Bahía Blanca | Miércoles, 09 de julio

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La fama, un arma peligrosa

por Tomás I. González Pondal

Debe tenerse mucho cuidado con el tema de los reconocimientos.

Parece que hoy basta con una consagración bien publicitada y expandida, para que toda la opinión pública tenga por grande al consagrado; un sonado triunfo hogaño, viene a ser como una especie de sello indiscutible de grandeza.

La fama es un arma bastante peligrosa, no solo para quien la vive, sino también para quienes siguen de cerca las “glorias” ajenas.

Resulta que una sencilla pregunta queda las más de las veces de lado: por muy grandioso que un triunfo sea, ¿quién otorga ese honor? ¿Quién hace las veces de jurado? ¿Quién, en definitiva, se encarga de elevar o rebajar, de ensalzar o silenciar?

La cuestión se torna demasiado evidente (para los que aún pueden ver las evidencias), cuando uno presencia el auge realmente sorprendente de calamidades intelectuales que circulan a mansalva a modo de textos para ser consumidos por todos los intelectos de la sociedad.

Y, claro está, lo que sigue a ese consumo es una deformación de las voluntades.

Aunados en una misma empresa, monopolios editoriales y muchos medios de comunicación difunden con su aprobación y agrado tales cosas, hasta que al breve tiempo anuncian con entusiasmo que la obra fue un best sellers, esto es, un triunfo impresionante.

Todo lo cual, indicaría, lo repito, que el autor de la creatura es una genialidad indiscutible.

Y así circulan, por citar solo algunos ejemplos, Cincuentas sombras de Grey y las demás sombras que le siguen, Destroza este diario, Acaba este libro, El libro del troll.

El triunfo no necesariamente asegura nada, al menos en los tiempos que corren.

Uno vale no por un triunfo, sino por lo que es.

Hay personas que por diversas razones son ignoradas, o acalladas, u ocultadas, o mancilladas, o deshonradas.

Se trata de personas, en definitiva, a quienes, “los eminentes jurados” que hoy reparten a libre antojo premios y castigos no los bendicen con el otorgamiento del triunfo.

¿Por esto diremos que no tienen valor? Más bien deberíamos decir que valen mucho más.

En definitiva, uno triunfa por lo que vale, a pesar de que no haya un reconocimiento visible, aunque para muchos la gente solo vale a partir de algún triunfo reconocido.

Llegar al triunfo o a la fama por el camino de la arbitrariedad o el mal, es tan solo una catastrófica derrota.

Son unos verdaderos perdedores los que se creen excelentes por haber llegado a un triunfo, sin advertir que al verdadero triunfo solamente llegan los excelentes.

Son los que creen que son sobresalientes en matemáticas porque alguien les puso un diez, y no por el hecho de haber llegado al diez por ser realmente sobresalientes en matemáticas.

Son los que, confundiendo las cosas, llegarán a pensar que uno se hace santo por haber llegado al cielo, sin advertir que uno llega al cielo por haber vivido santamente.

Según Eduardo Galeano: “Somos libres de inventarnos a nosotros mismos. Somos libres de ser lo que se nos ocurra ser. El destino es un espacio abierto y para llenarlo como se debe hay que pelear a brazo partido contra el quieto mundo de la muerte y la obediencia y las prohibiciones.”

Si aquí se dijera que el texto transcripto es una amalgama de absurdos, me tacharían mínimamente de insolente, pues “¿cómo te atreves a ensuciar las sabias palabras del afamado Eduardo Galeano?”

Y una vez más entonces: son palabras “sabias” que se las sustenta en la fama, sin que se advierta que, en verdad, no fue famoso precisamente por ser un sabio, sino porque el mercado editorial simplemente decidió lanzarlo directamente a la fama.

Se da aquí lo que se conoce en lógica como sofisma de autoridad: “Es así porque lo dijo Galeano, el famoso Galeano”. A poco que se analiza el texto, sin vueltas y con objetividad, se puede ver los atropellos a la razón.

¿Libres de inventarnos? Habría querido ser incorpóreo cuando un auto me chocó y casi pierdo la vida, pero… no se puede lo imposible.

¿Libres de ser cualquier cosa? Habría querido ser una roca para no sentir nada cuando un ser a quien amaba murió, pero… no se puede lo imposible.

¿Quién dice que es llenar el destino como se debe, el luchar a brazo partido, por caso, contra la obediencia? Haga el intento: luche a brazo partido contra la obligatoriedad exigida por un semáforo, y al poco tiempo, si puede, advertirá que el único que terminó partido fue usted, todo quebrado en la habitación de alguna clínica médica.

Por último, y para no abrumar: si somos libres de ser lo que se nos ocurra ser, ¿por qué entonces se me da un programa de vida en el que se me impele a la desobediencia y a desconocer las prohibiciones?

Reitero: sencillamente un cúmulo de absurdos en los que no se piensa, porque detrás está la fuerza creada de la fama.

Todas estas cosas medrosas en la fementida fama, en verdad, dejan abiertas las venas de América Latina, de las demás Américas y de todo lugar por donde se promuevan, haciendo que los intelectos se desangren de las cosas verdaderas.

En fin, las “grandezas” que hoy se reparten, no necesariamente prueban que quienes las reciben y quienes las dan son precisamente gente de excelencia.

Si al caballo de la fama no se lo sabe domar, el equino terminará por destrozar al jinete, y también a cuantos se le crucen por el camino.

Tomás I. González Pondal es abogado. Reside en Buenos Aires.