Bahía Blanca | Viernes, 26 de abril

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Marcela solo quiso ser maestra

Lleva 24 años trabajando en sala y este año se despide del jardín 901.

Videos: Francisco Villafáñez-La Nueva.

Por Belén Uriarte / buriarte@lanueva.com

 

  —Chicos, ¿vieron el partido de Argentina el sábado?

  —Yo sí. Fui a la cancha a verlo.

  —¿Te fuiste a Rusia?

  —Sí, solo que vine corriendo lo más rápido que pude.

 

  La escena la protagoniza Manuel, un nene del jardín 901. Su seño Marcela lo mira y se ríe. Es una de las tantas ocurrencias que escuchó en sus 24 años de profesión.

  Marcela Suárez tiene 50 y llegó al jardín 901, de Juan Molina al 600, en 1994. Lo hizo como maestra de música. Después trabajó 4 años en la escuela Nº 34 y en 2005 volvió a su primer amor. En esta oportunidad, como maestra de sala.

  —Lo más lindo del mundo está acá, no lo cambio por nada, es mi segunda casa —dice Marcela, sentada en una silla y luciendo su guardapolvo azul y verde.

  Recuerda que de chiquita jugaba a ser maestra. Y que en primer grado de la escuela Nº 22 conoció a Julia, la seño con la que aprendió a amar la educación.

  Siempre lo supo. Enseñar es su vocación. La sala, su vida.

  Por eso dijo “no” cada vez que le propusieron ser secretaria.

  Por eso cada día entra al aula con una sonrisa.

  Por eso no quiere que se termine.

  Cuando pasa la puerta de entrada, Marcela se olvida de todo. Y su mochila —algunos días más pesada que otros— parece vacía.

  —Este jardín tiene magia.

  Una puerta con vidrios en la parte superior. Varias mesitas rodeadas de sillas. Cajas en los rincones. Guirnaldas. Cartelitos con nombres. Dibujos en las paredes. Y verde. Mucho verde.

  Así luce el aula de sala verde del turno mañana.

  La seño Marce abre la puerta y los chicos empiezan a entrar. Se sientan en el fondo de la sala. Todos en el piso.

—¿Qué les gusta del jardín? —les pregunta Marcela.

—Jugar, tomar la leche, ir al patio.

—¿Y de la sala qué les gusta?

—Pintar, dibujar, los juegos geniales que tiene la sala, como el dominó, el MemoTest.

  Los chicos tienen entre 4 y 5 años y solo la mitad del curso egresa este año. Pero no hay diferencias. En la sala verde saben mucho de integración.

—Nosotros también sabemos hablar en el idioma que habla Melody —dice la seño Marce mientras los chicos buscan sillas para sentarse.

  Los nenes levantan un brazo y se disponen a cantar con señas la canción Bandera. Todos mueven sus manos, siguiendo a la seño. Y cuando terminan se regalan un aplauso.

  El jardín 901 se fundó en 1949 en Corrientes al 300. Más tarde, mudaron las instalaciones a Juan Molina.

  Tiene 326 alumnos, de entre 3 y 5 años. Y 13 maestras de sala distribuidas en dos turnos. Marcela es la que más sabe del jardín.

  —Conoce todos los detalles. Tiene un gran cariño por el jardín. Tiene exalumnos que ahora traen a sus hijos y son alumnos de ella —dice Silvia Guillermo, directora del 901.

  Marcela tiene 25 alumnos en sala verde. Entre ellos, su nieto Emiliano.

  No es la primera vez que su vocación se mezcla con su familia. Marcela también fue maestra de Gonzalo, su hijo mayor. Los otros dos, Joaquín y Candela, también fueron al 901, pero a otras salitas.

  Reconoce que en su casa es más estricta que en el jardín. Por eso muchas veces recibió el reclamo de sus hijos: “Querés más a los nenes del jardín que a nosotros”.

  No es lo mismo ser mamá que ser docente. Aunque en la casa y en el aula ponga el mismo amor. Aunque en la casa y en el aula todos quieran seguir sus pasos.

  —Muchas veces los papás me dicen que los chicos se sientan en la casa con un librito y empiezan a tomar asistencia como paso yo [...] Cuando hay que poner un límite, digo “caramba carambita, me ponen los pelos verdes” y ellos después lo dicen en sus casas.

  A Marcela no deja de sorprenderle el paso del tiempo. Ver que papás, que tiempo atrás eran sus alumnos, hoy atraviesan la misma puerta para llevar a sus hijos la conmueve.

  Sabrina es un ejemplo de eso. Marcela fue su maestra de música en 1995 y ahora es la seño de Pía, su hija de 5 años.  

  —Quiero agradecerle por el cariño —dice Sabrina y se tapa los ojos. No aguanta la emoción. Para ella sigue siendo su seño.

  Rodrigo fue al jardín 901 de 1974 a 1976 y conoció a Marcela por su hijo Manuel, que este año egresa de salita verde. Recuerda que en el aula de su hijo él vivió parte de su infancia.

  Para él, el jardín es muy especial. Tanto es así que decidió comprar una casa en el barrio Pacífico para que su hijo pudiera experimentar la adrenalina de recorrer aquellos pasillos.

  Le encanta el edificio y su inmenso patio. Pero sobre todo destaca el factor humano.

  —Uno deja lo que más quiere acá. [...] Lo más importante que querés para tu hijo es su educación, que es lo que le va a permitir en un futuro ser una persona independiente.

  Rodrigo mira a la seño Marce y sonríe.

  —Sin dudas es “la maestra”. Y no porque lo diga yo, mi hijo lo dice. Lo confirma todos los días y son ellos [los chicos] los que están con ella.

  A Marcela le quedan pocos meses en el jardín. Se jubila a fin de año y muchos de sus nenes ya lo saben. Otros se sorprenden cuando les cuentan la noticia.

—Quiero escuchar algo que me quieran regalar… —pide Marcela.

—¡Flores! —grita un nene.

—No, no, pero algo que me quieran regalar de palabras —aclara la seño.

—Te quiero mucho —dice una nena.

—Yo también los quiero mucho —responde Marce.

  Los chicos se miran entre sí. Todos se muestran pensativos. Y de repente Manuel aparece otra vez en escena.

—Te vamos a extrañar todos —le dice a la seño.

—¿Qué, no vas a venir más al jardín? —pregunta una compañerita.

—¡Ay! No me gusta que venga otra seño —agrega otra nena.

—Pero todavía falta, todavía falta —dice Marce. Y todos se tranquilizan.

  Recién en diciembre se despedirá de sus chicos. Y el próximo año, alejada del 901 que la vio crecer, se dedicará a hacer zapatillas. Aún no sabe si las va a vender o regalar: la idea es mantener la mente ocupada.

  Sabe que será difícil vivir lejos de los chicos. Por eso también se piensa como una abuela cuentacuentos.