Bahía Blanca | Martes, 16 de abril

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Una transformación positiva

Escribe Tomás Loewy

El fundamento de una transformación positiva, para la Argentina, comienza con una revisión de la estructura -por todo concepto- de la Provincia de Buenos Aires. Las tendencias migratorias, de nuestro País, tienen un perfil histórico de concentración/polarización que ya preocupó y ocupó a la generación del 80 y luego a varios pensadores y políticos. Entre los años 1930-80, la migración interna se focalizó en aquella Provincia y la Capital Federal. Hoy tenemos un tercio de la población nacional en el 0,1 % de la superficie con un 93 % de urbanización.

La Provincia y la CABA suman un 50 % de habitantes, en un 10 % de nuestra superficie, pero pivoteada por los partidos del Gran Buenos Aires. No vamos hablar aquí de las causales de este despropósito ni de sus impactos ambientales y sociales, pero sí de su significación cultural y política.

Cada diez o veinte años, más o menos, algún referente o funcionario menciona la necesidad de una mayor distribución humana y económica en el país. Cualquier intento de modificación substancial de la provincia que nos ocupa, sin embargo, chocó siempre con una oposición cerrada y unida de la dirigencia peronista, aduciendo – a falta de mejores argumentos – que había otros problemas y soluciones. No resulta ociosa la pregunta por el fundamento de tal postura, toda vez que se exhibe con cierta coherencia. En dos párrafos, intentaré responder a ese interrogante.

Existe el mito, creencia o experiencia, de que los votos de este movimiento se nutren de las personas más pobres y desamparadas. Esto no habilita -necesariamente- a suponer que este espacio político representa genuinamente a tales segmentos sociales. Cabe mencionar el menor índice relativo de acceso a la educación formal, media y superior, que sufre esta población. Tal impronta, sumada a las carencias económicas, genera vulnerabilidad y baja autonomía ciudadana.

Las condiciones de pobreza y menor educación aparecen como propicias para la cooptación y el clientelismo electoral. Operativamente, empero, es necesario que -además- se concentren en un territorio delimitado. Estas circunstancias, juntas, solo se dan en el conurbano bonaerense.

En Argentina hoy emergen profundos impactos o síntomas de una agenda oculta, mediáticamente blindada, desde hace muchas décadas. Se expresan en implosiones políticas, desastres «naturales», números que no cierran, alta pobreza estructural, inseguridad y violencias extremas. Las raíces profundas de estos fenómenos permanecen silenciadas y el tratamiento sigue siendo electoral, de síntomas y sin una visión sistémica ni de largo plazo: no aborda las causas y las soluciones. Este bloqueo proviene de los encumbrados sectores económicos, políticos y sindicales, garantes del statu quo que los privilegia. Al respecto suelo parafrasear, apelando a la sociedad civil: ¡Argentinos, a las causas!

Quedarse en el diagnóstico y los síntomas sería un paso más de «más de lo mismo». Por eso acompaño esta introducción con un borrador de ideas para viabilizar la Provincia y -por añadidura- al país, a saber: a. integrar el conurbano con la Ciudad de Buenos Aires, con traslado al interior de la sede Capital Federal (propuesta del historiador Félix Luna) y b. dividir el resto en tres distritos autónomos, de acuerdo a criterios históricos e interdisciplinarios. Obviamente, este aspecto cuantitativo -discutible por cierto- debe estar inserto en un proyecto nacional de desarrollo, fundado en patrones de sustentabilidad multiescalar.

Muchos hablan -recurrentemente- de un símil «Pacto de la Moncloa» o de acordar tres o cuatro puntos básicos comunes, electoralmente intangibles. Me pregunto si el empeño remite a la gobernabilidad o a enfrentar las causas estructurales de nuestro atraso. Si no se problematiza, por ejemplo, a la Provincia de Buenos Aires, estaremos en el primer caso. No es el único indicador válido para esta afirmación, pero es infalible.