Bahía Blanca | Jueves, 02 de mayo

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Sin descanso: comedores siguen trabajando en barrios y asentamientos

Situaciones similares se viven en Tierras Argentinas, Miramar y Villa Nocito.

Fotos: Pablo Presti-La Nueva. y Sol Azcárate / Videos: Belén Uriarte

   Por Belén Uriarte / buriarte@lanueva.com

 

   Una olla grande al fuego, verduras cortadas sobre unas tablas y la salsa en otro recipiente. Algunas manos revuelven; otras se se preparan para servir. Afuera empieza a llegar la gente, que respeta la distancia y el turno. 

   “¡Está listo!”, gritan al rato desde la cocina. Las voluntarias se acercan para armar las viandas y la encargada del comedor se asoma por la puerta para llamar a cada familia por su nombre. Los vecinos van de a poco: la mayoría son adultos que prefirieron dejar a los chicos en sus casas. 

  La escena corresponde a un miércoles otoñal en el comedor Una Ilusión, ubicado en Tierras Argentinas. Pero es idéntica a la que se vive periódicamente en decenas de merenderos y comedores que funcionan en barrios y asentamientos de Bahía Blanca.

   La pandemia de coronavirus paralizó la mayoría de las actividades en la ciudad, pero no así la de los voluntarios que trabajan anualmente asistiendo a sectores vulnerables, cuya labor figura en el listado de excepciones al aislamiento.

   Desde el Municipio, que la semana pasada lanzó una plataforma web para pedir u ofrecer ayuda social, informaron que se multiplicaron las entregas de bolsones: pasaron de 7.300 por mes a 16.400 en 22 días. Incluyen a personas que ya recibían asistencia y a otras nuevas que se incorporaron por la crisis de la pandemia. Así y todo, la tarea de merenderos y comedores sigue siendo clave en la contención de los sectores más vulnerables.

  *** 

   Ochenta y cinco, ese es el número de familias asistidas por el comedor Una Ilusión, ubicado en Pampa Central y Ugarte, un sector de calles de tierras y grandes charcos de agua al que a muchos les cuesta llegar. 

   Hace unos meses abría todos los días para dar la merienda y los almuerzos se hacían adentro. Desde el coronavirus solo entregan comida martes, jueves y sábado; y algún que otro viernes se junta un grupo de mamás para armar y coser barbijos y frazadas. 

   —Los mismos vecinos se van rotando como voluntarios: muchos chicos que están sin trabajo están viniendo a ayudar, también para levantar un poco el ánimo —dice Soledad Acosta, encargada del comedor.

   Cuenta que los pedidos de ayuda se incrementaron: en el sector, la mayoría vive de changas y al no poder salir, todo se hace cuesta arriba. De hecho muchas familias no tienen productos de higiene y de protección básicos para cumplir con las medidas de prevención.

  — Antes ya estaba complicado y no había soluciones; ahora menos: los problemas caen sobre los que menos tienen —lamenta Soledad, quien cuenta que les acercaron unos 20 elementos de limpieza con los que van a priorizar a los abuelos.

   En el largo salón del comedor hay de todo. En una mesa, las máquinas de coser con varias telas que acercó el Municipio. En otro costado, varias donaciones para la comida. En el suelo, decenas de bolsas con verduras para repartir. Y en la cocina, el rico olor de un guiso recién hecho que se mezcla con el aroma del pan casero para la tarde.

    Soledad señala que, a partir de la entrega de bolsones a las familias, no reciben leche, lo que dificulta la merienda de los chicos: antes podía dar cajas de leche en polvo, ahora debe fraccionarla en pequeños vasos plásticos. La entristece no poder dar más, pero se siente sostenida por su grupo.

   —Las mamás son bárbaras, muy unidas y se ponen a ayudar. Eso es importante: sin ellas sería imposible hacer esto.

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   Sandra, Irene y Olga son trabajadoras independientes. Como la cuarentena les impide salir para cumplir con sus labores, decidieron ofrecer su tiempo a los demás.

   Hace unas semanas empezaron a cocinar en la casa de Sandra, ubicada en Estación Algarrobo al 700 del barrio Miramar. Es una construcción pintada de rojo sobre la que reza este poema del español León Felipe: 

   De aquí no se va nadie. Nadie.
   Ni el místico ni el suicida.

   Antes hay que deshacer este entuerto,
   antes hay que resolver este enigma.
   Y hay que resolverlo entre todos,
   y hay que resolverlo sin cobardía,
   sin huir
   con unas alas de percalina
   o haciendo un agujero
   en la tarima.

