Bahía Blanca | Jueves, 28 de marzo

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Arreglar la deuda, la obsesión de Alberto Fernández

La columna dominical de Eugenio Paillet, corresponsal de La Nueva. en Casa Rosada.

Archivo La Nueva.

   El presidente lo ha desgranado en conversaciones de los últimos días con sus colaboradores directos, pero también en reuniones reservadas con empresarios, dirigentes sindicales y algunos periodistas. “Su obsesión es la deuda, acordar con el Fondo y con los tenedores privados de bonos”, lo interpretan a su lado y a la vez reflejan el tenor de esos diálogos.

   A Alberto Fernández se le ha escuchado decir en algunas de esas conversaciones, según sus propios confidentes, que no tiene dudas: la Argentina, y tal vez su propio gobierno, no tiene futuro si antes de abordar temas como el problema de la política, la eterna grieta y hasta algunas cuestiones de economía interna, no se arregla primero el drama del endeudamiento.

   Cree que el país nunca saldrá de su eterno juego de ciclos de cierta bonanza con largos periodos de crisis si de una vez por todas no se encara la cuestión como lo que es, pero que no ha sido abordada nunca en estos últimos años, justamente una “cuestión de Estado”.

   Cuando el presidente dice entre sus íntimos, y hasta lo ha reconocido alguna vez en comentarios públicos, que su aspiración es parecerse a aquel Néstor Kirchner que desendeudó al país en 2006 luego del recordado “¡Chau Fondo!” del 3 de enero de ese año. Tras lo cual el país empezó a crecer a tasas chinas hasta que la crisis global de 2008, la pelea con el campo de ese mismo año y luego una gestión cuanto menos errática de Cristina Fernández, más basada en los enfrentamientos ideológicos que en gestionar soluciones prácticas al creciente problema de la economía, parecieron regresar todo a fojas cero.

   Fernández suele disentir con los analistas y observadores que sugieren que su gobierno necesita primero una “paz política”, incluso y en espacial hacia el interior de su levantisca tropa, para luego dedicarse a encauzar la economía, generar un plan para de una vez intentar salir de la crisis recurrente y en especial encarar una lucha en serio contra la inflación.

   “Es exactamente al revés”, le han escuchado decir. Pruebas al canto, el presidente ha iniciado su gestión con medidas de emergencia para paliar la crisis interna, el clásico ajuste que manda la ortodoxia para enderezar la nave como el recorte a los jubilados, aumento de impuestos y el mantenimiento de las gravosas retenciones al campo. De manual, se diría entre aquellos observadores. Pero a la par, Alberto se ha dado de lleno a sacarse de encima en tiempo perentorio aquella obsesión por la deuda.

   Cerca de Santiago Cafiero reafirman que el 31 de marzo es la fecha que el presidente ha fijado en su calendario como el punto de quiebre entre un proceso y otro. Desde el día siguiente, el acuerdo con los bonistas privados debería estar encaminado, con quitas, sin quitas pero con fuerte reprogramaciones del pago de interés y capital, y en especial lograr el visto bueno del Fondo para su propia reprogramación de los vencimientos productos del monumental crédito, dilapidado según el albertismo y en general el Frente de Todos, que el organismo le otorgó a Mauricio Macri.

   El presidente, hay que decirlo, ha iniciado el imprescindible camino externo en dirección a arreglar la deuda e intentar colocar a la Argentina como un país previsible y digno de confianza. Su viaje a Israel, más allá del simbolismo relacionado con la conmemoración del Holocausto, sirvió para dar los primeros pasos.

   El Gobierno necesitará antes que ningún otro apoyo, el de Estados Unidos, principal accionista del FMI. Y en esa dirección, revelan en la Casa Rosada, transcurrió la breve pero provechosa conversación de Alberto con el vicepresidente Mike Pence, enviado de Donald Trump a Jerusalén. Del mismo modo que sirvió el saludo con Emanuel Macron, con el que Fernández tratará directamente la obtención de ese apoyo cuando se vean en Paris los primeros días de febrero.

   Un periplo siempre en la misma dirección que incluirá conversaciones con España, Italia y probablemente Alemania, además del besamanos con el Papa Francisco el 31 de este mes. Este dato no es menor, porque por esos días Bergoglio encabezará en la Santa Sede una cumbre de economistas para tratar el tema de la deuda en el mundo a la que asistirá la titular del Fondo, Kristalina Georgieva, Joseph Stiglitz, el “tutor” de Martín Guzmán, y el propio ministro de Hacienda.

   Dicen en el Gobierno que una parada crucial en el marco de ese plan será la disertación de Guzmán pasado mañana en Nueva York, en un desayuno del influyente Consejo de las Américas. Allí, se anticipa, además de reafirmar el compromiso argentino de arreglar el tema de la deuda, Guzmán empezaría a mostrar las cartas del verdadero plan económico del gobierno.