"En Bahía, nunca me sentí un extranjero"
Azul un ala.
Entre la vereda de la avenida Alem, donde Vasile disfruta de un café con leche, y el Teatro Municipal, coquetea una enorme bandera argentina.
Todo ese espacio se ha vuelto un escenario frecuente para el tubista de la Orquesta Sinfónica, a unos 20.000 kilómetros de su casa natal, cerca del Mar Negro, y a pocas cuadras de donde nació Elena, su hija bahiense.
--Ese partido es viejo –afirma el joven con aspecto de físicoculturista (mide 1,82 metros y pesa 120 kilos), mientras espera que el mozo le acerque el café “con una lágrima de leche”. Casi de reojo no tarda en advertir que en el televisor “siguen jugando” Italia-Argentina por el Mundial 90.
--Caniggia... Ese sí que era bueno ¡Ah! Y Maradoooona... Creo que la primera vez que escuché nombrar a la Argentina tuvo que ver con Maradona. Es imposible desvincular a este país del fútbol.
Salvo por cierto acento, la charla, que también mezcla términos lunfardos, no deja muchas pistas sobre el origen de Vasile Babusceac.
--Aprendí el idioma, con el diccionario y con los amigos de aquí. Por eso, hablo como hablan aquí-- señala el joven musculoso, que ya no practica sambo (arte marcial rusa), y que desde marzo de 1999 es el tubista de la Orquesta Sinfónica de Bahía Blanca.* * *
Vasile nació el 27 de septiembre de 1972 en Chisinev, ciudad de la todavía Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), en el seno de una familia de católicos ortodoxos. Su padre era minero y su madre trabajaba en una escuela. Su infancia transcurrió entre inviernos de 20 a 22 grados bajo cero y veranos de 25 a 30.
Hasta los 7 años fue al jardín de infantes y después, por 11 años, tras ganar el concurso de ingreso, se formó en la escuela musical de su ciudad.
De chico, fue arquero en el equipo de fútbol de la escuela y fanático del Spartak de Moscú. Por su hermano mayor, escuchaba rock and roll aunque en la URSS no era fácil conseguir discos de bandas extranjeras y aclara que nadie "iba preso por escuchar a los Beatles o Pink Floyd". De adolescente, se inclinó por la música disco, pero siempre se sintió atrapado por la clásica.
A los 14 años, en su ciudad, conoció a Elena Juc, y a los 15 se pusieron de novios. Además practicaba sambo, un arte marcial rusa muy desarrollada en esa parte del mundo.
Su simbiosis con la tuba estaba definitivamente plasmada y, también por concurso, llegó al Conservatorio de San Petersburgo, justo en el límite histórico del gran quiebre de la URSS. Como las becas eran escasas, se ganó la vida descargando vagones de trenes y como ayudante de disc jockey, hasta que lo contrataron como músico.
--Era un gran quilombo político. De un día para el otro pasé a ser un ciudadano moldavo y, por lo tanto, un extranjero en Rusia. Desapareció la URSS y surgieron muchos países. Fue muy fuerte, pero yo pude estudiar sin problemas.
Se graduó a los 24 años, en 1996, y volvió a Moldavia para trabajar en la Opera Nacional y para reencontrarse con Elena, ya egresada como pianista. La boda civil se celebró en San Petersburgo. Vasile dice que fue su segundo matrimonio, porque él ya estaba casado con la tuba.
--En ciertos niveles sociales la crisis se hizo muy dura; por caso, se achicaron los presupuestos en cultura y educación. Con sueldos miserables, sobrevivimos gracias a un ensamble con el que hacíamos giras por toda Europa, a veces hasta tocando en la calle. Así, era muy difícil tener hijos y sostener un matrimonio a la distancia. Con Elena queríamos asentarnos y decidimos probar en el exterior: llamamos a las embajadas, nos informamos y, en 1997, el único país que no nos pidió cosas raras fue la Argentina. Hicimos las gestiones, recibimos los papeles y nos fuimos a 20.000 kilómetros de casa.
Azul un ala del color del cielo.
Sin contactos, y sin conocer el idioma, Vasile y su mujer llegaron a Buenos Aires el 24 de noviembre de 1998. Primero vivieron en un hotel y después, con la ayuda de la Iglesia Ortodoxa, alquilaron una casa en Temperley, donde celebraron la boda religiosa.
