Bahía Blanca | Lunes, 01 de septiembre

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Bahía Blanca | Lunes, 01 de septiembre

De cuando comer afuera se vuelve una frase literal

Mariano Buren "La Nueva Provincia" Lugar de paso y de paseo. De espera y encuentro. De miradas curiosas y saludos breves. De trámites y compras. De silencios propios y ruidos ajenos. De exhibición, pero también de contemplación. Toda vereda configura un espacio en donde se mezclan lo público y lo privado, lo residencial y lo comercial, lo estético y lo funcional, como un pequeño universo de 240 metros cuadrados rectangulares donde la vida se desplaza al ritmo que cada transeúnte quiere imprimirle.
De cuando comer afuera se vuelve una frase literal. Sociedad. La Nueva. Bahía Blanca



Mariano Buren
"La Nueva Provincia"











 Lugar de paso y de paseo. De espera y encuentro. De miradas curiosas y saludos breves. De trámites y compras. De silencios propios y ruidos ajenos. De exhibición, pero también de contemplación.


 Toda vereda configura un espacio en donde se mezclan lo público y lo privado, lo residencial y lo comercial, lo estético y lo funcional, como un pequeño universo de 240 metros cuadrados rectangulares donde la vida se desplaza al ritmo que cada transeúnte quiere imprimirle.


 Acaso por esto mismo, porque cada vereda es una postal urbana que refleja con precisión la diversidad de humores, necesidades e intereses de cada sociedad, es también el sitio elegido por bares y restaurantes para instalar una parte de sus mesas al aire libre, en una prolongación de los salones hacia la calle.


 Ubicadas ahí, al costado del vértigo cotidiano, se muestran como un oasis al paso, disponibles para quienes necesitan de una pausa, acompañados por un café, un trago o una comida con sabor a descanso, a paréntesis dentro del tiempo. Es que todo aquel que se sienta en la mesa de un bar a la intemperie es alguien que necesita bajar por un rato del mundo para lograr un reencuentro, consigo y con los demás.


 Dicho así, suena lógico pensar que estos anexos de gastronomía callejera ocupan un rol importante en la vida cotidiana de cualquier ciudad. Y Bahía no es la excepción.

A la calle




 Dicen los especialistas que hay varios motivos por los cuales un local de comidas elige extender su propuesta a la vereda: aumentar la cantidad de comensales, captar la atención de quienes caminan por la zona, reforzar la imagen corporativa para destacarse entre sus pares y ofrecer una alternativa para los clientes fumadores, todavía numerosos, pero desplazados definitivamente de los salones cerrados por una ley provincial.


 A estos argumentos lógicos también se suma otro, ubicado en esa zona difusa conocida como el inconsciente colectivo: las mesas en las veredas facilitan la instalación de un discreto mirador, desde el cual se puede observar y dejarse observar por lo demás.


 De algún modo las mesas exteriores permiten abandonar los pudores por un rato, habilitando el juego de la figuración social en todo su esplendor, un entretenimiento en el que muchos quieren participar. Y ganar.


 Posiblemente la suma de todos estos factores comerciales y sociológicos, relacionados de manera directa con los usos y costumbres locales, es lo que generó la apertura, en la última década, de la mayoría de los espacios gastronómicos al aire libre.


 A través de un recorrido por una docena de lugares es posible conocer algunas de las características de este hábito del consumo, cada vez más extendido y valorado entre los bahienses.


 Un caso interesante para comprobar este cambio en las costumbres es el del Café de la Rotonda, considerado como uno de los más emblemáticos de la ciudad. Ubicado desde siempre dentro de las Galerías Plaza, el ensanche de las veredas de Alsina le permitió sacar hace pocos meses, y por primera vez, sus mesas a la calle.


 Gabriela Santomassino, empleada del local, detalla que la novedosa experiencia ya tiene un primer balance positivo.


 "Esto se hizo para ofrecer un servicio nuevo dentro de algo que ya es bien tradicional. Y la respuesta de la gente es muy buena porque, con estas mesas de afuera, ahora también tenemos una clientela más joven, que se suma a los que vienen siempre para tomarse un café", explica.


 "Estamos en la calle recién desde octubre y, por lo que nos dicen, les gusta mucho el lugar, la ubicación y el hecho de poder estar al aire libre tomando algo en plena peatonal", señala Gabriela.


 El bistró-patisserie I Love Blondies también incoporó la vereda como lugar de recepción de clientes un tiempo después de su apertura.


