Bahía Blanca | Miércoles, 24 de abril

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Un monasterio único, oculto entre las sierras

Cerca de Pigüé, dos sacerdotes y un monje viven la fe de acuerdo al rito bizantino, que corresponde a las iglesias ortodoxas de Oriente. Cultivan su comida, tienen su propio calendario y reciben peregrinos constantemente.

Producción fotográfica: Rodrigo García - La Nueva.

Hernán Guercio / hguercio@lanueva.com.ar

   La primera imagen parece casi sacada de una película: la cruz blanca con tonos celestes marcando el ingreso, con las sierras de fondo. Dos o tres kilómetros después de un camino de tierra que se adentra entre las rocas, justo detrás de una curva, aparece el monasterio.

   No es una construcción de piedras inaccesibles, rodeada de silencios que esconden secretos inescrutables, ni hay compuertas que impidan el paso al peregrino. Apenas se ingresa, a mano derecha, hay dos bancos techados, de madera y chapa galvanizada; de frente, una suerte de chalet de madera, de dos pisos, que funciona como hospedaje y lugar de reunión; y al finalizar el sendero, un templo apuntando hacia el este, coronado con la cruz de tres travesaños. Plantas, arbustos y vegetación hay de todos tipos y colores. Se respira paz.

   La tranquera está abierta. Siempre está abierta.

 

   El Monasterio Católico Bizantino de la Transfiguración, el único en su tipo en toda Hispanoamérica, se asentó en Pigüé hace unos 15 años y desde hace 12 se encuentra en su pequeño espacio a los pies de las sierras de Curamalal. Allí habitan dos sacerdotes y un monje, que viven de acuerdo al ritual bizantino, que corresponde a las iglesias ortodoxas, al Oriente Cristiano.

   Lejos de significados rígidos, aquí la palabra “ortodoxo” excava en sus orígenes y se aleja de la idea occidental de rigidez. El concepto se refiere a una visión real de la fe cristiana, explicando que lo que se observa en el culto es un reflejo verdadero de lo que pasa en el Cielo.

   “Es decir, no es un simulacro inventado por los hombres ni una ceremonia pergeñada, sino una manifestación real, un reflejo fiel, que obviamente implica una correcta doctrina”.

   El padre Dionisio (Flamini) es el que más habla. Incluso, el otro sacerdote, Sergio (Argibay), y el monje Jonathan (Garbalena) cruzan miradas cómplices y hasta dejan escapar alguna sonrisa cuando empieza a dar explicaciones y saltar de un tema al otro. Lo hace clara y lentamente, con voz tranquila, firme.

 

   “En este caso, la palabra ortodoxo apela a la comprensión, a los afectos y a los sentidos. De lo correcto e incorrecto tiene noticias la mente; de la gloria, los cinco sentidos, porque es algo que conmueve, que provoca una transformación interior. Es una idea de continuidad y fidelidad”, cuenta.

   Los padres Sergio y Dionisio son los fundadores del monasterio. Su interés, su hambre, su curiosidad, el camino -como lo definen- hacia el rito bizantino apareció hace más de 20 años, mientras eran seminaristas. Tanto fue así, que hasta dejaron de momento sus estudios como sacerdotes y se entrevistaron con el por entonces obispo Jorge Bergoglio -hoy Francisco I- buscando orientación, quien los instó a seguir por ese sendero.

   “Si bien existía el rito en Argentina, no había nada más. Solo quedaba irse del país si queríamos vivir algo con este grado de pureza. Le pedimos a Dios respuestas y fueron llegando con mucha claridad”, recuerda.

 

   De golpe y “por esas providencias extraordinarias de Dios”, apareció una mujer que les enseñó el idioma y la iconografía rusa, para leer y entender los textos en eslavo eclesiástico; empezaron a concurrir a la Iglesia Católica Rusa en Buenos Aires; hallaron una parroquia rusa en Campana y encontraron un capellán para llevar a cabo el rito bizantino, ya que ellos no podían hacerlo por ser (aún) seminaristas.

   Mientras tanto daban forma a su objetivo: fundar un monasterio católico bizantino. Y posaron sus ojos en las sierras de Curamalal.

   “Pensábamos en generar un espacio para poner al acceso de la gente cosas que eran inaccesibles. Era un desafío tremendo”, reconoce.

   La fundación tenía que hacerse en un lugar retirado, pero que no fuera inalcanzable. La montaña y la sierra son sitios propicios para los monjes como ámbito de retiro y la búsqueda de lo alto. Visitaron la Ermita de Saavedra y decidieron establecerse en la zona; con el correr de los meses, Pigüé sería el sitio señalado para instalarse. Sergio se ordenó sacerdote; Dionisio lo haría tiempo después.

 

   Hoy, la comunidad del monasterio proviene de unos 200 kilómetros a la redonda. Están los cultores del rito, también quienes acuden al monasterio y también a su parroquia, y aquellos no tienen una práctica religiosa constante, pero que allí encuentran elementos que los apoyan y enriquecen. Incluso, después de las liturgias se comparte un ágape con los presentes. Muchos se quedan a pasar el día.

