Bahía Blanca | Martes, 23 de abril

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Volteretas de un presidente corrido por los acontecimientos

La columna dominical de Eugenio Paillet, corresponsal de La Nueva. en Casa Rosada.

Archivo La Nueva.

   No hace más de un puñado de días, Mauricio Macri y su mesa chica reunidos en Olivos rechazaron de plano la necesaria idea de ir hacia una suerte de Consejo Económico y Social para salir definitivamente de la crisis de credibilidad y confianza en la que se encuentra sumido el gobierno. A favor de esa iniciativa, que debería incluir a la Iglesia, dirigentes políticos, sindicales y empresarios, se habían pronunciado entre otros Eduardo Duhalde, de algún modo Roberto Lavagna y su proyecto "Consenso 19", como también Miguel Lifschitz y Sergio Massa, que llegó a reclamar que también se convoque a Cristina Fernández.

   Marcos Peña era el abanderado de ese rechazo, convencido como Macri de que el gobierno "sabe qué es lo que hay que hacer". Y que puede salir solo del atolladero en el que se encuentra y que compromete seriamente la posibilidad de que Cambiemos se mantenga por otros cuatro años en la Casa Rosada a partir del 10 de diciembre próximo.

   Paradojas de la política, o una señal brutal del pragmatismo que se ha visto obligado a ejercer el presidente Macri, apenas unos días después el ministro del Interior, Rogelio Frigerio, trajinaba su celular para interesar al peronismo anti K en la firma de un acuerdo de diez puntos sobre políticas públicas básicas que le devolvieran al gobierno, y en definitiva al país, la gobernabilidad que para algunos observadores está en jaque por la incertidumbre del resultado electoral de octubre y de la segunda vuelta de noviembre.

   Es cierto que el programa de diez puntos que Frigerio le mostró por ahora en modo de borrador a los peronistas racionales está lejos de aquella más abarcadora iniciativa. Pero es una voltereta al fin y al cabo de un presidente que hasta no hace mucho se encerraba en el "purismo Pro" que declamaban Peña y Jaime Duran Barba.

   De buenas a primera, el gobierno pareció entender que "solo no se puede", y ahí habría que encontrar la razón fundamental de este giro de 180 grados en su política de (no) acercamiento con la oposición menos encarnizada, avisado a la vez por el grueso de las encuestas del fuerte malhumor social por un gobierno que no da pie con bola en los intentos por enderezar para mejor la más grave de las asignaturas pendientes que no supo, o no quiso, zanjar en estos tres años y medio de gestión, que es la economía de bolsillo de los ciudadanos.

   Macri necesita ahora más que nunca poner en evidencia a Cristina y los miedos que debería generar la posibilidad, que ninguna encuesta sería desecha por estos días, de un regreso de la doctora a la Casa Rosada dentro de siete meses. Por eso buscó embretar al peronismo alternativo en esta jugada destinada a fijar diez políticas de Estado, que en modo principal propone garantizar seguridad jurídica y respetar los compromisos externos firmados. Es decir el acuerdo con el Fondo. Y encorsetar de paso a la expresidenta en el bando de los que solo prometen una vuelta al pasado.

   A primera vista logró el consenso de dos declarados anti cristinistas como Miguel Pichetto y Juan Manuel Urtubey. Sergio Massa por su lado recibió el borrador pero solo se comprometió a estudiarlo. Al lado del tigrense refrescan la memoria y dicen que Massa ya propuso sus propios diez puntos de políticas públicas ineludibles. Y no hay por qué no pensar que defenderá su programa, y no el que ahora y con el enorme descredito social cargando sobre sus espaldas, pretende endosarle Macri. De Roberto Lavagna se esperaba que diga lo que finalmente dijo: que la iniciativa de la Casa Rosada es poco menos que fulbito para la tribuna, para entretener y distraer a los ciudadanos de los enormes problemas que les provoca un gobierno que prometió muchísimo más que lo que cumplió.

   Frigerio, un fino político de manual al fin, se esperanzó con que también Cristina acepte discutir el borrador junto al resto de las fuerzas, entre las que habrá invitaciones para el socialismo santafesino o el progresismo de Margarita Stolbizer.

   Tal vez, o no tanto, si a fin de cuentas se recuerda que Frigerio y Emilio Monzó (a quien en un gesto de sinceridad Macri ahora debería reivindicar) fueron predicadores en el desierto del purismo macrista cuando clamaban por abrir el juego al peronismo dialoguista y otras fuerzas mientras las papas empezaban a quemar, el ministro haya cometido un involuntario acto de rebeldía.

   Ni Macri ni Peña, ni el gurú ecuatoriano, quieren a Cristina dentro del acuerdo. Hoy más que nunca proclaman que necesitan a Cristina enfrente. El presidente y su brazo derecho apuestan a darle la razón al teorema de Durán Barba, según el cual entre dos candidatos malos, la ciudadanía elegirá al menos malo. No a la menos mala.

   Más todavía, en el peñismo duro celebraban no solo el guiño del FMI para que el Banco Central se olvide de la banda cambiaria a los efectos de contener el precio del dólar. También dicen que "es todo ganancia" para ellos la aparición de "Sinceramente", el best seller de la doctora, donde además se encarga de desmentir rotundamente a Alberto Fernández, que aseguraba que ella se había convertido en Cristina La Buena.

   La celebración incluyó otras "buenas noticias" para el macrismo como el exabrupto de Mempo Giardinelli, que propone que el eventual gobierno de Cristina debería eliminar de la Constitución el Poder Judicial para instalar una justicia "social y popular". O antes el inefable Guillermo Moreno, que dijo que está bien robar pero que "hay que tener códigos". Y la frutilla del postre, el discurso de Máximo Kirchner del viernes en el que anunció que si vuelven al poder "el Fondo deberá esperar". Default en puerta. Bingo.