Bahía Blanca | Domingo, 28 de abril

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Los peligros de la noche, antes y después de Aída

Cómo conviven y compiten las trabajadoras sexuales de la calle en un ambiente cada vez más violento.

Redacción@lanueva.com / info@lanueva.com

   El cierre de los cabarets como resultado de la lucha contra la trata alcanzó solo para redireccionar el negocio de la prostitución. Ni cerca de exterminarlo, apenas le cambió la cara y lo corrió de lugar. Irumpieron los “privados” y las casas de citas, favorecidos por el impulso de las redes sociales y una demanda constante. 

   Y la siempre polémica “Zona roja” también tomó vigor. “Zona roja” es un barrio o sector público en donde se concentra la oferta sexual. Y en Bahía se dinamizó la que está comprendida por el cuadrante de Almafuerte, Moreno, Sixto Laspiur y Holdich. 
   Tuvo altibajos pero -mal que les pese a muchos vecinos del barrio Almafuerte- nunca desapareció y volvió al dominio público la mañana del 17 de julio pasado, cuando encontraron el cadáver de Aída Rosa Caballín, una de las trabajadoras del sector.

   Se cree que a Aída la mató un cliente. Diego Hernán Rogero fue detenido, aunque todavía no se sabe el por qué.

   Más allá del femicidio, ¿cómo está hoy la “Zona roja”?, ¿creció en general el nivel de violencia?, ¿cómo es la convivencia con los vecinos?

   El escenario no cambió. Sí las protagonistas. O algunas. A las travestis y transexuales (mayoría) y las mujeres “nacionales” se les sumaron dominicanas, que hasta hace algunos años tenían exclusividad en los privados. Hay 3 o 4 que, por turnos, se mueven generalmente por la zona de Almafuerte y Moreno.

   Dicen que las centroamericanas están celosamente vigiladas. “Tienen fiolos”, asegura Adabel, para quien ya es casi una rareza esa modalidad, porque la mayoría de las trans, como ella, se maneja de manera independiente.

   “Son dos tipos gigantes, que andan armados y están sobre Moreno, entre 9 de Julio y Almafuerte”, agrega.

   Y además los tilda de violentos: “Como las dominicanas estaban cobrando muy barato, se les reclamó unificar tarifas y aparecieron estos ‘monos’ buscando a las travestis que hacían el reclamo, con armas en la cintura”, explica Adabel.

   También se dice que las extranjeras son cada vez más jóvenes. Algunos no descartan a menores.

   “Nosotras cobramos entre 300 y 500 por sexo oral y ellas suben (a un auto) por 50 o 100 pesos y por 300 hacen el servicio completo. Se van una hora por 500 pesos y nosotros por no menos de mil”, compara Fernanda, otra trans de la “Zona roja”.

La disputa por las esquinas y el escenario

    Las trabajadoras sexuales se reparten las esquinas. Hubo disputas como en algún momento las tuvieron los limpiavidrios. De hecho, el año pasado atacaron brutalmente a Aldana Geraldine González, en un incidente que sumó impacto público por la foto de la víctima, con su rostro desfigurado por un corte transversal, casi de oreja a oreja.

   Sin embargo Aldana -hoy es Fernanda- aclara que aquel hecho que casi le cuesta un ojo no tuvo que ver con las paradas, sino con otra travesti que pagó para que la atacaran. Dice que la autora material está detenida y la intelecual no, pero confía que ambas llegarán a juicio próximamente.

   Junto a las dominicanas, la escenografía la completa un número cada vez mayor de trans y travestis -la mayoría llegadas de Salta y algunas con paso previo por Capital- y varias mujeres, algunas adultas que se vieron obligadas a tomar la calle corridas por el cierre de los prostíbulos.

   La cantidad oscila por los turnos, aunque en total pueden llegar a ser 60. Y aún en el verano. Las mujeres -más disimuladas en sus movimientos- generalmente están entre las 21 y la 1 o 1.30 y las travestis -que se ubican cerca del cordón cuneta y hacen ostentación de su figura- dominan la madrugada. Dicen que Aída era la excepción: se mimetizaba con las travestis y muchas veces se quedaba hasta las 7 u 8.

   “Todos los días hay quilombo, me extraña que las cámaras no capten las peleas. No es cierto que entre las travestis nos llevamos bien”, afirma una operadora sexual que prefiere anonimato.

   Fernanda, quien trabaja desde hace muchos años en la esquina de Sixto Laspiur y Roca, dice que no se mete con nadie, pero reconoce “de que hay puterío”, aunque sabe quiénes son las que hacen lío.

Efectos de la crisis: a la noche también se cuida el mango

   En tiempos de recesión, los recortes también alcanzan a los servicios sexuales.

   “Llegó la crisis, se nota en la web y en la calle. La gente no quiere gastar mucho y bajó la cantidad de clientes, diría que un 50%”, asegura Fernanda.

   ¿Por qué muchos aún optan por la oferta callejera en comparación con la cita pactada? Se cree, básicamente, porque le da al cliente -y más en tiempos de recortes económicos- la posibilidad de “pelear” el precio mano a mano.“Algunos llegan a pagar hasta 4 veces menos que en un departamento, pero no se dan cuenta de que les puede salir más caro, porque muchas les roban”, advierte una chica que trabaja en su casa. De todas maneras, reconoce que después de las 10 de la noche su teléfono suena mucho menos que durante el día. “Ahí te das cuenta de que mis colegas ya están las de la calle”.

