Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

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Hace 45 años moría la última playa bahiense entre Ingeniero White y puerto Galván

El origen y también la desaparición de uno de los principales balnearios locales, a escasos kilómetros del centro de la ciudad, obedeció a tareas de dragado en el canal principal.

Adrián Luciani / aluciani@lanueva.com

   El verano del 75 marcó el final de la última playa bahiense y fue precisamente un dragado la causa de su nacimiento y muerte, entre los puertos de Ingeniero White y Galván.

   Probablemente varias generaciones aún mantengan recuerdos imborrables de un balneario que compitió palmo a palmo, en popularidad, con Maldonado.

   La “playita” de Galván, como se la conoció por entonces, había surgido hacia fines de la década del '20 gracias a la arena y conchilla extraída durante al menos dos campañas de profundización del canal principal.

   De manera involuntaria, con su decisión de otorgar mayor calado a los muelles locales, las empresas ferroviarias que por entonces tenían el manejo de los puertos, contribuyeron a generar un espacio público en tiempos donde no había medios de transporte adecuados para mitigar el calor estival en lugares más alejados.

   A partir de 1929 la población comenzó a hacer uso de la improvisada playa y con el paso del tiempo, como consecuencia de su éxito, los sucesivos gobiernos municipales comenzaron a dotarla de servicios y algunas pocas comodidades.

   Así se fueron sumando una cantina, luego varios vestuarios y duchas cobijados por la sombra que brindaba un monte de eucaliptus y casuarinas, aún existente.

   También, como lo muestran varias fotos históricas, en la década del '60 se levantaron refugios con troncos y paja a manera de improvisados quinchos abiertos, que protegían a los vecinos del sol.

   La poca inversión estatal y la falta de servicios no impidieron que en algunas jornadas pico se congregaran hasta 10 mil personas en ese balneario municipal.

   Calentadores a alcohol sólido, heladeras de madera o chapa (aisladas con corcho y provistas de hielo en barra) fueron herramientas clave para que muchas familias pudieran pasar el día en las horas en que la marea arrimaba el mar a la costa.

   Los más humildes optaban por llevar botellas forradas con arpillera que refrescaban en la orilla y casi todos, en algún momento, echaban mano a alguna lata de picadillo o paté marca CAP, todo un clásico en aquellos años de tiempos pausados y pocas comodidades, pero donde no hacía falta demasiado para tener un poco de felicidad. 

   Algunos párrafos especiales merecen el denominado “Tren de la Marea”, esa pintoresca formación ferroviaria que paraba en el balneario y que también fue llamada “Tren Obrero” dada su función de trasladar a los trabajadores portuarios o de la refinería de la Esso.

   "También hoy correrá entre nuestra ciudad e Ingeniero White, con escala en el balneario Galván, el denominado 'tren marea'. El horario del servicio es el siguiente: salidas desde la estación Noroeste a las 13.15, 15 y 18.50, llegando a Galván en 25 minutos", consignó la edición del 7 de marzo de 1971 de "La Nueva Provincia".

   Sin lugar a dudas este tren de vagones de madera tirados por locomotoras a vapor fue el medio de transporte más elegido por la gente, llegando incluso a realizar viajes con más de 20 vagones de pasajeros.

   Los servicios corrían entre las estaciones Bahía Blanca Noroeste y Garro (Ingeniero White), con paradas intermedias en calle Teniente Farías (frente a la Oleaginosa Moreno), balneario Colón, Loma Paraguaya (con una desviación peatonal hacia "La Alcantarilla"), La Nativa (refinería de la Esso), puerto Galván, club de Pesca y "la playita" (kilómetro 11,470).

   En temporada estival, Ferrocarriles Argentinos disponía de varias frecuencias, partiendo la primera alrededor de las seis y volviendo la última a eso de las 22.

   También hubo servicios hasta la estación Sud porque mucha gente de la zona de Villa Mitre quería usar el balneario y algunos aseguran que incluso funcionó un servicio de ómnibus especial desde el centro de la ciudad.

   Quienes a partir de los '60 gozaron de los beneficios de la motorización del país pudieron optar por llegar hasta la costa en motonetas Vespa y Siambretta o bien en alguna unidad de la incipiente industria automotriz, por caso Bergantín, Estanciera, Di Tella, Fiat 600, Renault Gordini o los más costosos Valiant, Ford Falcon o Chevrolet 400.

   Pese a la concurrencia masiva, a fines de los años '60 comenzó a percibirse un lento abandono de las instalaciones, administradas por la Municipalidad de Bahía Blanca, sobre un predio propiedad de la Dirección de Navegación y Puertos.

   Su final se produjo cuando, a 700 kilómetros de distancia de Bahía Blanca, se decidió que los sedimentos obtenidos durante una nueva campaña de dragado fueran vertidos en ese sector. 

   “La zona rellenada con material procedente del dragado del canal Galván-White era antes un balneario, hasta donde llegaba el tren de la marea. Ahora, con el fondo de las instalaciones de un molino harinero, se observan varias cañerías. Por su interior circula el material dragado que, paulatinamente, va cubriendo las aguas, robando tierra al mar para posibilitar en un futuro próximo la ampliación del puerto de Bahía Blanca", mencionó la La Nueva Provincia en su edición del 24 de febrero de 1976.

   El golpe de gracia se produjo en 1989, cuando se completó el dragado a 45 pies, dando origen a Puerto Cangrejales y luego al asentamiento de formidables inversiones industriales.

   Hace 20 años, el querido y ya desaparecido Atilio Miglianelli, probablemente junto al “Loco” Patrignani uno de los personajes más característicos de la playita nos relató:

   "Cuando dijeron que el balneario se cerraba, que no iba más, sentí una bronca tremenda; sobre todo, porque no podía hacer nada. 

   "Tal vez sea un poco ignorante y cabezadura, pero, sinceramente, el progreso me asusta.

   "Sinceramente, vengo hasta este lugar para hablar solo. Si hasta me parece escuchar las voces y las risas de aquellos años felices. Me gustaba broncearme y hacer gimnasia. Ahora, llego en bicicleta y me siento en el muelle viejo. Siempre suelo recordar a muchas personas que ya no vi más. Hasta me parece escuchar las voces de las chicas, de los amigos de esos tiempos”, agregó el carismático y recordado nadador de ojos azules y barba blanca que en 1992 personificó a Cristóbal Colón durante un desembarco conmemorativo del V Centenario del Descubrimiento de América.

  Más allá de la nostalgia, y en rigor a la verdad, Galván nunca tuvo demasiados atractivos pero cumplió sobradamente un rol esencial para varias generaciones de bahienses que no tenían otra opción cuando el termómetro superaba los 30 grados y donde un viaje a Monte Hermoso o Sierra de la Ventana debía planearse con varios días de anticipación.

   A diferencia de otros balnearios como Maldonado o Colón, este fue una playa, improvisada pero playa al fin, y resultaría injusto evaluarlo con ojos actuales, sin una perspectiva histórica.

   ¿Qué hubiese pasado si esa playa lograba persistir en el tiempo? ¿Acaso se hubiese convertido en la ansiada costanera que toda ciudad marítima posee? ¿Hubiese dado paso a un mayor desarrollo de los deportes náuticos o habría permitido el desarrollo de locales de comida y esparcimiento con vista al mar?

   Si bien todo esto es futurología, lo cierto es que más allá de algunos tímidos esfuerzos, Bahía Blanca sigue de espaldas al mar.