Mientras Vasile trabajaba como ayudante de cocinero fue conociendo músicos ("Los metales formamos una hermandad en todo el mundo", explica) y enviando su currículum a las orquestas provinciales. De pronto, desde Bahía Blanca, José María Ulla, por entonces director de la Sinfónica, lo citó para un concurso.
--Llegamos con Elena el 2 de marzo de 1999. Toqué, gané, quedé como solista de tuba y nos radicamos en Bahía. La Sinfónica es como una gran familia. Pudo haber alguno al que no le habrá gustado mi llegada, pero nunca hubo una falta de respeto. No me sentí diferenciado y nunca me sentí un extranjero. En otros países, como Alemania o Inglaterra, se notan mucho las barreras.
En la ciudad donde se siente bien, Vasile vio nacer a Elena, su única hija, que además de la escuela estudia violín, inglés y aikido.
--Muchos bahienses se quejan por costumbre de una ciudad que me encanta. Tengo amigos porteños que vienen a visitarme y para ellos salir de noche a jugar con sus hijos en una plaza es un lujo que allá no pueden permitirse. Como un aspecto negativo lamento que, comparada con otras ciudades, su cultura clásica esté apagada y que se hayan perdido propuestas por falta de apoyo.
Vasile afirma que la Argentina tiene todas las maravillas mundiales juntas. Fascinado con sus viajes al Calafate por la costa atlántica, Bariloche y San Martín de los Andes, cree que muchos argentinos están tomando conciencia del lugar donde están, "salvo los porteños, muy encapsulados en una ciudad enorme que los consume".
¿Tradiciones? Asado. ¿Mate? Poco, porque a veces le cae pesado, pero más allá de los hábitos criollos, Vasile resalta que nota en la sociedad argentina una mente mucho más abierta respecto de la europea o la estadounidense. Culturalmente, afirma que Buenos Aires, La Plata, Santa Fe, Córdoba y Mendoza son puntos de concentración.
En 14 años, regresó tres veces a Moldavia, donde están sus familiares. En cambio, por sus cursos y presentaciones, recorrió varias veces nuestro país, viajó a los limítrofes y Europa.
--Estoy en desarrollo y en la búsqueda de la felicidad. En Bahía Blanca tengo amigos y la experiencia artística y cultural es muy buena. ¿El futuro? Vivo año por año. No sé dónde estaré en 2014. Tal vez me quede, pero si me voy, me llevaré los más lindos recuerdos de aquí.
Azul un ala del color del mar.
El abuelo Iván
"Yo era pibe cuando mi abuelo Iván me contaba historias de la guerra, pero creo que él me las hacía más fantásticas porque todavía era muy chico. A mis hermanos y primos mayores se las contaba con sinceridad". Vasile se conmueve al evocar al abuelo, que describe como uno de los tantos héroes anónimos de la Segunda Guerra Mundial, en el frente desde 1941 hasta agosto de 1945, porque luchó contra los últimos focos del nazismo en Checoslovaquia, incluso después de la rendición de Alemania.
Leyenda
Junto al Teatro Municipal, su escenario cotidiano, y sus Elenas, bajo el azul-celeste del cielo bahiense.
Viento y metal
-- De 7.500 millones de habitantes, la Tierra sólo tiene unos 20.000 tubistas. En nuestro país, incluyendo los de las bandas militares, Vasile estima que hay 80: "Somos pocos y nos cuidamos".
-- Indica que la tuba es el instrumento más joven de la sinfónica moderna y que fue incorporada en 1835. Como profesor a cargo, en Bahía organiza clases reconocidas mundialmente, con grandes figuras. "Vienen con sus gastos cubiertos y sin cobrar un peso, cuando un día de ellos vale mil euros. Se enamoran de esta tierra y quieren volver".
-- De sus vivencias con alumnos de todo el mundo, Vasile elige la clase dictada en Crespo, Entre Ríos, durante un encuentro de bronces. "Un chico de 9 años y un anciano de 82, los dos tubistas, compartieron el mismo atril y el amor por el instrumento. No hay palabras para describir eso; sólo guardo una foto de ellos tocando".