   Al ser tres personas nada más, las tareas se reparten entre ellos, y siempre hay algo para hacer, desde antes que aparezca el sol hasta bien caída la noche. No están a la buena de Dios, aunque sí lo estén: en el lugar hay electricidad, gas para algunas cosas e internet para comunicarse. De la huerta sacan la mayoría de la comida que consumen.

   No son monjes de clausura; más bien, todo lo contrario. Los tres participan activamente de la vida pigüense, interactuando con los habitantes de la ciudad.

 

   Además, cada cual tiene una tarea específica, y a partir de ella se dictan talleres: por ejemplo, Sergio tiene a su cargo “La medicina de Dios”, en la que habla y enseña sobre herboristería, tomando como base los tratados de Santa Hildegarda; Jonathan es el artista del grupo; y Dionisio traduce textos litúrgicos del eslavo eclesiástico al castellano.

   No hay figuras tridimensionales ni estatuas en el predio: por todo es bidimensional y algunas de las figuras las  crean ellos. No usan instrumentos musicales; toda la liturgia se realiza con cantos gregorianos.

   Los tres travesaños de la cruz hacen referencia al sitio donde estaba la inscripción INRI, durante la crucifixión de Jescucristo; la del medio, por el lugar donde fueron clavados sus brazos, y la tercera por el lugar donde se ubicaron sus pies.

   A diferencia de la Iglesia romana, se representa a Jesús con dos clavos en los pies. La diagonal que va hacia arriba se refiere al ladrón que se arrepintió en la cruz, y apunta al paraíso; el extremo que mira hacia abajo, lo hace hacia el ladrón que se burlaba y apunta al infierno.

 

   El calendario que utilizan es el juliano, que tiene 13 días de diferencia con el gregoriano, que usamos normalmente; quiere decir que ellos celebran la Navidad el 7 de enero.

   Para el futuro, se espera fundar un convento de monjas bizantinas también en la zona. En estos momentos, hay una puntaltense en Rusia estudiando para ello.

   “Cuando llegamos, este lugar no era más que una casita; el resto era descampado. Pudimos construir la cabaña, dos garages, el templo y también un espacio para peregrinos. Hoy somos también más visibles porque tenemos una mayor infraestructura para recibir a la gente -explica-. Todo lo hicimos con la ayuda de nuestros amigos; con el esfuerzo de quienes colaboran”.

Pensamiento transversal e interconexión
 

   El padre Dionisio señaló que en la actualidad, una persona está acostumbrada a tener un sacerdote que se encargue de su fe, un médico que vela por su salud y un psicólogo que atiende su mente.

   “Tenemos muy bien separados los conocimientos y discursos de cada uno, por lo cual muchas veces nuestra vida sufre de disconexión y nos cuesta ver todo junto. Es fundamental que estén interconectados -asegura-. Hay que pensar todo esto en forma transversal”.

   En la autoconciencia cristiana oriental, la fe es una práctica, una forma de vivir, de comprender y usar el espacio.

 

   “Por ejemplo, un cristiano oriental ora hacia el oriente, hacia la salida del sol, porque Cristo dijo que iba a volver por ahí. Hay una comprensión espacial de la oración, que también se expresa por distintos movimientos: por ejemplo, la señal de la cruz se hace de otra manera. Hay distintos modos de postración, de inclinación y de participación del cuerpo dentro de la oración. Existe la oración mental, pero fundamentalmente hay una participación del cuerpo, de psiquis y espíritu”, explica.

   Algo similar ocurre con la alimentación, en cuanto a nutrir el ser propio en la vida de la fe. En cuanto a la medicina, el mismo ritual incluye las distintas facetas de la naturaleza para que puedan alabar a Dios.

   “Hay una comprensión de la familia para vivir la fe como tal, y que está conectada en la forma que comen o se visten. Hay una manera que integra todas las áreas. Es una manera menos disociada de vivir la fe”, cuenta Sergio.

 

   Para él, en el día de hoy hay “una búsqueda sedienta de armonía” por parte del hombre, debido a la angustia, el respirar un aire que no es seguro o convivir con el fraccionamiento de las familias.

   “¿Cuántas personas practicaban la fe cristiana en su ámbito, y a medida que el mundo se ha vuelto más espasmódico tienen una necesidad visceral de esa armonía? Entonces, muchos terminan en prácticas orientales, pero paganas; y otros hasta cambiaron su lenguaje religioso, pasando de hablar de pecado o de perdón, a hablar de karma o nirvana”, dice.

   “La gente está aturdida de división; todo es lucha por dinero o bienestar. Son pocas las alternativas que se ofrecen, y esa angustia lleva a una gran búsqueda que no siempre está bien dirigida. Lo nuestro es una propuesta para vivir la fe, y que integra a toda la persona”, agrega.