Bahía Blanca | Jueves, 18 de abril

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El riego con aguas del río Negro, un proyecto que no puede seguir esperando

Es necesario diagramar una política de estado que gire en torno al recurso hídrico, para desarrollar el sur bonaerense y promover el crecimiento económico.

Fotos: Emmanuel Briane - La Nueva. y Archivo

 

Juan Carlos Scheffer / Especial para La Nueva.

   Siguiendo publicaciones especializadas en el tema agua, he leído estos días que España encabeza el ranking europeo de superficie bajo riego. Tiene, en esas condiciones, 3.700.000 hectáreas, que representan el 22% de toda su superficie cultivada.

   Para regar esas hectáreas utiliza anualmente 15.000 hectómetros cúbicos, que le permiten liderar la exportación frutihortícola de la Unión Europea, con ventas que superan los 50.000 millones de euros anuales y que representan el 15 % de su PBI. Recordemos también que España se encuentra aproximadamente en la misma latitud geográfica en el norte, que nuestra zona en el hemisferio sur. Con climas tal vez más secos  en la mayor parte de su territorio (salvo el norte) que los que hallamos en nuestra zona en las márgenes del río Negro pero, comparativamente, aquí con mejores suelos con aptitud de ser regados.

   De las cifras aportadas, un rápido cálculo nos muestra que España utiliza para riego, en promedio 4.054 metros cúbicos por hectárea y por año.

   Si empleásemos este promedio para las 600.000 hectáreas aptas para ser regadas del sur de la provincia de Buenos Aires, el mismo cálculo nos daría que necesitaríamos 2.432 hectómetros cúbicos a extraer anualmente del río Negro.


Juan Carlos Scheffer
 

   Ahora bien, el río descarga al mar la mayor parte del año más de 300 metros cúbicos por segundo que no se aprovechan. Si solo tomáramos del caudal del río Negro lo que pretende utilizar en la provincia de Buenos  Aires (200 metros cúbicos por segundo), significarían 6.307 hectómetros cúbicos anuales, casi el triple de lo que necesitaríamos si usamos para su cálculo, el promedio de lo que  usa  España con fines de riego.

   Por supuesto que para llegar a la cantidad de hectáreas que riega España, con esa dotación promedio, requirió de años y años de desarrollo, de aplicación de políticas y tecnologías para el buen uso del agua.

   Estamos muy lejos de la utilización de esas técnicas. Gastamos más agua por no aplicarlas, pero aún así, el agua que se tira alcanzaría para el desarrollo de las 600.000 hectáreas.

   Se habla del petróleo como el oro negro, del aceite de oliva como el oro verde -como lo tiene  España- y, en todo el mundo, del oro azul, el agua, que nosotros disponemos en cantidad en el sur de la provincia y lo desperdiciamos, ¿A alguien se le ocurriría dejar que un pozo de petróleo descargue libremente todo su caudal a la atmósfera sin recogerlo, sin conducirlo ni aprovecharlo? Seguro que no. 

 

El río Negro descarga al mar, la mayor parte del año, más de 300 metros cúbicos por segundo de agua que no se aprovechan.

 

   Pero eso es lo que actualmente estamos haciendo con el agua del río Negro y no nos inmutamos. Peor, nos pasamos años y años discutiendo qué caudal nos toca a cada uno, mientras tanto no lo aprovechamos ni dejamos que otros (argentinos también) lo utilicen. El argumento es: “en mi cuenca existen tierras que pueden ser regadas y entonces no puedo ceder el caudal, porque algún día lo voy a necesitar”. Para el día en que esto ocurra -porque así lo decidió alguna planificación- habrán pasado tantos años que el desarrollo de las tecnologías habrá hecho que haga falta menos agua para regar la misma cantidad de hectáreas. Como hoy ocurre en España, que en 15 años redujo los requerimientos para riego en un 14%, gracias a la aplicación de nuevas tecnologías.

