Bahía Blanca | Jueves, 18 de abril

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Perdón, ese punto y aparte tan necesario

Alumnos del penal de Bahía Blanca y de un Taller de Comunicación externo se unieron para crear "Seguime el hilo", una publicación que recopila sus historias.

Por Belén Uriarte / buriarte@lanueva.com

 

Despójese de prejuicios y siga el hilo.
Déjese llevar a donde las palabras lo conduzcan.
Abandone el miedo y abrace la aventura.
Cada palabra nos guía a desenredar una historia.
¿Será la única posible?
Acaso usted descubra otras imágenes, otras sensaciones.
Quizá un camino oculto que solo conocen sus emociones.
Si se anima hay una palabra que se repite en muchas historias.
¿La descubrió?
Es…. PERDÓN.
A nosotros nos sorprendió mucho.

   Con esa introducción, alumnos de la unidad penal N°4 de Bahía Blanca y del Centro de Formación Profesional 403 presentaron “Seguime el hilo”, una publicación literaria y artística en la que relataron e ilustraron sus historias. 

   Una madre que le pide perdón a sus hijos, un chico que busca amor, un joven que recuerda el abrazo de sus padres en la playa, otro que se pregunta si el dolor enseña más que la felicidad... Los relatos, con frases repetidas y estilos diferentes, dieron lugar a emociones, sentimientos y cuestionamientos propios de la vida.

   Del taller participaron de manera voluntaria varios internos. Uno de ellos fue Erik, quien se enteró del proyecto por un encargado oficial de la unidad penal y durante la cursada descubrió que le gustaba mucho escribir. 

   Sentado en una de las aulas del penal, Erik recuerda cómo fueron las primeras clases: hacía una ronda con sus compañeros y cada uno contaba sus problemas personales y de convivencia.

   —Lo más importante es que aprendí a dialogar con los compañeros que tengo acá adentro y a tratar de solucionar las cosas de una manera pacífica —dice Erik, quien, con su hablar pausado, asegura que volvería a repetir cada una de esas clases.

Escribir para sanar

   La docente Marcela Palmucci, quien estuvo a cargo del Taller de Comunicación dentro y fuera del penal, cuenta que la experiencia duró un año: en la primera parte trabajaron las emociones, el expresar lo que les pasaba; y en la segunda, decidieron plasmar todo lo trabajado en algo concreto: así surgió la idea de la revista “Seguime el hilo”.

   Para empezar a escribir usaron la técnica de creación colectiva “Un cadáver exquisito”: cada participante aportó una frase sin saber cuál era el aporte de los demás y la sumatoria generó una obra que no había sido imaginada al comienzo.

   —Eso fue muy fuerte, porque ellos iniciaban con una propuesta, pero la idea la terminaban otros. Entonces también trabajábamos el control de esa emoción, cuando yo tengo una expectativa y el otro la cambia.

Imágenes: Sol Azcárate / Edición de videos: Belén Uriarte

   La docente asegura que el resultado fue muy positivo y sorprendente, no solo por la calidad literaria sino también por lo genuina que fue la escritura.

   —Muchas historias son proyectivas. Son cosas que ellos vivieron, que experimentaron, y al escribirlas, sanaban. La idea era esa, que empezara a circular la palabra. 

   El taller fue sin dudas un aprendizaje para los de adentro y para los de afuera, con quienes se trabajó el concepto de la condena.

   —La persona que cumple una condena está técnicamente privada de su libertad. Y esa es su pena, no hay otra. No hay por qué seguir condenándola. Todo lo que se pueda aportar suma para que esa persona salga mejor, porque recibió un trato diferente —explica la profesora.

Sin prejuicios

   Martina, una de las tantas alumnas del Centro de Formación Profesional 403, que compartió clases con los internos, dice que ir a la cárcel ayuda a “erradicar un montón de cosas que uno piensa o imagina y no son reales”. 

   —A la gente le diría que no suponga, el prejuicio es horrible. Y que escriban, que está buenísimo. El hecho de hacer algo en conjunto, crear, es un juego súper divertido y salen a la luz cosas entretenidas. La verdad, es una experiencia bastante linda. 

