Bahía Blanca | Lunes, 06 de mayo

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Paola, la mujer que salió de una depresión pensando en los más chicos

Está al frente de la ONG Corazones Solidarios desde hace casi 9 años.

Fotos: Pablo Goicochea-LaNueva.

Por Belén Uriarte / buriarte@lanueva.com

      Pablo Goicochea / pgoicochea@lanueva.com

 

   Este viaje es la experiencia más importante del año porque es sacar de vacaciones a mis hijos. Si bien yo no puedo ser mamá, ellos son parte mía…

   Paola Vergara habla de los chicos que van a su ONG y se emociona.

   Hace casi 9 años que trabaja por y para ellos, a la par de Roberta, su mejor amiga.

   Pero, ¿cómo nació Corazones Solidarios?

   Paola no puede ser mamá. Y ese no poder la llevó a una profunda depresión. Su vida se transformó en una monotonía: comer, dormir y volver a comer.

   —Estaba mucho más gorda que ahora —recuerda.

   Y fue su mejor amiga quien la rescató de aquel infierno.

   —Roberta me dijo ‘¿por qué no te das la oportunidad de hacer algo que te gusta?’ Así que dije ‘bueno, vamos a arrancar’.

   La ONG comenzó con un simple ropero comunitario y fue creciendo. Hoy, también cuenta con un merendero y un comedor, al que asisten actualmente 280 familias.

   Paola cuenta que “gracias a Dios” siempre tienen algo para ofrecer. La Municipalidad los ayuda mensualmente con bolsones de alimentos, aunque la mayor parte de lo que reparten nace de la solidaridad de los bahienses: algunos dejan su aporte en la urna que lleva su marido Pocho al semáforo del shopping, otros se acercan a la ONG.

  Todas esas almas caritativas permiten que Corazones Solidarios funcione y que Paola siga de pie.

   —Es lo que me llena, lo que amo. Realmente me levanto por los chicos todos los días de mi vida —confiesa emocionada.

   —¿Y qué mensaje le dejás a la gente?

   —Que no sea egoísta. Que piense un poquito en el prójimo, que mire más allá de su ombligo y se fije que siempre puede haber alguien que necesite un abrazo, una palabra o simplemente esto: cambiarle un día a los chicos —dice y señala al mar, donde las carcajadas de sus nenes componen una perfecta sinfonía.

Juntando esfuerzos

   30.000 pesos en colectivo.

   15.000 pesos en camping.

   13.000 pesos de carne.

   720 pesos de pan.

   700 pesos de verdura.

   500 pesos de hielo.

   Casi 60.000 pesos salió un día en Marisol. Eso sin contar la fruta donada, los 6.000 pesos para el desayuno que entregaron pilotos de midget, y los budines y panes dulces que llevaron dos choferes de Sapem.

   Paola mira los números y se indigna. No puede creer que pasar un día diferente salga tan caro. No puede entender que lo que para algunas familias es cosa de todos los fines de semana, para sus 115 chicos es cosa de una vez al año. ¡Y cuesta tanto!

  El viaje se hizo con esfuerzo de muchos: gente de Punta Alta y Bahía que colaboraron con la compra de bonos, conocidos que se sumaron a las donaciones y gente que, desinteresadamente, entregó su tiempo.

   Voluntarios de la agrupación Tinta Libre, dos choferes de Sapem y camioneros particulares dijeron ‘presente’ en Marisol.

   Los choferes Marcelo y Gregorio se ofrecieron de manera gratuita para hacer el asado: con la ayuda de “Pocho”, el marido de Paola, y algunos voluntarios más, cocinaron 80 kilos de carne y 20 kilos de chorizo.

   —Somos padres, nativos de Villa Nocito y siempre que se puede colaborar se colabora —dice Marcelo, de 48 años.

   —De acá me llevo alegrías, emociones, cuando viene una nena y te dice: “Me llené, gracias, no quiero más”. Y te abraza y te dice: “Gracias che, gracias”. Esas emociones no te las saca nadie —asegura su compañero Gregorio, de 38.

    A ellos se suman Néstor y Adrián, dos camioneros particulares que no dudaron en ofrecerse para trasladar la mercadería. Fueron con Galo, su ayudante, y no cobraron ni un peso.

   Los 115 chicos se agrupan alrededor del camión y cantan bien fuerte: “Les damos las muchas gracias de todo corazón...”.

   Néstor se emociona.

   —Esto no tiene precio. Hay que dar para recibir. Arriba hay alguien que ve todo, que escucha todo… Y no será la última vez, este es el comienzo de un largo camino —promete el camionero con lágrimas en los ojos.

     Su compañero Adrián asiente. Los chicos lo dejaron sin palabras.

   Pero la solidaridad no es solo cosa de grandes.

   Milagros tiene apenas 9 años y fue a Marisol como voluntaria, siguiendo los pasos de su mamá. Colabora con la ONG desde que tiene 4 y a la hora de hablar, es totalmente desenvuelta.

   —Decidí ser voluntaria porque es lindo darles un plato de comida a los chicos y que sean bendecidos con ese plato —confiesa y sonríe.

   Durante el año, Milagros colabora con el comedor, asiste al Hogar Don Orione —centro residencial para chicos con discapacidad— y, aunque recién está en cuarto grado, también ayuda con las clases particulares para los chicos del barrio.

   En las vacaciones, tampoco se queda quieta: cuando anuncian el viaje a la playa, Mili es una de las primeras en anotarse.

   Tiene un corazón enorme. Por eso, Paola se emociona cuando habla de ella.

   —Empezó a ir a Don Orione casi a los 5 años… Cuando la llevamos, entró y salió llorando, fue fuerte para ella. Y cuando salió, nos dijo a todos los voluntarios: “A estos chicos no hay que tenerles miedo, porque estos chicos te llenan de amor, hay que tenerles miedo a los ‘normales’ porque tienen mucha maldad”.

 

50 fotos del viaje a Marisol