 "El año pasado sentimos que el frente estaba incompleto para la estética que queríamos proponer. Pero desde el principio tuvimos en claro que no queríamos llenar ni invadir la vereda", remarca su dueño, Manuel Ferré, sentado en una de las únicas dos mesas al aire libre que dispone el local de Yrigoyen al 400.


 "Bahía se regula claramente por la imagen. Un poco a todos nos gusta aparentar y la idiosincrasia marca esto de sentarse en la vereda para que la gente pueda verse. Es una costumbre muy arraigada, ni buena ni mala", interpreta.


 Martín Luján, encargado de La Cibeles, coincide en el análisis sobre la importancia que los vecinos le dan a la observación.


 "Las mesas afuera son parte de la identidad del bar. Tenemos muchos clientes que siempre prefieren la vereda, aunque haga frío. Son de afuera, únicamente", destaca.


 "Acá vienen principalmente hombres, que les gusta sentarse a observar mujeres y ver quiénes pasan. Las mesas funcionan como una ventana para mirar todo lo que pasa en la ciudad a partir de Alsina", afirma.


 Matías Villar, encargado del restaurante Lo de Julián, recientemente abierto en la esquina de Yrigoyen y Lamadrid, agrega un detalle para el análisis. Las mesas y sillones distribuidos al frente del local no sólo sirven como una oferta alternativa para el consumo de alimentos, sino que también cumplen la función de despertar el interés de nuevos clientes.


 "Es una manera de atraer más gente para que nos conozca, porque, aunque parezca increíble, estar a una cuadra de distancia de Alsina es toda una diferencia. Por eso sabemos que los clientes que se sientan afuera también funcionan como una atracción para otros, por ese razonamiento de `Si hay gente comiendo, entonces debe tener algo bueno'", detalla.


 "La gente que come en las mesas de afuera suele quedarse más tiempo por lo general, seguramente porque se disfruta más de la vista. Al bahiense le encanta mirar a quienes pasan por la calle y ver lo que hacen", afirma Matías.

Bahía Central




 Las costumbres son un poco más efímeras en el microcentro, por la propia dinámica del sector. Mariano Quiroz, del Café Muñoz, resume las características de la clientela que se sienta en las 24 mesas que dispone el local sobre la esquina de Drago y O'Higgins.


 "Más que nada los que aprovechan la calle son los fumadores o los que quieren disfrutar un rato del buen clima, pero ya durante el invierno cerramos esa parte porque hace mucho frío y la gente prefiere quedarse bajo techo", explica.


 Tomás Manterola, encargado del Café Expreso, asegura que el público que concurre al local situado en la vieja Gregory Street disfruta del espacio ofrecido al aire libre durante todo el año, incluso en los meses más destemplados.


 "Pusimos unos vidrios para resguardar del viento y un sistema de calefacción, porque sabemos que a muchos clientes, sobre todo a los que fuman, les gusta comer mirando lo que pasa en la calle. Por eso siempre tenemos unas 30 mesas disponibles afuera", remarca.


 A una cuadra de distancia, Daniel de Arriba, propietario del Oro Preto, uno de los espacios más frecuentados por los empleados del Poder Judicial, cuenta que su clientela es "muy estable, típica de café" y que aprecia las ventajas de consumir en la vereda de Drago y Colón "más que nada en las mañanas de primavera y verano, hasta fines de diciembre, antes de que empiece la Feria".


 "Ya en invierno casi no vale la pena dejar las mesas afuera, porque el clima es muy riguroso. Incluso los clientes fumadores prefieren quedarse en el salón y salir ocasionalmente a prender un cigarrillo en la puerta", agrega Daniel.


 Desde el clásico Café Piazza, Iván Aguilar indica que las tardes de verano son el momento elegido por sus clientes para aprovechar la vereda de O'Higgins y Chiclana.


 "La mayoría son jóvenes que quieren tomar algo fresco, un jugo o una cerveza, y conversar, aprovechando que el clima es agradable y que estamos en un lugar por donde pasa todo el mundo", cuenta.


 "La gente más grande, de 40 años para arriba, prefiere el aire acondicionado del salón antes que la brisa, aunque también eligen sentarse cerca de las ventanas, para mirar el movimiento de la calle", precisa.

Salidas




 Si bien las características del microcentro permiten imaginarse el concepto de las salidas after office, en Bahía ese lugar queda reservado para la avenida Alem, entre el Teatro Municipal y el edificio principal de la Universidad Nacional del Sur.


 Tan sólo en ese tramo hay una veintena de locales de comida, entre cafés, bares, restaurantes y heladerías, que suelen abrir sus puertas desde la mañana hasta un par de horas después de la medianoche. Y casi todos tienen mesas en la vereda.


