Bahía Blanca | Viernes, 19 de abril

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En este regreso a las aulas, ¿qué pasará con los vínculos?

El análisis de una licenciada en Psicología.

Por Natalia Domecq / Licenciada y Profesora en Psicología

 

Estamos …,

seguimos…,

continuamos en un contexto de pandemia.

Escuchaba a la directora reunida con los padres, explicando cuál sería la dinámica escolar:

… durante los recreos estarán en ronda, sentados en el suelo, con el distanciamiento pertinente …

… en las aulas, los bancos están acomodados con la debida distancia, cada niño podrá llevarse algo para comer, o tomar, pero no podrán compartir …

… si es necesario, se higienizarán varias veces al día …

… tanto a la entrada como a la salida, mantengan distancia entre los adultos …

Entre tanto distanciamiento, cuidados para no contagiarnos, ¿dónde quedó el nosotros?, la grupalidad, esa sana sensación de que no estamos solos, “somos los de 5C”, o “somos los de 1B”. El grupo tiene y da fuerza, allí somos todos iguales, somos potentes, esa igualdad de origen, somos sujetos, estudiantes, alumnos, docentes.

Una mamá me comenta: “Me mandaron el protocolo con lo que deberá llevar Juli el primer día de clases: alcohol, servilletas de papel, 2 barbijos, etc., ¿pero y yo?, que soy la mamá, no voy a poder estar ahí para acompañarla, ¿y mi angustia?, ¿a quién se la expreso?, no conozco a la maestra”.

¿Cómo extender un cálido abrazo a las familias para tranquilizarlas,

a los otros,

a la comunidad?

Tendremos que resignificar la escuela como un espacio de salud.

Se esperan tiempos más complejos, de gran angustia, incertidumbre, sufrimiento, vulneración de derechos, miedos, soledad, hambre, desolación, muerte.

Vamos a volver a las aulas con las mochilas pesadas, cargadas…

En este contexto,

¿Cómo construir?

¿Qué construir?

¿Con qué herramientas?

La pandemia nos atraviesa a todos.

Vuelvo al origen:

¿Qué es la escuela?

¿Por qué a pesar de los años y el tiempo, persiste?

¿Qué experiencias se logran en el tránsito por la escuela?

 La escuela es un espacio de oportunidades, allí hay siempre alguien, esperándonos, que pensó en nosotros, todos diferentes, pero con los mismos derechos.

Y acaso,

¿no tenemos derecho a sentir como nos sentimos?,

¿a expresar lo que sentimos?,

¿a ser escuchados y comprendidos?

En este tiempo, hay exigencias epocales, lo cual implica una mirada particular respecto de algunas manifestaciones humanas. El tiempo se vivencia cruel, vertiginoso, todo es ya, debemos aprender rápido, dejar los pañales, caminar o hablar a determinada edad... Los adultos no quedamos exentos, no se puede envejecer, no se puede elegir estar solo, no se puede estar cansado, ni dolorido, ni angustiado, ni un kilo de más, el mandato es: hay que continuar y sonreír. Lo que muchos llaman la “happycracia”, concepto desarrollado por Edgar Cavanas ( Barrancos, 2019), psicólogo español y Eva Ilouz (  Barrancos, 2019), socióloga israelí.

En palabras de Juan Carlos Volnovich: ”La respuesta pasa por dilucidar las relaciones del sujeto con el poder. Nuestra sociedad está dominada por un proyecto mortífero, el discurso del Otro absoluto, que se inscriben como desigualdad, suicidio, pobreza, delincuencia” (2004, pág. 82.)

¿Qué hacemos con tanto dolor?

¿Y si empezamos a mirarnos, a reconocernos?, aunque estemos con las máscaras de acetato y el barbijo.

Muchos psicólogos hablan de que estamos pasando una situación de deprivación sensorial.

Pensemos en los adolescentes, que necesitan los abrazos de sus amigos, o el “amontonamiento” de los bailes y recitales,

¿y para los niños?, ¿qué será de los recreos? ¿de las clases de educación física? Necesitamos el contacto afectivo, la cercanía de los cuerpos. Las pantallas no alcanzan.

¿Cómo dejar afuera del aula lo que sentimos, lo que nos pasa y atraviesa?

Es en la escuela, que alojamos y damos lugar a las emociones,  respetar lo que los niños/as, adolescentes, jóvenes,  traen. He escuchado que, en muchas Instituciones educativas y empresariales, se está trabajando desde diversas propuestas para “regular” (¿domesticar?) las emociones. Aplicaciones y programas para medir la felicidad, controlar el enojo, anular la tristeza, bloquear los miedos, como si estas emociones no fueran expresión de lo humano, o no colaboraran en futuras construcciones de la vida. Desde esta manipulación, se deja afuera lo que incomoda, lo negativo, lo que “no suma”.

¿No será más rico jugar con los equívocos, con las confusiones, con lo que no sabemos?, pero que, a partir de allí, nos permita crear un camino a recorrer, con otros, acompañándonos empáticamente.

Se trata de habilitar el espacio de habla, para tejer trama, armar lazo, para poder re-conocernos después de tanto tiempo sin vernos, de encontrar modos de expresar los sentimientos y emociones  y poder, también, leer en el otro sus expresiones, reflexionar juntos con otros sobre los vínculos humanos y su repercusión en la vida social y emocional de cada persona.

Son aprendizajes que nos llevan toda la vida, pero que es preciso acompañar desde la escuela para poder vivir una sana convivencia.