Bahía Blanca | Martes, 01 de julio

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Los Zapp: unieron las Canarias con Guyanas Francesas en un barco a vela

Esta vez, Herman, Candelaria y sus cuatro hijos, cruzaron el Atlántico como fin de una etapa. La epopeya duró 24 días. Llevan 19 años viajando en familia por el mundo.

   Anahí González
   [email protected]

   Quienes conocen a Herman y Candelaria Zapp, los viajeros argentinos que dieron la vuelta al mundo con sus cuatro hijos en un auto modelo 1928, saben que solo le tienen miedo a algo: a tener miedo.
Pero a eso ya le encontraron la vuelta: cuando quieren hacer algo que les da miedo ¡simplemente lo hacen!

   Parece una fórmula sencilla y, sin embargo, ¿cuántos la aplicamos?

   Ellos no escuchan a nadie que les diga: “¡Qué locura! ¡eso es muy arriesgado! ¡eso no lo hace nadie!, o pero aún, ¡eso no lo hizo nunca nadie!”

   Gracias a su filosofía de vida acaban de cruzar el Atlántico en un barco a vela y de unir las Islas Canarias con las Guyanas Francesas —en 24 días— junto a sus hijos Pampa, Tehue, Paloma y Wallaby, que heredaron el espíritu aventurero y la actitud encaradora de sus padres.

   Pampa Zapp, el primer heredero de estos maravillosos aventureros. Nació en EE.UU. en el primer viaje de la pareja.

   No permiten que alguien llegue con los dedos húmedos para apagar la llama del fosforito. Cuidan como leones ese fuego interior que los mantiene vivos y haciendo lo que aman, en familia, hace casi dos décadas.

   Exactamente 19 años atrás, el 25 de enero de 2000, partieron juntos desde Argentina en un viejo Graham-Paige, al que llamaron Macondo Cambalache. Pensaban llegar hasta Alaska en seis meses y se extendieron un poco más: ¡pasearon por los cinco continentes!

   Tienen vidas de película. Tuvieron un hijo en cada país y escribieron el  libro Atrapa tu sueño, con el que siguieron solventando este modo de vida que los cautivó.

   Como broche de oro de esta espectacular aventura, lograron vencer el terror que les daba flotar en el océano y, en 24 días, unieron dos continentes, sin tener conocimientos de navegación.

   Para lograr su objetivo crearon una plataforma colaborativa, a través de la cual juntaron gran parte del dinero que les permitió, tanto a ellos como a su legendario auto, subir a bordo a vivir esta experiencia.

   Ya en Kourou, en las Guyanas Francesas, estaban muy contentos por haber conseguido una invitación oficial para presenciar el despegue de una nave espacial que lleva satélites al espacio.

   Dan la nota. No pasan desapercibidos. Han dejado huellas en miles, millones de viajeros que tienen su libro como biblia, han dormido en casas de personas de distintas culturas, han trascendido las barreras de todos los idiomas y no se arrugaron ante ninguna frontera.

  Pampa, Wallaby, Tehue, Herman (atrás) Tehue, Paloma y Cande en Egipto.

   Sus hijos estudiaron en el camino con la mejor maestra, mamá Candelaria, a través de un programa especial del ministerio de Educación de la Nación.

   A la par que estudiaban geografía conocían en vivo la muralla china, la barrera de corales de Australia, Hiroshima, los elefantes de la reservas naturales de África, las ruinas romanas, mayas, incas y las iluminadas calles de Tokio, entre tantos otros lugares.

  Recorrieron parques naturales en África y Herman enfermó de malaria. Eso no los detuvo.

   Con la humildad y simpatía que lo caracteriza, y como en cada uno de sus proyectos anteriores, Herman Zapp, hizo una pausa en el camino para compartir su experiencia con La Nueva.

   —¡Llegaron a destino! ¿Qué fue lo mejor de esta aventura de cruzar el Atlántico?
   —Superar el pánico de estar en una cascarita de nuez sobre 4 mil metros de profundidad de agua, y ver que se puede disfrutar de esa libertad de poder moverse nada más que con la fuerza de la naturaleza, con los vientos, la corriente y las olas. Vivir esa sensación de sentirte que lograste algo tan grande siendo tan pequeño: ¡porque en el mar sos un puntito!