 Tomás Pérez, encargado de Revoque, considera que es fundamental ofrecer al público ese espacio extra por fuera del salón.


 "Es una propuesta que rinde mucho, sobre todo a la tardecita y por las noches. Para la gente es muy lindo estar sentado afuera, en plena Alem", explica.


 "En estos días la mayoría de los clientes prefiere estar en las mesas de la calle, especialmente para tomar algo. A la hora de cenar, la cantidad se reparte un poco más, porque muchos eligen comer con aire acondicionado. Pero contar con la opción al aire libre es importante", detalla.


 Rodolfo Perata, coordinador del grupo gastronómico Don Bartolomeo --del que forman parte los restaurantes Sottovento, Il Mercato y Fighetto, todos ubicados sobre la avenida--, considera que el uso de las veredas no es imprescindible, pero que puede funcionar como un complemento valioso de la comida.


 "Siempre me llamó la atención el retardo de Bahía en sumarse a una costumbre que la mayoría de las ciudades del mundo tienen desde hace años, y en Argentina misma, donde es muy común que los restaurantes tengan mesas en las veredas. Por suerte esta tendencia viene cambiando desde hace unos años y ahora parece cada vez más habitual", cuenta.


 "Creo que al consumidor bahiense le gusta estar en las mesas de afuera, sobre todo en el verano, porque es una costumbre que colabora con la interrelación de las personas. Al estar en la vereda es más fácil encontrarse con amigos y familiares, saludarse o compartir un buen rato juntos", destaca Rodolfo.

Mozo, la cuenta




  A la hora de puntualizar si el servicio de calle esconde desventajas, la mayoría de los consultados resalta tres factores. La relación con los vecinos más inmediatos figura en primer lugar, principalmente por los conflictos que derivan de la higiene y los ruidos.


 También cuentan, con cierta resignación, que cada tanto algún cliente suele retirarse sin pagar, aprovechando una distracción del personal. El tercer inconveniente está vinculado con la presencia infatigable del viento, que tiene la mala costumbre de desbaratar la tranquilidad de los comensales a cualquier hora.


 A pesar de esas contras, la tendencia de los bares y restaurantes locales a asomarse a la calle sigue en aumento. Al igual que en otras ciudades, las veredas de Bahía empiezan a adquirir una fisonomía más luminosa y sociable, con una banda de sonido formada por charlas, risas y hasta algún que otro brindis, que sirven para quebrar la monotonía de otras épocas.


 Después de todo, en cada mesa ocupada en una vereda la comida y la bebida son apenas una buena excusa para cuestiones más de fondo. Lo que en verdad sucede ahí es que se renuevan amistades, se inician romances, se acercan parejas, se cierran negocios, se acompañan tristezas, se festejan logros o simplemente se vulnera la rutina de quedarse en las casas.


 Ir a comer afuera es una frase cada vez más literal.


El difícil arte de la convivencia







 En una vereda hay espacio suficiente como para ofrecer un muestrario gratuito del "Aleph" borgeano o el "Cambalache" discepoliano. Todo depende de cómo se decida mirarlo.


 A lo largo de esas franjas alargadas de cemento y baldosas, pueden convivir perfectamente postes de iluminación pública, árboles, paradas de taxis y colectivos, inspectores de tránsito, carteles publicitarios, cestos para basura, transformadores eléctricos, quioscos de revistas, señales viales, canteros, parquímetros, rampas, semáforos, escalones, baches, perros sueltos, motos y bicletas estacionadas, lustrabotas, toldos de locales, buzones y los últimos teléfonos públicos.


 En medio de todo eso también pasan los transeúntes y se instalan las mesas de los locales gastronómicos.


 Para evitar que la superpoblación de objetos agregue más confusión al espacio público, el artículo 21 de la ordenanza municipal Nº 11.866 reglamenta algunas cuestiones que buscan favorecer la convivencia.


 "El uso de sillas, mesas y otros elementos móviles o no, que extiendan el servicio de bares, restaurantes, cafeterías o heladerías, verdulerías y toda otra actividad comercial permitida por la presente ordenanza, que representen un obstáculo para el libre desplazamiento de las personas en la vía pública, deberán quedar retirados de la línea municipal a una distancia mínima de 1,70 metros y 0,20 m. del cordón de la vereda (...) Deberá además, en caso de contar con toldos u otro tipo de protección horizontal sobreelevadas, observar una altura mínima de 2,20 metros", señala el texto oficial.