   Martina recuerda que la mayoría de sus compañeros escribió sobre el perdón, ese punto y aparte tan necesario para sanar y empezar de una manera distinta. Ese punto y aparte tan necesario para acercar y transformar. 

—Creo en la comunicación como herramienta de transformación social. Y creo que el contexto de los chicos que están acá debería transformarse en algún aspecto, sobre todo con la comunicación —asegura Martina, la chica a la que todavía se le pone la piel de gallina cuando repasa las historias.

“Hasta pudimos llorar”

   La profesora del taller explica que en la cárcel se destina un gran espacio a las habilidades duras, a los oficios, para que los internos tengan posibilidades laborales al momento de egresar. Y reconoce que, si bien eso es muy positivo, también es necesario que el arte tenga su lugar.

   —Cuando lo trabajás, abrís canales que potencian hasta los oficios porque nadie puede llevar adelante un emprendimiento laboral si no tiene buenas relaciones con los demá. si no maneja sus emociones, si no tiene ciertas herramientas de comunicación; o sea que, en definitiva, es el complemento perfecto.

   La docente recuerda cómo comenzó el proyecto y aún se emociona. Fue un año de mucho trabajo, de abrir el corazón, de compartir intimidad y de plasmar todo el recorrido en el papel.

   —”Mirá cómo trabajamos que hasta pudimos llorar”, me dijo uno de los chicos. Eso es muy fuerte porque si uno tiene la libertad para llorar delante del otro en un penal es que trabajamos mucho las emociones para poder expresarlas. 

   “Hay que sacarlo todo afuera, como la primavera, nadie quiere que adentro algo se muera”, dice una de las canciones de Piero y la profe concuerda: es importante no guardarse nada. Una palabra, una lágrima, un abrazo: todo tiene que salir para poder sanar.

—La parte de comunicación es importante en contexto de encierro [...] Se reflejó en muchos internos en el poder decir ‘perdón’, en decir “mirá, tuve un mal día”... Poder comunicarlo hace bien: no hacerlo puede ser un disparador de cualquier actividad agresiva o de conflicto —dice Javier González, subdirector de Asistencia y Tratamiento de la unidad 4.

   Para el oficial, que tiene la función de coordinar este tipo de actividades dentro del penal con el objetivo de la inserción socio-laboral, todo lo que se hace puertas para adentro por los internos repercute en el bien social.

   —Que venga Marcela, el profesor de coro o alguien ad honorem a realizar una actividad en contexto de encierro va más allá de que se tomó un tiempo y vino. Uno tiene que pensar que esa actividad que desarrolló va a repercutir en un grupo de personas que va a asimilar ese concepto y le van a servir en el bien social en el momento de su egreso. Algunas empresas privadas que trabajan con nosotros, que se acercaron al penal a través de la Unión Industrial, hoy tienen internos trabajando en la empresa: quebrar con este estigma, también es importante. Hay que reconocer y agradecer a esa gente que se acercó.

   Tanto él como la docente que dictó el curso sienten una gran satisfacción por lo hecho y logrado. La profesora admite que, si bien los alumnos son los protagonistas del proyecto, “fue muy fuerte ser el vehículo” de esa iniciativa colaborativa.

   —Esa es la idea que tenemos de la docencia: no es que el docente se para en un lugar poseedor de toda la verdad y viene a decir lo que hay que hacer. Sino que es alguien que estimula la construcción, la reflexión, el poder vivir de una manera diferente.

   A eso apuntó el proyecto: a mirar de una manera diferente. Después de contar, de disculparse y disculpar, de emocionarse con el de al lado, ya nada es igual.

   El resultado quedó grabado en una publicación editada y publicada por la cooperativa de trabajo Ecomedios, que respetó la grafía original de los escritos y se presentó a fin de año en un mural.

   Fue un trabajo de muchas manos: desde la coordinación institucional de Andrés Contreras y el aporte pedagógico de Marcela Palmucci hasta la participación de los internos y alumnos del Centro de Formación Profesional 403 que integraron el taller. 

   Su cierre, como todo el trayecto, fue muy conmovedor. 

   —No paré de llorar cuando lo presentaron porque uno de los chicos dijo que no podía creer que todo lo que habían hecho se había traducido en algo concreto: ver el trabajo de todo un año en el mural fue muy emocionante. Los internos estaban muy felices —recuerda la profe.