Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

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3 puntaltenses en el exterior cuentan cómo pasan la pandemia

Están en Italia, España y Brasil. Qué hacen en la cuarentena, cómo se sostienen y qué esperan.

Por Gustavo Pereyra / La Nueva.

 

   Flavia Scafati (45) reside en Milán, la segunda ciudad más habitada de Italia y capital de la región más golpeada por el brote de coronavirus.

   Marcelo Escrich (59) está radicado en un pueblito de 1.500 habitantes del norte de España, otro de los países donde la curva de contagios se disparó.

   Y Claudia Ibáñez (52) vive en Buzios, un paraíso de sol y playa en Brasil, donde su presidente todavía minimiza los efectos de la pandemia.

   Los tres le contaron a La Nueva. cómo atraviesan estos momentos en los que faltan certezas por lo que vendrá.

 

“Esta situación me recuerda a la guerra de Malvinas”

   Flavia dice que a los milaneses la pandemia los tomó por sorpresa: "Como un tsunami".

   Y a ella le recuerda a la guerra de Malvinas: “Incertidumbre y temor, el ruido de helicópteros y aviones sobrevolando la ciudad, miradas tristes, manifestaciones exacerbadas de nacionalismo y la esperanza de que todo tenga un buen final y la espera sea breve”.

   Se fue de la Argentina hace 8 meses y vive en el centro histórico de la ciudad, que es epicentro del turismo por sus callecitas pintorescas, galerías de arte y el famoso Duomo; pero ahora el panorama es de desolación: “Patrullas de la policía y camiones militares, restaurantes y cafés cerrados, farmacias con escasez de barbijos y alcohol en gel, y gente triste y asustada”.

   Los milaneses no pueden salir a más de 200 metros de sus domicilios y los controles son cada vez más estrictos para quienes no tienen permitido salir a trabajar, con multas que llegan a los 5.000 euros. Tampoco se puede salir de la región y muchos quedaron en sus casas de vacaciones en las montañas.

(Foto: AP)

   “La última ordenanza cerró parques y jardines públicos y prohibió la actividad física afuera, porque acá comenzó la primavera y todos iban a caminar, correr y disfrutar del buen clima —cuenta—. Y parece que las escuelas y universidades no volverán a abrir este año. Van a finalizar el ciclo lectivo online, ya que se predice que este plan de contención se extenderá hasta junio o julio, que coincide con el receso de verano.”

   Por eso, sale lo justo y necesario a hacer las compras en un supermercado a una cuadra y media de su edificio. Y es toda una maniobra: “Hay que hacer fila afuera, con distancia de 1 a 2 metros, personal de seguridad con guantes y barbijo te indica cuándo es tu turno de ingresar y adentro un empleado te hace sacar guantes descartables de una caja y pasarte alcohol en gel. Una vez cumplido el ritual, podés pasar a comprar”, relata.

(Video: lavanguardia.com)

   Flavia trata de mantener la calma y ocupar el tiempo con cursos online: “No queda mucho margen para la desesperación por el encierro. Hago actividad física en casa, doy clases de inglés por Skype, hago traducciones cuando llegan pedidos y el día vuela entre videollamadas con mi familia, llamados y chats con amigos, series, películas, música y libros”.

   “Es difícil estar lejos de tu familia en una situación tan complicada como esta. Nos separa un océano, pero siempre hemos sido unidos como los dedos de un puño. Soy afortunada de tenerlos, son un soporte indispensable e irremplazable.

   “Esta bellísima ciudad multiétnica, colmada de expatriados, me ha regalado amigos no solo de Milán, sino de todo el mundo, que son una red de sostén complementaria a mi familia y me han enseñado que no importa tu origen, edad, cultura o ideas, los seres humanos nos necesitamos unos a otros. Esa es la fórmula mágica para el éxito.”

 

 

 

“Acá, todavía no les cayó la ficha”

   Claudia (52) vive y trabaja en Búzios, Brasil, desde 2001 y siente que allá la gente todavía no tomó real conciencia de los riesgos del coronavirus.

