Bahía Blanca | Viernes, 03 de mayo

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Bahía Blanca | Viernes, 03 de mayo

"¡Que se hunda el Belgrano!"

Sergio Weingart está apoyado contra una pared del buque, hojeando una revista porno que sacó de la taquilla de un compañero; con una llave cualquiera abrió el candado color bronce con el escudito de la Armada Argentina. Después les pasa la revista a los conscriptos más nuevitos que él, y se pone a abrir otro candado. Ahora saca una carta de amor que le mandó la novia al dueño de esa taquilla: la lee y se ríe de las frases cursis.
"¡Que se hunda el Belgrano!". Sociedad. La Nueva. Bahía Blanca

 Sergio Weingart está apoyado contra una pared del buque, hojeando una revista porno que sacó de la taquilla de un compañero; con una llave cualquiera abrió el candado color bronce con el escudito de la Armada Argentina.


 Después les pasa la revista a los conscriptos más nuevitos que él, y se pone a abrir otro candado. Ahora saca una carta de amor que le mandó la novia al dueño de esa taquilla: la lee y se ríe de las frases cursis.


 Para Sergio, meterse en vidas ajenas es la única diversión en altamar a bordo del crucero General Belgrano.


 Tiene 19 años, es de Algarrobo y todavía le faltan 2 meses para terminar la colimba. Hace 15 días zarparon de Puerto Belgrano y apenas tocaron Ushuaia. Navegan cerca de las islas Malvinas porque el país está en guerra. Es el 2 de mayo de 1982.


 Sergio guarda todo como estaba en las taquillas, pone los candados y como a las 8 de la mañana se va a dormir un rato a una cubierta inferior repleta de camas.


 Lo despiertan de prepo un oficial rubio y grandote con la Policía Militar.

* * *






 ¿¡Pero qué se cree ese Ruso!? Por más oficial que sea, venir a culparme a mí, Sergio Edelmiro Weingart, de andar robando en las taquillas... Venir a hacerse el malo conmigo, que soy un pibe. Y él es el doble de grande... ¡Que se haga el malo con los ingleses!


 Además, ni del crucero es. ¿Quién lo conoce? Prepotearme a mí, que hace un ratazo que estoy acá y me encanta el buque y navegar y andar a los golpes por los pasillos... Si es mi casa, esto...


 "¡Cantá!", me grita. ¿Cantá qué, Ruso? Si yo no robé NADA. Debe haber sido ese zumbo, el suboficial que andaba medio enchufáo porque ni mantenerse en pie podía.


 ¿Y para qué me pregunta a qué zumbo había visto en las taquillas de otros? ¿Para meterme preso por acusar a un superior?


 Ruso de porquería. ¿Cómo me va a pegar así? Me desparramó en el piso del baño... ¡Y dice que me quiere tirar al mar! Ma' sí, que me tire...


 Ruso de porquería. Yo no me robé nada y me da 15 días de calabozo y 6 meses más de servicio... ¿¡Qué hago encerráo 15 días!? Y sin cigarros. No aguanto.

* * *






 Los dos calabozos del crucero General Belgrano están abajo, en la tercera cubierta. Y vacíos. A Sergio le toca uno que tiene el largo y ancho de una cama y un pasillito. Sin inodoro ni lavatorio ni ojo de buey por dónde mirar para afuera. Sin sábanas ni colchón. La puerta es una reja hecha con las planchuelas metálicas del elástico de los catres, con un hierro horizontal atravesado a la mitad y un candado grande, inviolable.


 Antes de encerrarlo le sacan los cordones de las botas y el cinto. Para que no se ahorque, le dicen. El guardia aparece a cada rato.


 --¿Necesita algo? --pregunta.


 --En aquella taquilla tengo los cigarros. Alcánzamelos.


 Es un atado de 10; en una hora se los fuma todos. Cuando le tocaba franco en la Base Naval Puerto Belgrano, hacía dedo desde Punta Alta hasta Algarrobo para guardarse la plata y comprar puchos.


