Bahía Blanca | Miércoles, 24 de abril

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El eterno dilema de las terceras fuerzas electorales

En un país con una fuerte tradición de antagonismos, el desafío, aún no resuelto, es cómo romper la lógica binaria.

Por Mariano Buren

elpais@lanueva.com

 

   En una sociedad que necesita de los antagonismos políticos para justificarse ante el espejo de la historia, parece difícil que haya espacio para la irrupción de terceras fuerzas electorales con capacidad competitiva.

   La estadística demuestra que, a lo largo de las 19 elecciones presidenciales que se realizaron desde la promulgación de la Ley Sáenz Peña, el electorado casi nunca repartió sus votos entre tres candidaturas predominantes.

   De hecho apenas cinco postulantes, entre todos los que alguna vez intentaron romper las sucesivas polarizaciones, lograron superar el 15 % de adhesión y sólo uno pudo franquear el 20 %. Y aún más llamativo: la mayoría de las agrupaciones partidarias que alcanzó ese lugar perdió su relevancia pocos años después.

   El obstáculo que enfrentan las terceras fuerzas se llevó puestas las aspiraciones de Lisandro de la Torre (Partido Demócrata Progresista, 1916), Carlos Ibarguren (PDP, 1922), Mario Bravo (Partido Socialista, 1928), Francisco Barroetaveña (UCR Antipersonalista, 1931), Nicolás Repetto (PS, 1937), Reynaldo Pastor (Partido Demócrata Nacional, 1951), Lucas Ayarragaray (Democracia Cristiana, 1958), Pedro Aramburu (Udelpa, 1963) y Francisco Manrique (Alianza Popular Federalista, 1973), en medio de una época surcada por las antinomias radicales-conservadores y peronistas-radicales.

De la Torre, Aramburu, Manrique y Alende.

   La tendencia bipartidista se mantuvo tras la recuperación de la democracia: Oscar Alende (Partido Intransigente, 1983), Álvaro Alsogaray (Alianza de Centro, 1989), Horacio Massaccesi (UCR, 1995) y Domingo Cavallo (Acción por la República, 1999) tampoco pudieron gravitar demasiado en los resultados que llevaron a la presidencia a Alfonsín, Menem y De la Rúa.

   El panorama, sin embargo, comenzó a modificarse lentamente a partir de los comicios de 2003, cuando el derrumbe del sistema de partidos tradicionales derivó en una oferta electoral atomizada, con múltiples dispersiones y realineamientos transversales.

   En ese marco revulsivo -consecuencia directa del “Que se vayan todos”- las terceras fuerzas comenzaron a adquirir un peso más significativo.

   El primer indicio del cambio lo trajo Ricardo López Murphy (Recrear), que logró el 16,34 % de los votos y se ubicó a sólo ocho puntos de la posibilidad de acceder al balotaje. Cuatro años después, en las elecciones de 2007, Roberto Lavagna (Concertación por una Nación Avanzada) obtuvo el 16,91 %, mientras que Ricardo Alfonsín (Udeso) llegó al 11,14 % en 2011.

   La tendencia se acentuó en 2015, cuando Sergio Massa (Unidos por una Nueva Alternativa) alcanzó el 21,39 %, en lo que representa hasta el momento la mejor performance histórica de una tercera fuerza.

Alsogaray, Massaccesi, López Murphy y Massa.

   Con los antecedentes en la mano, es válido preguntarse qué puede suceder en octubre próximo, cuando alguno de los muchos candidatos que suenan en la previa deba exponerse a la fuerza centrífuga que ejercen Cambiemos y el Frente para la Victoria desde hace más de cuatro años.

   El macrismo y el kirchnerismo difieren en muchos aspectos conceptuales, pero están asociados en un detalle de sus respectivas tácticas electorales: que el margen para la aparición de terceras fuerzas con potencial sea ínfimo.

   La ecuación que comparten es bastante simple: si cada uno se alimenta de votos a partir del rechazo que despierta el otro, entonces no puede haber lugar para el riesgo que representa un tercero.

   Ése es el dilema que deberán resolver Alternativa Federal, el Frente de Izquierda y cualquier fuerza que pretenda entrar en la competencia real por el poder.

   Así como otros países padecen las arbitrariedades de un partido hegemónico, en el caso argentino parece cada vez más evidente la necesidad de escapar de una lógica binaria que, en muchas ocasiones, despertó lo peor de la idiosincrasia nacional.

   La pregunta es cómo.