   Todas son precavidas a la hora de hablar de “clientes”, aunque sí coinciden en que muchos son casados.

   “No te podés imaginar los que pasan por acá. Si empiezo a hablar, más que Moria pasaría a ser yo ‘La One’”, asegura otra trans que no quiso identificarse.

   Fernanda asegura tener detalles del caso de “un abogado conocido”, habitué de la zona, al que una travesti le robó 250 mil pesos que tenía abajo del colchón en su casa. Sin embargo jura que no dará nombres, porque el tipo “es un caballero”.

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“Las Toquiteras” y la escuela para “pungas”

   Una travesti que hoy ya no trabaja en la calle apunta contra “Las Toquiteras” (término acuñado en los bosques de Palermo), que generalmente les roban a los clientes celulares, billeteras o alhajas.

   Incluso asegura que funciona -o al menos hasta hace algún tiempo lo hacía- una especie de “escuela de capacitación” para “pungas” en la casa de una salteña que vive en la calle República Siria y que para muchos es “intocable”.

   “Aprendió en Constitución con las peruanas, que son las más chorras. Te da clases. Hace como 10 años tenías que pagar 300 pesos o el resultado del primer robo. Algunas que no tenían plata le entregaban una cadenita o un celular”, reafirma otra chica trans.

   Dicen que la salteña recluta “pupilas” desde el norte, les enseña a robar, las usa y después se las saca de encima.

   La muerte violenta de Aída puso de relieve los riesgos latentes de la “Zona roja”, atravesada por la droga, el alcohol y la violencia, no solo de parte de los clientes hacia las prestadoras sino también entre las operadoras, por la fuerte “competencia”.

   Una modalidad delictiva está creciendo en el sector: supuestos clientes a pie, que primero consultan precios, después sacan un arma blanca y las amenazas para entregar el dinero reunido. Días antes de lo de Aída lo sufrió una chica trans, sobre la calle Gorriti, cuando un ladrón la intimidó con un facón como el de Martín Fierro.

“No tenemos garantías a la hora de salir”

   “Nunca fue fácil, pero hoy no tenemos garantías a la hora de salir a trabajar. Yo sufrí tres asaltos en la vía pública; una vez terminé con los pies esguinzados y en otro hecho me dejaron tirada en Almafuerte como al 2000, muy golpeada”, señala Adela, quien la tiene reclara.

   Desde hace casi 3 años que no está en la calle -atiende en un departamento particular- pero la conoce como la palma de su mano. Es de las pocas bahienses de origen que se dedica al trabajo sexual desde hace más de 20 años.

   Su historia es muy particular. Tiene 33, pero empezó a los 12, en la Plaza Rivadavia, junto a un grupo de homosexuales. Fue “pionera” con la promoción del servicio en las esquinas (Soler y la avenida Cerri) y trabajó en muchos cabarets. Hoy no está en la calle, pero sigue en contacto con sus colegas.

   “También vendo cortinas de cabellos natural y pelucas y a las chicas las veo a diario. No tenés garantías en este trabajo porque, donde llamás a la patrulla porque alguien te agredió, te dejan un coche cerca para prevenir y los clientes no te paran. La policía no es la solución para nosotras”, explica.

   De hecho, considera que hace muchos años la relación entre las “esquineras” y los vecinos era diferente, al punto que a algunas de las trabajadoras las tomaban casi como “vigilantes” en materia de seguridad por los robos.

   “Diría que, en algún punto, estaban hasta más seguros con nosotros ahí”, sostiene Adabel.

   Fernanda anda siempre con gas pimienta, por las dudas. “Si me tengo que tirar de un auto en movimiento, no tengo problemas, lo hago.

   Estoy siempre preparada para lo que sea. No tengo miedo, porque estoy hace más de 20 años en la calle, en el ambiente, aunque no significa que me pueda pasar lo que le pasó a Aída. No todos los clientes que rondan la zona roja son asesinos; Aída tuvo el triste destino de que la levantara un psicópata”, advierte. 

   Otras, desde el crimen, prefieren moverse de a dos o más o no quedarse solas en una esquina.

Nuevo reclamo por la ley de cupo trans

   Las trabajadoras sexuales aprovecharon para volver a exigir por la falta de respeto al cupo de la ley laboral para trans. La 14.783, que vio la luz en septiembre de 2015, prevé una proporción no inferior al 1% en el sector público de ocupación de personas travestis, transexuales y transgénero que reúnan las condiciones de idoneidad para el cargo.

   La normativa provincial busca promover la igualdad real de oportunidades en el empleo público para una comunidad históricamente perseguida, exluida y vulnerada.

   “Esa medida sacaría a unas cuantas chicas de la calle, pero acá no se cumple. Solo hay dos trans trabajando en el ámbito público local, y que no son de Bahía: Saira (Millaqueo), la chica que juega al hockey, y Carolina Martínez, que es salteña. Hicimos marchas pero no se pone en práctica”, advierte Adabel.

   La ley provincial extiende el cupo obligatorio del 1% trans a organismos descentralizados, empresas del Estado, las municipalidades y hasta las firmas privadas concesionarias de servicios públicos.