Bahía Blanca | Viernes, 17 de mayo

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Política agonal y política arquitectónica

Por Guillermo V. Lascano Quintana.




 Los entendidos en ciencia política saben las definiciones y consecuentes diferencias entre la política agonal y la arquitectónica, y saben también que una necesita de la otra; pero vamos a intentar explicarlas con palabras y ejemplos sencillos para "ilustrar al soberano" --esto es, dicho sea de paso, una política arquitectónica--.




 Para gobernar, al menos en las democracias, es necesario obtener el apoyo de la mayoría o mayorías y que éste se conozca de un modo explícito, mediante el voto de los ciudadanos. Para convencer a los ciudadanos de que voten tal o cual propuesta, hay que elaborarla, analizarla, ver si es viable y luego comunicarla a la opinión pública. Una vez obtenido el apoyo popular hay que hacer lo prometido.
Conseguir el aval de la ciudadanía, su apoyo y su voto, es básicamente, parte de la política agonal, es decir de la que busca "ganar las elecciones".





 Lo prometido --"las cosas", diría Ortega y Gasset-- es parte de la política arquitectónica, es decir aquella cuyo objetivo es hacer lo propuesto.




 Naturalmente, ambos conceptos se funden y retroalimentan, de donde resulta que el político exitoso no es sólo el que gana elecciones sino el que hace lo que prometió. Pero igual comportamiento debe tener el opositor; aquel que quiere desplazar al gobernante, prometiendo caminos y soluciones distintos de los de quienes gobiernan.




 En términos sencillos: una cosa es ganar elecciones y otra gobernar.




 Para ganar elecciones, en muchos casos, se exagera o directamente se miente sobre los propósitos o planes que prometen o se tergiversan las razones o fines. Cuando alguien gobierna lo primero que debería hacer es cumplir con las promesas hechas durante el tiempo electoral, pero no sobre generalidades --por ejemplo: "crecimiento" "redistribución del ingreso" "igualdad de oportunidades" y otras tantas frases hechas-- sino sobre cosas concretas --por ejemplo: funcionamiento eficiente de los hospitales, la policía, la enseñanza o el transporte público--.




 Lamentablemente, en nuestro país, desde hace ya muchos años, tanto el gobierno como la oposición están sumidos en discusiones esotéricas que en poco o nada sirven a los intereses generales, al bien común. Y lo peor es que improvisan según las circunstancias del momento. Por ejemplo: el gobierno quiere disminuir la edad para que los ciudadanos puedan votar, sólo porque piensa que con ello aumentará su caudal electoral --política puramente agonal-- sin analizar su conveniencia en términos generales ni considerar otros aspectos de tal propuesta --como la obvia de los efectos que generará la incongruencia de permitir que un joven pueda elegir a sus gobernantes, pero no pueda casarse o no sea responsable de sus actos--. Un caso más grave aún es el de la reforma del Código Civil, tema no propuesto por ninguna fuerza política, que afecta la vida cotidiana de todos y que pretende ser aprobado entre "gallos y medianoche".




 No es el propósito de esta nota señalar sólo las inconsistencias de quienes gobiernan; también las de quienes conforman la oposición. Hemos visto recientemente, y lo sufrimos a diario, el flagelo de la inseguridad personal, que tiene muchas causas, pero una es evidente y es compartida por casi todoslos ciudadanos: una Justicia sometida y atada de pies y manos porque sus decisiones deben ser "adecuadas a los tiempos" y una policía desarmada y no considerada como se debe. ¿Qué hace y qué propone la oposición para poner freno a tal estado de cosas? La verdad: nada nuevo, edificante, inteligente, que seduzca la ciudadanía.




 Mientras dos gobiernos --uno nacional y otro local-- se pelean por ver quién se hace cargo y en qué condiciones del transporte público, los ciudadanos seguimos viajando como ganado. Y, que se conozca, no existe más que esa disputa. No se difunden ideas posibles y eficientes, probablemente porque no existen.




 Hay que conjugar la política agonal con la arquitectónica. De lo contrario nos sumiremos en mayores dilemas sin salida.

Guillermo V. Lascano Quintana es abogado.