   El retorno de las inversiones en el riego permite, a quien se dedica seriamente a esta actividad, recuperar sus inversiones y, al mismo tiempo, canalizar una parte en nuevas tecnologías,  aumentando sus rendimientos utilizando menos agua o regando más tierras.

   Hace ya 120 años que comenzaron a analizarse las distintas alternativas de aprovechamiento del caudaloso río Negro y, transcurrido ese tiempo, aún no nos hemos puesto de acuerdo entre argentinos para hacer un uso racional, equilibrado, virtuoso y generoso, de un recurso que seguramente es la sangre que da vida, que podría alimentar (¡y vaya si lo puede hacer!) el hambre de millones de personas, si se desarrollan nuevas áreas de riego. También permitiría generar más empleo, cambiar el paisaje desértico que estas tierras hoy muestran o contribuir en forma positiva para el cambio climático, porque las áreas bajo riego se convierten en sumidero de CO2 y reducen la desertización que produce el calentamiento global.

   ¿Qué dudas caben que es necesario comenzar a desarrollar una política de estado con respecto al manejo del agua, en la que la disponibilidad de estos recursos hídricos conforme el eje principal a lo largo del cual se pueden organizar, en forma mancomunada, gobierno, universidades, empresas y la sociedad, para trazar los comienzos de lo que debería ser un fenomenal plan de desarrollo de áreas de riego en el sur de la provincia de Buenos Aires?

   Esto no impide ninguna alternativa de aprovechamiento ya considerado en el resto de la cuenca, porque las nuevas tecnologías y los caudales disponibles permiten que  todas se puedan desarrollar. Una acción en tal sentido provoca, desafía e incentiva estudios, investigaciones, desarrollos tecnológicos, nuevos software de aplicación en sistema de riego y en las agroindustrias con ella relacionadas, movilizando también todos los recursos académicos disponibles en la región que, así incentivados, podrían aportar valor agregado importante y de calidad, que seguramente generarían un salto cualitativo y cuantitativo del PBI de la región y por consiguiente del país. 

   Una consecuencia no menor del desarrollo de zonas de riego es que fomenta la radicación de la población, que encuentra allí un sustento de vida estable y progresista. 

 

El desarrollo de zonas de riego fomenta la radicación de personas, que hallan un sustento de vida estable y progresista. 

 

   ¿Acaso esto no fue así en un país como Israel cuando, 70 años atrás, siendo un desierto y  deficitario en la disponibilidad de recursos hídricos, por aplicación de estas políticas en torno al agua, pasó a ser exportador de agua a los países vecinos, además de exportador por más de 5.000 millones de dólares anuales en tecnología relacionadas con el agua y exportador también de productos agrícolas que  solo podían hacerlo países que tenían alta disponibilidad de agua?

   Nuestras condiciones y disponibilidades son aún mucho mejores que las de Israel, que llegó a regar en el desierto, porque con la tecnología que desarrolló -y además vende al mundo- le acercó el agua y los nutrientes necesarios a los cultivos.  Nosotros tenemos el agua y  los suelos aptos para ser regados. Tenemos, a pasos nada más, universidades que esperan que alguien recuerde que existen y que pueden devolver a un país y a una sociedad que las paga y las sustenta, los mejores conocimientos que posee, para sacarlo de este estado de postración y frustración que duele.

   Pero solo será posible salir de este estado de frustración cuando se implemente una clara y firme política de estado de manejo de los recursos hídricos y se mantenga en el tiempo, esté quien esté en el poder, para lo cual también es necesario que exista -para su aplicación- un organismo autárquico, independiente del poder de turno, operado por técnicos seleccionados por procedimientos transparentes y con importantes y comprobables antecedentes en el manejo de estos recursos. Solo así podremos comenzar a transitar un camino que nos haga merecedores de esa alta disponibilidad que nuestra región tiene del oro azul, aprovechando su invalorable uso potencial.

   Por todo lo que significa para el crecimiento económico y a la creación de empleo, el riego en el sur de la provincia de Buenos Aires debería considerarse de necesaria y pronta implementación en el marco de una buena política de estado.