Bahía Blanca | Viernes, 26 de abril

Bahía Blanca | Viernes, 26 de abril

Bahía Blanca | Viernes, 26 de abril

“Este proceso de quiebre recién está empezando y tiene final impredecible”

Especialista en América Latina, el politólogo y docente Santiago Leiras analizó con La Nueva la crisis en Bolivia, así como los conflictos en Chile y otras naciones sudamericanas. También habló de nuestro país y lo diferenció: “Argentina ya tuvo su 2001”.

Las calles de Bolivia siguen tomadas por la violencia. (Reuters)

Maximiliano Allica / mallica@lanueva.com

   --Usted sostiene que hace falta crear lenguaje de siglo XXI para explicar los procesos de quiebre institucional de este siglo y que el último golpe clásico ocurrió en 2002 en Venezuela. ¿A qué se refiere?

   --Esto viene a cuento de la discusión de si hay un golpe de Estado o no en Bolivia. Pareciera que todo aquel que no comparte la tesitura de que hay un golpe es antidemocrático o facista. Mi planteo es que tenemos procesos nuevos en estos casi 20 años del siglo actual, lo cual involucra a los quiebres institucionales. 

  “El golpe clásico era la intervención militar y la asunción en el gobierno de las fuerzas armadas. Es decir, un agente estatal que interrumpe el orden institucional a través de un procedimiento ilegal como es violar la Constitución y ocupa el gobierno.

   “Desde el 2000 para acá se empezaron a dar una cantidad de fenómenos bastante híbridos. El último golpe clásico probablemente haya sido el de 2002 en Venezuela, que intentó derrocar a Hugo Chávez y finalmente fracasó. Desde entonces hubo una cantidad de fenómenos donde los agentes que llevan adelante el proceso son diversos". 

   --¿Por ejemplo?

   --En Ecuador hubo dos rebeliones en los años 2000 y 2005 de carácter indígena-militar, es decir, con un actor militar y otro civil como son los movimientos indígenas. ¿En ese caso es un golpe de Estado o es otra cosa? 

   "Tampoco lo podemos llamar una revolución al estilo de los años 60 y 70, porque ahí estaríamos hablando de un actor civil que opera contra el Estado. Mi propuesta es que estos procesos exigen pensarlos con categorías nuevas”.

   --Al margen de las categorizaciones, ¿lo que ocurre este año en países como Bolivia y Chile, entre otros de América Latina, obedece a patrones comunes o cada caso tiene características propias?

   --Hay un factor común que es el final del super ciclo de las commodities a partir de 2013, que en la primera década del siglo generó un crecimiento sostenido en la mayoría de los países de la región. En esos años creció una clase media que hoy, aun en condiciones adversas, mantiene una expectativa de ascenso social que no se condice con el final de ese auge de las materias primas.

   “A partir de ahí vemos conflictos distintos. En Perú, por ejemplo, hubo una crisis institucional donde el presidente disolvió el Congreso y llamó a elecciones generales en el corto plazo, para enero próximo, pero todo en un marco de legalidad. 

   “En Chile y Bolivia tenés crisis sociales más pronunciadas donde es interesante observar este aspecto: los dos países tienen a sus macroeconomías muy ordenadas, en Chile bajo una estrategia neoliberal y, en Bolivia, bajo una 'populista', así entre comillas porque allí también se privilegió el orden fiscal”.

Santiago Leiras

   --¿Entonces qué sucedió?

   --Chile irónicamente padece los éxitos de su propio modelo, ya que generó crecimiento y alimentó a una clase media que dejó de ser pobre y tiene más demandas. Antes pretendía cubrir los ingresos de la canasta familiar y ahora quiere más, lo cual es absolutamente legítimo. Los chilenos van por mejor calidad educativa, de acceso a los servicios públicos y de condiciones salariales. 

   “Esa tensión entre la expectativa de la clase media y un crecimiento económico que es condición necesaria pero no suficiente para satisfacerla, generó un sentimiento de frustración que tuvo dos manifestaciones: el nivel de apatía electoral es bastante alto y a eso se sumó una decisión irritativa como el aumento del transporte público. Y de la apatía a la anomia tenés un paso".

   --¿Y en Bolivia?

   --Ahí opera otra cuestión, estructural e histórica, que es el conflicto entre occidente y oriente o, para decirlo de manera más gráfica, entre La Paz y Santa Cruz de la Sierra. La primera expresa al occidente indígena, minero, mientras que la segunda a un modelo blanco y agroindustrial. 

   "En 2009, cuando Santa Cruz casi resuelve su separación, llegan a un acuerdo y dictan una nueva Constitución, a partir de la cual La Paz acepta la autonomía de los departamentos del Este mientras que Santa Cruz reconoce el carácter plurinacional del Estado. En Bolivia hay 34 pueblos que reivindican su carácter nacional, no solo los quechuas y los aymaras, que son solo los más conocidos.

   “Luego de esto vienen los procesos de manipulación institucional a partir de 2014, que rompen esa tregua. A Evo Morales le permiten una segunda reelección cuando no podía y, ya durante ese tercer mandato, va a un referendo en 2016 para que le permitan presentarse por cuarta vez. La gente vota mayoritariamente que no, pero él desconoce la voluntad popular al conseguir un fallo que sostiene que impedirle ser candidato en las futuras elecciones, justamente las de este año 2019, viola sus derechos humanos.

   “Así llegamos a los comicios del pasado 20 de octubre y, desde ahí, a este proceso de quiebre que recién está empezando y tiene final impredecible”.

   --¿A qué atribuye que Argentina esté al margen de estos conflictos, considerando que la experiencia muestra que las crisis económicas como la actual, y más aún con un gobierno no peronista, terminan con desbordes en las calles?

   --A dos factores. Primero, que Argentina ya tuvo su 2001. El aprendizaje fue que se estableció una gruesa malla de contención social, que permite la expresión de la protesta, a veces con dificultades para el tránsito en especial en Buenos Aires, pero que no tiene el nivel de violencia que vemos en Chile y Bolivia, más allá de algunos episodios puntuales como en diciembre de 2017 cuando se discutió la reforma previsional.

   "La malla significa que el gasto público, con programas sociales de todo tipo, está en el orden del 60% del presupuesto. El otro factor de contención es que estamos en un año electoral donde ganó la oposición y eso crea una expectativa de cambio que sirvió para moderar algunos reclamos”.