 Piensa: "Esto no es para mí. Algo tengo que hacer".


 Sergio cree en el mismo Dios católico que inspiró a Lucas para escribir en la Biblia: "De pronto, la tierra comenzó a temblar tan violentamente que se conmovieron los cimientos de la cárcel, y en un instante todas las puertas se abrieron y las cadenas de los prisioneros se soltaron".


 Y cree que Dios le cumple sus pedidos. Entonces, Sergio pide y pide:


 --¡Que se hunda el Belgrano! Así puedo disparar de acá...


 Pero si esa mole de 13.000 toneladas de acero y casi dos cuadras de largo se va a pique en las aguas heladas del océano Atlántico sur, con 4.000 metros de profundidad, ¿por dónde se va a escapar?


 Sergio se levanta del catre pelado y tantea la reja, que se abre un poquito arriba y un poquito abajo. Piensa otra vez: "Que se hunda y me escapo". Imagina películas de acción donde el protagonista zafa. Así pasa un par de horas: imaginando, sintiéndose en una película.

* * *






 Ah, son las 4 menos 5 de la tarde. En una hora me toca el café con leche y ya sé cómo garronear cigarros a la pasada...


 ¡BUM!


 ¡¿Y esa explosión?! Yo estoy sentado y de pronto la pared se me hace piso... Me enderezo, pego un salto y quiero abrir la reja. Nada.


 ¡BUM!


 ¡¿Otra?! Quedo tirado al fondo del calabozo. Y a oscuras.


 En cuatro patas me arrastro hasta los barrotes. Quiero moverlos y no puedo. Entonces me siento y doblo la reja pa'dentro. Se hace una distancia y pienso: "Si pasa la cabeza, pasa todo el cuerpo".


 Y salgo.


 Ya afuera estoy paralizado, no doy más del susto. ¿¡Qué pasa!?


 "¡NOS HUNDEEEEEEN!", escucho gritar. " ¡Suban! ¡Suban!"


 Esto es un despelote. Algunos no conocen el buque, se desesperan, no pueden...


 Que me perdone Dios, pero yo disparo p'arriba, haciéndome espacio, volteando al que se me cruce.


 Paso por la cámara donde trabajo de mozo y veo la tele y las mesas desparramadas. Al salir noto que al crucero le falta un pedazo de la proa. Se está ladeando. ¡SE VA A PIQUE! Me tengo que salvar, Dios mío...

* * *






 A las 16:01 del 2 de mayo de 1982, el crucero ARA General Belgrano navega fuera del área de exclusión que fijó Gran Bretaña en torno a las islas cuando recibe el impacto de dos torpedos del submarino inglés HMS Conqueror.


 La primera explosión es en las máquinas y llena el barco de silencio, oscuridad y humo. La segunda es en la proa y hace correr por los pasillos una bola de calor abrasador.


 A las 16:23, 37 minutos antes de que se hunda, el comandante Héctor Bonzo ordena abandonar el barco.


 Sergio salta a una balsa, pero la chapa florecida por un torpedo se la serrucha y debe tirarse al agua helada, que pincha como mil agujas.


 Luego se sube a otra, que también se rompe en contacto con el buque dañado.


 Y alcanza una tercera, que viene llenísima pero sana. Piensa: "De esta no me largo más". Sin embargo, la balsa pega contra el casco y pasa debajo del ancla de 8 toneladas que cae cerca y la pincha... Aunque flota igual, casi todos se tiran otra vez al agua.


 Sergio y otro marino se quedan solos. No van a poder aguantar semejante frío. Su compañero quiere remar hasta una olla inmensa y abordarla. "Una locura", piensa Sergio. Justo escucha el motor de un bote de goma, que los alza y los lleva hasta una balsa en mejores condiciones.


 Ahí Sergio ve al teniente Ricardo Díaz, uno de los oficiales que acompañaban al Ruso que le dio la paliza y lo mandó preso.


 Son las 6 y media y ya se hace de noche.

* * *






 ¡Miralo a Díaz, qué asustado está! Bueno, no es para menos con estas olas de 10 metros... ¡Y el frío!