   El barco a vela en el que viajaron 24 días.

    “Estuvimos 14 días sin haber visto una nave o barco, y nada eso nos hizo sentirnos muy pequeños. Lo más maravilloso fue sentirnos ser parte de la naturaleza, dependíamos de ella tanto en el aspecto de la seguridad como para avanzar y superar los miedos”.

   —¿Aprendieron a navegar o al menos las nociones básicas?
   —Obligatoriamente hay que que aprender a navegar porque tenés que ayudar. Éramos 16 personas a bordo, contándonos a nosotros.
“El barco es gigante, para ser un barco a vela con dos mástiles. Era a la vieja usanza. No había nada moderno para las velas, todo era como se hacía antes. Teníamos que usar poleas antiguas con sogas rústicas, de esas que te comen (sic) las manos; teníamos las manos siempre empapadas, por la humedad del mar y la sal. Era increíble: al principio tenías que endurecer las manos y correr las velas cada tanto.
   “A veces, a las  dos de la mañana, teníamos que cambiar las velas de lugar y todo el mundo a levantarse y siempre hacer ocho horas por día, de 4 a 8 y de 16 a 20, manejar y hacer lo que había que hacer.

   “Todos aprendimos a timonear y los nombres de cada vela y de cada soga. Cuando tirás los aparejos, cada punta tiene su nombre. Al principio, un enredo total. Todo parecía chino, pero después vas prestando atención y aprendés. El barco se hace andar en equipo. Todos ponen el lomo (sic). Hay que limpiar los baños, aunque seas el rey de España. El único que tiene ciertos beneficios es el capitán, después todos estamos en la misma.

   “Eramos seis zappitos, tripulantes, y diez pasajeros que pasamos a ser parte. Nadie toma sol. Todos hacíamos algo todo el día”.

   —¿Dónde están ahora y qué están haciendo?
   —Estamos en Kourou, un puerto espacial muy famoso porque, desde 1968, se hacen despegues al espacio de toda Europa. Despegan grandes naves llevando satélites de 10 toneladas. Tenemos una invitación oficial a un lugar que se va a ver muy bien; es casi un palco.

   —Tras esta aventura ¿regresan a su casa en Los Cardales?
—Estamos en camino a Cardales. Llegamos a Surinam y bajaremos a Brasil, Paraguay y Uruguay. Brasil tiene 5.700 kilómetros de playas espectaculares y no va a ser pronta la llegada.

   “Hemos aprendido que los tiempos los pone el camino. Si uno quiere disfrutar del camino tiene que ir al paso que el camino te vaya dando, porque la sorpresa, lo que aparezca, te va a ir diciendo si vas más rápido, o más lento. Cuanto más abierto estás a la sorpresa, mejor lo pasás.

   “Anoche llegamos a Kourou sin saber dónde íbamos a dormir, fuimos a un mercado chino, y a los pocos minutos apareció un francés viajero, en su moto y nos invitó a su casa con piscina, un jardín impresionante y unas historias maravillosas. ¡Menos mal que no habíamos reservado hotel! Nos hubiéramos quedado solos encerrados en un cuarto. Ahora estamos en una casa bellísima con perros para los niños y nietos para jugar. Siempre hay que estar abiertos”.

   —¿Cuál fue el mayor aprendizaje de esta experiencia?
   —El mayor aprendizaje fue superar el miedo, ganarle al miedo de meter todo lo más querido, todo lo que más amás en un solo barco, a toda tu familia y mostrarles que hay que disfrutar y que, a veces, hay que tomar riesgos si querés disfrutar de la vida.

   “Si querés cuidarte todo el tiempo de que no te pase nada termina siendo algo triste. Qué triste que en la vida no te haya pasado nada. Cómo vas a ganar si no arriesgás un poquito. Nadie gana sin arriesgar.

