Bahía Blanca | Lunes, 21 de julio

Bahía Blanca | Lunes, 21 de julio

Bahía Blanca | Lunes, 21 de julio

Manuel Namuncurá

Hace 104 años, en julio de 1908, falleció el cacique Manuel Namuncurá, quien durante más de 50 años fuera sinónimo de terror en todo el territorio bonaerense. "El hombre ha caído causando sensación", escribió un cronista al comentar su fallecimiento. En sus muchos años de guerrero junto a su padre, el cacique Juan Calfucurá, supo de pactos de paz y entendimiento, celebrados tanto con Juan Manuel de Rosas como con Justo José de Urquiza, aunque actuando en constante contradicción. En 1854 juró la Constitución Nacional y cinco años después (19 de mayo de 1859) lideró el denominado "último malón" sobre nuestra ciudad.

 Hace 104 años, en julio de 1908, falleció el cacique Manuel Namuncurá, quien durante más de 50 años fuera sinónimo de terror en todo el territorio bonaerense.


 "El hombre ha caído causando sensación", escribió un cronista al comentar su fallecimiento.


 En sus muchos años de guerrero junto a su padre, el cacique Juan Calfucurá, supo de pactos de paz y entendimiento, celebrados tanto con Juan Manuel de Rosas como con Justo José de Urquiza, aunque actuando en constante contradicción. En 1854 juró la Constitución Nacional y cinco años después (19 de mayo de 1859) lideró el denominado "último malón" sobre nuestra ciudad.


 Líder absoluto de su tribu desde 1873, enfrentó las campañas organizadas por el gobierno nacional, la última de ellas encabezada por el general Julio Argentino Roca. Se rindió de manera definitiva en 1884, iniciando de inmediato negociaciones a fin de obtener tierras para su devastado pueblo. De a poco se acercó a la congregación salesiana que desarrollaban una amplia labor evangélica en la Patagonia.


 En 1900 el padre Domingo Milanesio celebró su matrimonio y Namuncurá reconoció "una chorrera de hijos naturales", el mayor de 56 años de edad, el menor de apenas 3, llamado Ceferino. En esa ocasión, este diario comentó que a pesar de sus 89 años, "el buen indio" conservaba "sus ímpetus belicosos" y todavía podía quebrar "una nuez con los dientes". "Tenía la fortaleza del roble y la longevidad del ombú", se dijo. No era entonces el temido guerrero ni el emperador de las Salinas Grandes. Apenas un agobiado coronel del Ejército argentino que disfrutaba que sus hijos menores pudieran estudiar.