Bahía Blanca | Viernes, 26 de abril

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Penna: la historia de los médicos venezolanos en la guardia

El cirujano Erikson Sánchez y su esposa Fernanda Colmenarez, generalista, fueron absorbidos por un servicio que padece déficit de profesionales.

Fotos: Pablo Presti-La Nueva.

Por Cecilia Corradetti / ccorradetti@lanueva.com

   Aunque se empecine en borrar de su mente la imagen de chicos comiendo de la basura como si fuera un manjar, Fernanda Colmenarez --28 años, médica generalista egresada de la Universidad de Carabobo, en Venezuela--, no lo puede lograr.

   Todavía la atormenta la muerte de su sobrino recién nacido por falta de tratamiento médico; las carencias de todo tipo; la desesperación de la gente.

   Con Amelia en su panza, destinada, tal vez, a correr el riesgo del peor final durante el parto (y además, con la certeza de no poder pagarlo) Fernanda y su esposo Erikson, también médico, no lo dudaron.

   Argentina era la mejor opción.

   Después de todo, por más precarias que fueran las condiciones de vida en este país golpeado por la crisis, nada sería semejante a aquel “horror”.

   “Estudié 12 años para sentir la frustración no sólo de verme imposibilitado de salvar a un paciente, sino de ganar 20 dólares al mes”, reflexiona Erikson, con la beba, sana y hermosa, en sus brazos.

   Emprendieron la marcha rumbo a la tierra prometida: Bahía Blanca, donde otro venezolano los esperaba. El trayecto demoró una semana.

   “Valía la pena correr el riesgo aún con mi esposa a punto de dar a luz. No podíamos ofrecerle esa vida a nuestra hija”, señala.

   Vendieron lo poco que tenían y compraron pasajes repletos de escalas para abaratar costos: Valencia a Boa Vista, (frontera norte con Brasil) por tierra, en un micro sin aire ni butacas reclinables. 

   Luego transitaron desde Boa Vista a Manaos en las mismas condiciones. Allí tomaron un vuelo hacia la Argentina, aunque con escalas en Sao Pablo y Asunción. Ya en Buenos Aires, la empresa Don Otto los trasladó a Bahía Blanca. Habían hecho malabares para no pasar hambre.

   El 11 de junio de 2018 marcó un antes y un después en sus vidas.

   Hacía tres meses que se habían instalado aquí y vivían con lo que Erikson reunía por repartir volantes.

   Pero ese día nació Amelia y trajo un pan bajo el brazo. En el hospital Penna, llegó la doble recompensa.

   Una, no se compara con nada: la nena había nacido en perfecto estado.

   La restante surgió a partir de estar en el lugar indicado. Eran médicos, colegas, venezolanos. Y la noticia corrió en el hospital como reguero de pólvora.

   Residentes, ginecólogos, obstetras, enfermeros formaron parte de una cadena de solidaridad.

   El jefe del servicio, doctor Sergio Mendoza, se acercó a saludarlos. 

   “Nos trató con un respeto y una humanidad que jamás olvidaremos. Y arbitró los medios para que pudiéramos ingresar al hospital a trabajar, a volcar nuestra profesión, nuestra experiencia”, relata Fernanda.

   El resto corrió por cuenta de los directivos del sanatorio, Marta Bertín y Fabián Giménez, que se pusieron al frente de todos los trámites de rigor para la convalidación de matrículas.

   Lo cierto es que los doctores Sánchez y Colmenarez ya se desempeñan en un servicio de muchísima demanda: la guardia, donde el déficit de médicos es una problemática difícil de resolver.

Amor y carencias

   Fernanda y Erikson se conocieron en 2011 en la universidad de Carabobo, donde él egresó hace ocho años y ella casi dos.

   Trabajando él en los ámbitos público y privado, ganaba poco más de 20 dólares.

   “Vivíamos en casa de mis suegros porque no lográbamos alquilar, ni afrontar gastos básicos. Apenas podíamos comer”, relata ella.

   Costear un parto resulta “imposible” en Venezuela, aún con un padre ginecólogo y obstetra, como el caso de Fernanda.

   “Mi hermana lo sufrió en carne propia. Su hijo sobrevivió unos días y falleció”, agregó.

   La familia Sánchez vive en un departamento de Brown al 200 y hasta tuvieron la suerte de encontrar una “abuela” para Amelia. Una vecina generosa llamada Blanca.

   Ya percibieron su primer sueldo. La sonrisa de oreja de oreja los pinta de cuerpo entero.

   “Somos conscientes de lo que sucede en la Argentina. Llegamos con el dólar a 19 y hoy roza los 47, pero la inflación de Venezuela es de un millón por ciento. Allá se vive muchísimo peor”, compara.  

   Lo cierto es que Erikson y Fernanda se desempeñan en un sector crítico con una gran derivación de pacientes de la ciudad y la zona con las patologías más variadas y numerosos accidentados.

   “Estamos felices y agradecidos. Nos hemos formado para lo que hoy hacemos. Y podemos decir que la Argentina nos dio la esperanza que habíamos perdido”, coinciden.