   “Todavía no les cayó la ficha —asegura—. Recién ayer cerraron el acceso a la ciudad y hasta el lunes no había restricciones de qué comercios podían abrir y cuáles no. Solo recomendaciones.”

   Claudia llevaba 11 días de aislamiento voluntario (porque no en todos los municipios del país es obligatoria la cuarentena), pero ayer decidió salir al centro y lo que vio la dejó impactada.

   “¿Búzios sin turistas? Es una sensación inexplicable”, dice.

   La ciudad está a 190 kilómetros de Río de Janeiro y es elegida por sus playas y su vida nocturna. Está rodeada de mar y tiene 23 balnearios en 8 kilómetros de costa. Pero está prohibido ir a la playa.

   Todavía se puede salir a hacer las compras, pero cada vez es menos gente la que anda, a pesar de que notó muchos adultos mayores en las calles.

   “Acá se vive del turismo y no sabemos qué vamos a hacer si esto sigue —dice con preocupación—. La semana pasada parecía increíble, que todo se desmoronaba. Posadas, bares y restaurantes vacíos. personas sin trabajo y los negocios del centro cerrados. Ya no salen colectivos a Río. Y ayer fue un shock ver las calles vacías.”

   Claudia es masoterapeuta y tampoco sabe cuándo volverá a tener un ingreso económico: “Los hoteles ya cerraron y las pacientes particulares también cancelaron las sesiones ya agendadas. No sé cuándo voy a tener el coraje de volver a tocar a alguien”.

   “Por suerte, el día no me alcanza para hacer todo lo que debo hacer en la casa. No tuve tiempo de aburrirme. Hablo con familia y amigos y miro televisión”, cuenta.

 

 

“Como una guerra sin disparos”

   Marcelo (59) está confinado en su casa de Entrena, un pueblo serrano a 12 kilómetros de Logroño, la capital de La Rioja. Esa provincia española supera los 300.000 habitantes y ya tiene más de 900 casos de coronavirus confirmados, mientras la curva de contagio se acelera en todo el país.

   Dice que allá se viven momentos de incertidumbre total y la gente está un poco desorientada: “Es horrible, como una guerra sin disparos”.

   En un estado de cuarentena, son pocas las personas autorizadas para salir a trabajar y la guardia civil y las policías locales vigilan constantemente que nadie se salte las restricciones.

   Marcelo es músico y profesor del Conservatorio Superior de Navarra, y aunque no puede salir de gira con su contrabajo, todavía puede dar clases online. Pero le preocupan los que no pueden asegurar sus ingresos económicos, “como los autónomos (monotributistas), comerciantes y gente endeudada. También hay despidos masivos. Y pienso en los que se dedican a actividades artísticas. A mí y a mis colegas nos han suspendido todos los conciertos”.

   No obstante, no deja que la incertidumbre le gane: “No sé cómo va a seguir todo esto, pero mejor que emitir opiniones es escuchar a los expertos. Ellos dicen que va para largo”.

   “Ahora empezó la primavera y el calor irá en aumento. En esta zona es más o menos como Punta Alta o Bahía, con algo menos de humedad. Hoy hace 34 años que salí de Argentina”, cuenta Marcelo, que vive con su pareja, Pilar, y sus gatos Quico y el Chavo.

   Sale nada más que a comprar el pan y la carne en el pueblo, mientras su mujer va hasta los supermercados de Logroño, una vez por semana.

   “Por el momento, no hay desabastecimiento, pero en cada salida uno asume un pequeño riesgo”, advierte.

   “Preparar y dar las clases del conservatorio me ocupa bastante tiempo. Mi mujer es maestra y está igual. Por otro lado, todo el mundo se va ‘reconstruyendo’ poco a poco y agudizando el ingenio para emplear su tiempo de forma positiva. La vida online facilita mucho el aislamiento y estamos conectados con todo el mundo; sin ir más lejos, tengo un chat con varios puntaltenses que viven por acá: Rubén Rivas, Víctor Ardile, Gustavo Piantanida, Raúl Visconti y Pablo Riveros. Todos están bien.”