   “El aprendizaje es que vale la pena tomar riesgos y también que el mar es otro mundo. Tenés que aprender a convivir con la naturaleza, con lo que ella diga, si hay viento u olas grandes, vos no lo decidís y tenés que aprender a convivir con gente que no conocés para nada y aunque sean muy distintos podés formar un equipo.

   “Otro aprendizaje es que sos capaz de todo: podés ser montañista, marinista, campesino, citadino, oficinista, navegante, escritor, papá, familia, tantas cosas. Es solo proponértelo.

   “Parecía imposible cuando lo pensamos en Sudáfrica y, al ver tres barcos a vela, le dije a Cande: 'Vamos a cruzar el Atlántico en un barco a vela y vamos a llevar el coche en el barco'.

   “Obvio que sonaba ridículo, pero lo logramos. Por más que este digan que no se puede, si sos testarudo lo vas a lograr. No era barato, es el primer barco que pagamos y muy contentos porque lleva carga a vela y es algo muy bueno para la ecología del mundo. Los 16 barcos más grandes del mundo contaminan tanto como todos los coches del mundo.

   “Logramos pagar el cruce con un crowdfunding y con libros que vendimos. Es increíble como todo llega, hay que ponerle ganas y no escuchar al que te dice que no se puede. Hay que escuchar esa vocecita que viene del corazón y le da sentido a tu vida. El aprendizaje es que se puede hasta la locura más grande”.

   —¿Harán una pausa de viajes largos, como en algún momento mencionaron?
    —No sé si haremos una pausa. Vamos viviendo el día a día. Cuando salimos de viaje creímos que salíamos por 6 meses y acá nos tenés: 19 años, cuatro hijos y la vuelta al mundo. Lo que suceda, sucederá.


   “No hay que tratar de organizar el futuro. Hará contigo lo que el quiera. Hay que tener un objetivo, pero sin ponerle fechas ni exactitudes. Lo vas a lograr, pero seguramente por otro camino y de otra forma. Cuando llegues va a ser totalmente distinto pero mucho mejor. Así nos pasó.

   “Me veo en la Argentina un tiempo, pero no sé cuánto. Estoy pensando en cosas que tengo que resolver mañana, en cómo hacemos hoy, mañana o pasado mañana, no más allá. En Brasil hay muchos kilómetros de caminos de barro y estamos en épocas de lluvia, así que vamos a chapotear en el barro.

   Así partieron hace 19 años, dejando los miedos atrás.

   “En Surinam ya nos pasó. Nos quedamos empantanados dos veces y las dos veces apareció gente para ayudar. Si vuelve a pasarnos sabemos que va a aparecer gente. Lo único que tenemos que hacer es pedir ayuda. A la gente le encanta ayudar y ser parte de esta aventura. En este mundo nadie está solo.

   “Creo que todo el mundo se preocupa más por nosotros que nosotros por nuestro futuro. Sabemos exactamente qué vamos a hacer cuando lleguemos a la Argentina. Vamos a dormir una buena siesta y después de esa siesta veremos qué haremos. Así se quedan todos tranquilos. Es lo único que tengo claro, todo lo demás, veremos”.

   Su historia de amor. Cupido los flechó en la comarca. Herman se crió con sus abuelos en Sierra de la Ventana y Candelaria en Chascomús. Según cuentan, se amaron ni bien se vieron, cuando ella tenía 8 y él 10. Ya en la adolescencia pasaron del idilio al verbo y a la certeza de que iban a querer estar juntos para toda la vida.

   Cuando llevaban un tiempo de casados abandonaron la comodidad de la rutina para emprender un viaje hacia Alaska. Hasta ese momento el trabajaba con cableado de fibra óptica y Candelaria era secretaria. Hoy dan charlas y conferencias por el mundo.

   Los niños. Pampa, nació en Carolina del Norte (USA) camino a Alaska; Tehue, en Capilla del Señor (Buenos Aires) cuando la pareja unía La Quiaca con Ushuaia; Paloma, en Vancouver (Canadá) durante el tercer viaje; y Wallaby se asomó al mundo en Australia --de allí su nombre, que significa canguro.