 Justo vengo a caer acá y tengo que dormir abrazado a él, cachete con cachete, viendo cómo nos nos orinarnos encima para juntar algo de calor...


 ¿Aguantaremos? Y yo sin fumar...


 Que pare de entrar agua, por favor...


 Pasa un avión y no nos ve: claro, si ni las bengalas funcionan...


 Que pase de nuevo. ¡Ahí viene, ahí viene!


 ¡EEEHHHHHH, acáaa! ¡¡¡ACAAAAAAAAAA!!!


 Nada.


 ¿Y qué habrá sido del teniente Alejandro Torrontegui? ¿Estará vivo? ¿Se acordará de que me cerró la reja con un candado?


 ¿Ya pasaron 25 horas? ¿Cómo vamos a zafar?


 ¿Y esas bocinas?


 ¡GRACIAS, DIOSSSS! Somos la primera balsa que rescata el destructor Bouchard.


 Todos suben antes que yo. Me quedo último a propósito, así me llevo una Biblia chiquita que hay en el cajón de provisiones.


 En el Bouchard el calor me afloja, me descompone. Estoy con principio de congelamiento.


 Nos ofrecen sopa, whisky o chocolate. Me acuerdo de mi vieja y pido una sopita. Y un cigarro. No paro de temblar, pero caigo dormido igual.


 Cuando me despierto hay un oficial tomando datos de los rescatados. ¡Es el teniente Torrontegui! Cuando le digo mi nombre, el tipo levanta la vista, sale de atrás del escritorio y me abraza. "¡Te fui a buscar al calabozo!", me dice. "Por Dios que te fui a buscar". Llora como un pibe, pobre Torrontegui. Dale, Torrontegui, qué me vas a ir a buscar. Bah: está bien, Torrontegui, te creo.


 ¿Y el Ruso de porquería que me pegó se habrá salvado, che?

* * *






 Los sobrevivientes vuelven a la base Puerto Belgrano. A Sergio le dan unos días de licencia, pero cuando debe reintegrarse ve con bronca cómo los militares que en las balsas lloraban y rezaban ahora gritan, otra vez, les gritan a Sergio y los demás colimbas:


 --¡ATENCIOOOOOON! ¡FIRRRRRMESSSS!


 En esa primera formación de pronto ubica al Ruso de porquería. Nota que tiene una pierna enyesada hasta arriba. El Ruso de porquería mira como buscando hasta que lo ve a Sergio y le clava la mirada.


 --¡Cagón! --le dice Sergio. Y el Ruso de porquería se va.


 Sergio se queda con las ganas de saber por qué se ensañó tanto, por qué lo maltrató así.


 Pero nunca más lo vuelve a ver.



El de las macanas








 Sergio Weingart tiene 50 años. Nació en mayo de 1962 y dice que cumple años 2 veces el mismo mes: el 2 y el 24. Es el único tripulante del crucero Belgrano que nació en el partido de Villarino.


 Actualmente sigue viviendo en su Algarrobo natal. Se casó, tuvo 5 hijos y se divorció. "Como todos los excombatientes", dice. Y volvió a formar pareja.


 Viaja periódicamente a Hilario Ascasubi, donde trabaja como cocinero en la Escuela Primaria Nº 9: "Hago lo mismo que en el barco: lavar platos y pelar papas".


 También es molinero, un oficio que heredó de su padre Juan Emilio.


 En su casa tiene un pequeño museo personal para preservar la memoria del Belgrano y de sus tripulantes.


 "El crucero vive conmigo --dice--. Me acuesto y lo veo ladeándose. O estoy trabajando y se me cruza algún compañero. Recuerdo todo, gracias a Dios."


 Sergio estuvo 15 años sin querer recordar ni hablar. Hasta que empezó a juntarse con otros sobrevivientes.


 Una noche, en una cena de reencuentro, se animó a contarle su historia a Bonzo, el comandante del buque.


 --Ah, ¡eras vos el de las macanas! --le dijo.