   Y es inútil,
   inútil toda huida
   (ni por abajo
   ni por arriba).

   Se vuelve siempre. Siempre.

   La cocina es alargada: en la mesa más grande cortan las verduras y otros alimentos para el menú del día, y en la más pequeña dejan las donaciones. Al fondo está la cocina a cuatro hornallas y sobre ella una gran olla en la que cocinan para unas 100 familias de Miramar y otros sectores más alejados, como el Parque Independencia y detrás del Boronat.

   —La idea surgió porque tenemos amigos en común en La René Salamanca (agrupación política) y uno de ellos recibió un llamado de la gente del barrio preguntando si acá estaban haciendo lo mismo que en otros merenderos y comedores. Nos preguntaron si queríamos ayudar y dijimos que sí —relata Sandra Belmar.

   Antes de comenzar la tarea recorrieron el barrio para ver las necesidades y descubrieron que muchas familias las necesitaban. Con la ayuda y coordinación de La René Salamanca empezaron a cocinar y luego se sumaron las donaciones de muchos particulares: definen el trabajo como “muy comunitario”.

   Sandra cuenta que más del 70 % de la gente de Miramar se dedica a la albañilería, jardinería y trabajos domésticos. Son familias enteras que se quedaron sin ingresos —algunos solo con ayudas sociales— desde el aislamiento social, preventivo y obligatorio.

   —Antes de que pasara esto estaba difícil, imagínense ahora. Necesitan colchones, frazadas, comida y muchos nos piden calzado, sobre todo para chicos de entre 3 y 16 años —detalla la dueña de casa.

   —Recibimos donaciones y nos quedamos con lo que se necesita, el resto lo distribuimos a otros lugares. Lo mismo hacen en Napal, Latino, Villa Nocito, Esperanza, Talleres… —agrega Olga Corrales, quien es escultora y antes de la cuarentena dictaba talleres de herrería para las mujeres de Villa Nocito.

***

   Larga cola se formó el sábado pasado en la puerta del comedor Corazones Solidarios, en Villa Nocito. Con barbijos y bolsas en mano, siempre respetando la distancia recomendada, hombres y mujeres fueron a buscar su comida.

   Dentro de la casa de Paola Vergara —donde funciona el comedor desde hace 14 años—, ella, su marido y algunas colaboradoras se encargaron de servir la comida. 

   Para respetar el distanciamiento implementaron un método de atención distinto al habitual, que se repitió una y otra vez hasta completar la fila de más de una cuadra. Del lado de afuera y a través de una reja cada persona puso su táper en un cajón apoyado sobre una tabla de madera, que Pocho (marido de Paola) tiró desde la ventana con una soga. Lleno el táper, el mismo cajón hizo el recorrido inverso para volver a su dueño.

   Paola tiene registradas 420 familias en el comedor que funciona en Francia 2.227: dice que habitualmente cubre a 230 con ayuda del Municipio y al resto con las donaciones de la comunidad. Desde hace unas semanas los pedidos se incrementaron, ya que muchos —cuenta— viven de las changas y no pueden salir para trabajar.

   El sábado pasado dieron la cena gracias a la colaboración de Discapacitados Unidos Bahienses (DUBa), que donó dos ollas con tallarines y guiso de arroz.

   —Nos fue muy bien. Gracias a Dios alcanzó para toda la gente. A la comida le sumamos dos jugos, un paquete de masitas y un turrón por chico.

 

  Paola cuenta que las primeras semanas de cuarentena fueron complicadas porque las ayudas sociales no alcanzaban para todos, pero en las últimas semanas se incrementaron y de a poco se van acomodando.

   En las rejas del comedor un cartel avisa “La vianda solo para los chicos”. Su encargada explica que tuvieron que tomar esa medida por la gran cantidad de gente que se acercaba en busca de una ración —una organización política prometió asistir a los mayores—. Pese a la resolución, a veces dan algunas viandas a adultos mayores.

   Como el voluntariado y las donaciones particulares disminuyeron debido al aislamiento social, preventivo y obligatorio, Paola maneja una cuenta bancaria en la que recibe dinero con el que compran los alimentos que necesitan para el comedor y los elementos de protección, como barbijos y guantes, que se renuevan constantemente.

   —Hay muchos colaboradores que quieren seguir ayudando pero no pueden salir de su casa, por eso me pidieron esta cuenta bancaria.

 

Una familia se quedó sin changas y se fue a vivir al parque Independencia