradores tenían casilla habilitada o bien contaban con una propiedad que les permitía trabajar en la orilla de la laguna. Embadurnaban a la gente en estas “casuchas” y los dejaban secar un rato al sol.

    “El servicio no era oneroso, en los años 20 o 30 la gente que llegaba a Epecuén, en su mayor parte, no tenía problemas de dinero. Era parte de la experiencia de venir a este destino: conocer el agua y cubrirse de fango”, expresó Partarrieu.

    La barroterapia o talasoterapia se sigue practicando en gabinetes cosmetológicos de Epecuén. Se utiliza el barro local y también se fabrican jabones de sal y fango, que luego comercializan pequeñas pymes.


La práctica siguió teniendo adeptos por los efectos del fango en la piel y el el alivio de dolores.

    “En el año 1969 se hizo un congreso de termalismo y talasoterapia que respaldaba la calidad y las propiedades curativas de las aguas de Epecuén y del fango. Tuvo un impacto promocional muy positivo”, contó el investigador.

   En 2013 se llevó a cabo el Primer Congreso Multidisciplinario de Turismo Termal Carhué 2013, organizado por el área de Turismo de Adolfo Alsina con el objetivo de analizar el potencial de la ciudad como destino turístico termal, evento declarado de interés Nacional, Provincial y Municipal.

  Don Diego Ríos, embarrador de los “famosos” 

   Por Epecuén, pasaron muchos famosos en sus años dorados, gente de trascendencia e importancia: periodistas, escritores, actrices. Uno de los más recordados fue el actor Luis Sandrini quien generalmente llegaba al destino con su madre, y en varias oportunidades, asiduamente.

   También el escritor uruguayo Juan José de Soiza Reilly, a quien se lo ve en la fotografía en el momento en que el embarrador Diego Ríos comienza a aplicarle el fango.


El actor Luis Sandrini, un asiduo visitante de Epecuén.

   Soiza, como le decían sus amigos, nació en Paysandú en 1879, residió en Entre Ríos y murió en Buenos Aires en 1959. Fue periodista, narrador y dramaturgo. Se recibió de maestro normal y fue director de la biblioteca de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Nacional del Litoral. Durante la Primera Guerra Mundial trabajó como corresponsal para el diario La Nación. También colaboró en los diarios La Razón y Crítica y en numerosas revistas como Fray Mocho y Caras y Caretas.  


"Soiza", el escritor que pasó por las manos mágicas de Diego Ríos.

   Algunas abuelas quizás todavía recuerden sus célebres programas radiales, donde popularizó las frases: “¡Arriba, corazones!” y “Se acabó mi cuarto de hora”.  

    Publicó más de cuarenta libros entre novelas, cuentos, crónicas y misceláneas. Amigo íntimo de Evaristo Carriego, impulsor de la obra de Roberto Arlt, admirado y premiado internacionalmente, ninguneado por la elite literaria, Soiza fue el pintor visceral de la vida urbana y de los sucuchos donde merodean cocainómanos, ladrones y prostitutas.