Bahía Blanca | Viernes, 18 de julio

Bahía Blanca | Viernes, 18 de julio

Bahía Blanca | Viernes, 18 de julio

El angosto camino para construir autoridad

El presidente Mauricio Macri, al ingresar a la Casa de Gobierno, en su primera semana al frente del Ejecutivo.

Mauricio Macri le ha impuesto un sesgo huracanado a su primera semana de gestión. Como si en cada decisión en estos diez días de altísima exposición hubiese querido demostrar que sabe ejercer el poder, que no se lo van a llevar puesto, que no le va a temblar la mano. Casi como dándole la razón a Cristina Fernández, que en aquella última reunión con los gobernadores del palo, a los que no les permitió ni abrir la boca, les advirtió: “Ojo que éste no es De la Rúa”.

El presidente ya ha mostrado un perfil que nadie puede discutirle. Lo que hace un poco de ruido es si detrás de cada decisión, jugando todo el tiempo al límite con el ejercicio de prueba y error, persiste solamente esa intención de mostrarse fuerte y al mando.

La verdad es que ha tomado seis o siete medidas de fuerte impacto político, aunque en ese tránsito la planificación y presentación de las medidas lo dejen expuesto a algunos tropiezos. O a algunas rectificaciones como ha pasado en el caso de la designación por decreto de dos nuevos jueces para la Corte. Vale mirar aquí un dato. El senador kirchnerista Miguel Pichetto le dijo a Federico Pinedo con aquel hecho consumado en medio de un hervidero de rechazos y criticas de adentro y de afuera: “No tenemos ninguna objeción contra Rosatti y Rosenkrantz, en lo que no estamos de acuerdo es con el procedimiento”.

Lo que dio a entender el jefe del bloque mayoritario es que si el gobierno en lugar de hacerlo por decreto mandaba los pliegos al Senado, se los iban a aprobar. Después, el propio Macri le dice el viernes por la mañana a los senadores del bloque del peronismo federal que está dispuesto a “corregir lo que haya que corregir”.

Un primer análisis inclina más a pensar que Macri está necesitado nomás de mostrarse como un presidente dueño del poder que no duda ni un segundo cuando toma una decisión, y que al mismo tiempo después puede reconocer que se equivocó. Lo cual no es malo en sí mismo. Pero yendo al punto: si hay un lugar donde el gobierno va a necesitar de consensos es el Congreso y más puntualmente el Senado. Con los empresarios y sindicalistas se dialoga y hay aprestos para un Pacto Social. Con el Parlamento se necesita otra cosa más que voluntarismo porque las mayorías, especialmente en la cámara Alta, quedaron en manos del kirchnerismo.

Está por verse si alcanza un estilo que podría definirse como “primero pego y después veo”. Por ahí tiene que ver ese empuje de estos primeros días, dicen, con la impresión favorable que le dejó aquella primera reunión con todos los gobernadores en Olivos. Tal vez sobreactuó el valor ulterior de ese encuentro suponiendo de antemano que los gobernadores pueden influir sobre sus senadores y diputados.

Eso no está escrito en ningún lado y por lo menos en la expresión de la postura publica del bloque K del Senado pareciera corroborarse. En el gobierno reconocen que tal vez la saga de la Corte se va a terminar escribiendo de la manera en que le reclamaron no solo la oposición sino desde el propio Cambiemos. Pero en el mientras tanto, si Macri estaba necesitado de pegar tres o cuatro golpes sobre la mesa, en una primera mirada pareciera que lo va consiguiendo con largueza.

El escenario de lo que se ha visto esta semana reafirma por lo demás que, lejos de aquella primera impresión sobre algún tipo de gradualismo para avanzar con los distintos planes o en el cumplimiento de las promesas de campaña, finalmente se impuso el consejo de la mesa chica: Nicolás Caputo, Marcos Peña y Jaime Durán Barba. Todos coincidieron en que el presidente tiene que aprovechar el viento de cambio y la muy alta consideración social con la que asumió. El consultor ecuatoriano apeló a una fórmula que no es suya ni es nueva. El mensaje, palabras más o menos, fue este: “Todo lo que tengas que hacer, lo bueno y lo malo, tenés que hacerlo ahora; dentro de seis meses todo te costará el doble”.

El resumen de estos primeros diez días de gestión permite ver que mal no le ha ido. Levantó el cepo al dólar sin que se hayan producido estampidas o corridas como pronosticaban, y ansiaban, los cristinistas duros. Eliminó las retenciones al campo, salvo para la soja, liberó de trabas el comercio exterior, eliminó la propaganda política del Fútbol para Todos, tumbó el memorando con Irán, declaró la emergencia en seguridad, anunció un nuevo protocolo para los cortes de ruta, y va sentando las bases de un acuerdo con empresas y sindicatos para enero, por citar sólo una parte de la enorme batería de decisiones.

Marcos Peña dice sobre este arranque que haber tomado cerca de veinte medidas entre importantes y menos importantes en cinco días hábiles pueden generar algún grado de desprolijidades. Pero que lo que no se puede discutir es el sentido profundo de la medida y la dirección elegida.

Mensaje implícito: se puede corregir aquello que se hizo no tan bien, o que se hizo mal, pero el rumbo final es inmodificable. Allí se incluye su advertencia a los empresarios que no acepten retrotraer precios o que pretendan aumentarlos subidos a la unificación del tipo de cambio. “No nos va a temblar la mano”, les avisó.

Que ese es uno de los dos grandes desafíos, entre otros, que tiene Macri por delante: controlar el aumento de los precios que pueda terminar impactando en el bolsillo de los trabajadores. El éxito o el fracaso de la devaluación dispuesta tras unificar el tipo de cambio depende de ello.

El otro será lidiar con un cristinismo residual decidido a ponerle todos los palos en la rueda en busca de desestabilizarlo. Aunque en ese andar la sociedad tenga que escuchar pasmada a personajes como Héctor Recalde y Axel Kicillof, autor de la mayor devaluación de los últimos diez años, hablar de “institucionalidad” y de “defender los valores de la República”. Justo ellos.