Boipeba, la pequeña isla que conserva la magia de la brasileña Bahía
Por Corina Canale / [email protected]
Oculta entre el océano Atlántico y las calmadas aguas del estuario del Río del Infierno, los pescadores de la isla de Boipeba salen cada mañana, bajo los arreboles rojizos que pintan el cielo, a buscar cangrejos y camarones.
Son unas 40 embarcaciones con motores a diesel, un compromiso de los isleños para cuidar el medio ambiente del litoral marítimo de Bahía, el lugar de Brasil donde se cree que “descansa el alma del gran país”.
Boipeba integra el Archipiélago de Tinharé y pertenece al municipio de Cairú. Su nombre deriva del vocablo tupí.
“m’boi pewa”, que significa “serpiente plana” y alude a las tortugas marinas que vienen a desovar a sus playas.
En ambas islas habitaban los tupinambás, mientras que Cairú, “casa del sol”, fue en tiempos de la conquista la metrópoli más grande de los pueblos originarios.
El turismo se instaló en Boipeba durante la última década, cuando surgieron pequeñas posadas.
Entonces los vecinos fundaron la Asociación de Moradores y Amigos de Boipeba (AMABO), que los compromete a desarrollar actividades económicas sin alterar la ecología.
Tampoco permiten la entrada de autos a la isla, que se recorre a pie o en los tractores que alquilan los granjeros.
El turismo de naturaleza encuentra aves en la Reserva de Biosfera, entre ellas los colibríes, y costas con arrecifes de coral, restingas, algas de colores, peces y crustáceos, y también manglares, erizos y estrellas de mar.
Y playas sombreadas por cocoteros y palmeras.
Boipeba es uno de los sitios más antiguos de la colonización, que comenzó años después de la llegada del navegante italiano Américo Vespucio el Día de Todos los Santos de 1501.
Salvador fue la ciudad más importante de la conquista y la capital del país hasta 1763.
La isla tiene tres núcleos urbanos. Velha Boipeba, en torno a la Plaza de San Antonio, donde está la Iglesia del Divino Espíritu Santo, histórico monumento del siglo XVII.
Morere, con sus coloridos bares y restaurantes, y sus posadas en la Ponta dos Castelhanos.
Una villa sin muelle donde la descarga de mercaderías aún se realiza con canoas que van y vienen desde los barcos.
Y San Sebastían, famosa por una gruta donde se escondían los jesuitas en sus luchas con los nativos.
En las primeras décadas de la colonización la costa de Bahía fue esencial en la Ruta de Indias que comercializaba sedas, alfombras, porcelanas y especias.
Los barcos llegaban a sus puertos naturales en busca de agua y leña.
La primera orden religiosa que llegó fue la de San Francisco, pero quienes desarrollaron las tareas más importantes fueron, desde 1549, los jesuitas, a los que trajo el Gobernador General de Brasil Tomé de Souza.
En el siglo XVII Boipeba ya producía maderas y cultivaba caña de azúcar, mandioca, coco, dendé y frutas de cajú, mango y mangaba.
Y un siglo después se sumaron los cultivos de café, canela, clavo de olor y pimienta.
Pero la isla creció con los colonos que cruzaron desde el continente hacia allí, huyendo del ataque de los Aimorés.
El misticismo de Bahía surgió de la cultura y la religión candomblé que los esclavos trajeron de África y que se fusionaron con el catolicismo; y creció con las obras de Jorge Amado, el escritor que reflejó la magia de su tierra en novelas como El País del Carnaval y Cacao, y que fue uno de los fundadores de la Academia de los Rebeldes.
Y Gilberto Gil, Baden Powell y Joao Gilberto le hicieron conocer al mundo su música y sus canciones. Boipeba es uno de los tesoros ocultos de la tierra del café.