Bahía Blanca | Miércoles, 17 de septiembre

Bahía Blanca | Miércoles, 17 de septiembre

Bahía Blanca | Miércoles, 17 de septiembre

En boca de todos

Mariano Buren "La Nueva Provincia" Hay otra población que habita, crece, recorre y se diversifica libremente desde los chalets de Harding Green hasta los muelles de Ingeniero White, y desde los establos de Bordeu hasta los silos cerealeros de Grünbein. Esa población no está formada por personas, sino por palabras. Más precisamente, por las que conforman el habla cotidiana de Bahía Blanca.

Mariano Buren
"La Nueva Provincia"





 Hay otra población que habita, crece, recorre y se diversifica libremente desde los chalets de Harding Green hasta los muelles de Ingeniero White, y desde los establos de Bordeu hasta los silos cerealeros de Grünbein. Esa población no está formada por personas, sino por palabras. Más precisamente, por las que conforman el habla cotidiana de Bahía Blanca.


 Mezcla de español latinoamericano, con aportes de la idiosincracia rioplatense, donaciones del lunfardo italiano, ecos de los pueblos originarios e importaciones anglosajonas, el lenguaje empleado en las conversaciones que se escuchan a lo largo de la ciudad podría parecer, a simple vista, no demasiado diferente a tantos otros de la provincia o la región.


 Lo que termina por convertir ese grupo de palabras en algo que podría denominarse como "idioma bahiense" es la presencia de los modismos, esos términos que surgieron en alguna parte, sin una fecha precisa ni un autor específico, pero que fueron adoptadas por los vecinos casi de manera inconsciente, posiblemente como una forma de apuntalar la identidad local.


 Muchas de estas expresiones fueron compiladas por el periodista Damián Losada en el texto "Así hablamos los bahienses", que circula por Internet desde hace un par de años. Se trata de un listado, casi al estilo de un diccionario informal, que recoge términos como "lejía" (lavandina), "masitas" (galletitas), "celoplín" (cinta adhesiva), "chuflín" (cinta elástica para el pelo), "can can" (medibachas) y "cufa" (estudioso), a los que luego se agregaron varios aportes de los lectores como "vejiga" (molesto), "jeringa" (puntilloso), "tocoto" (mufa), "tosca" (piedra) y "ciclismo" (bicicletería).


 El denominador común de todas estas palabras es que, fuera del contexto geográfico, parecen perder buena parte de su significado. Parece difícil que un vendedor marplatense sepa qué producto ofrecer si alguien le solicita probarse el "gamutón" (gamulán) expuesto en la vidriera. Igualmente extraño resultaría que un tucumano se sienta ofendido si alguien lo califica de "palihuero" (pretencioso) o que un rosarino se calle, al escuchar que tiene demasiada "parrilla" (oratoria excesiva).


 Losada cuenta que la idea de escribir aquel listado surgió de manera casual. "Son las palabras que uno va recopilando a lo largo del tiempo, casi sin darse cuenta. No lo hice como algo calculado, esperando que tuviera repercusión, sino que fue algo pensado para enviarles a mis amigos por el Facebook, pero creo que el efecto multiplicador de Internet hizo lo suyo", explica.


 "Aunque al principio me fastidió que otras personas se metieran a opinar sobre lo que había escrito, la verdad es que hoy me encanta saber que se expandió por todas partes, que la gente le sigue agregando cosas y que se armó como un collage que ya es de todos", agrega.


 Al repasar el texto original, el autor recuerda algunos detalles de su trabajo: "Por lo que pude averiguar, muchas de las palabras que puse también se usan en la región, como celoplín, pero la que no encontré en ninguna otra parte es cufa. Creo que ese sí es un término puramente bahiense", revela.


 En verdad, la mayoría de estos términos no surgió como una inspiración local, sino que proviene de otras regiones o provincias, no necesariamente limítrofes. Llegaron a la ciudad hace años o décadas, traídos vaya a saberse por qué vientos culturales, y se quedaron para vivir como un vecino más, al menos mientras dure su utilidad.

Bla bla. Muchos modismos quedan al descubierto como expresiones bahienses con una rápida visita a la ciudad de Buenos Aires. Mientras la puerta principal de las Galerías Plaza está ubicada en "la primera cuadra de calle San Martín", la catedral porteña se encuentra en "San Martín al cero", a secas. Quien espera el paso de "la" 514 en Chiclana y O'Higgins, aguarda la llegada de "el" 152 en Santa Fe y Coronel Díaz.




 El que vive en un departamento de "un dormitorio" en el barrio Universitario, tiene un amigo que alquila uno idéntico, pero "de dos ambientes" en Caballito.


 Los pasajeros de un taxi no piden ser llevados hasta una dirección exacta, como "Alsina 65", sino a una referencia más vaga, del estilo "Córdoba, entre Esmeralda y Suipacha".


 Los pequeños ejemplos abundan, si se presta un poco de atención: el "tostado de jamón y queso" se convierte en "tostado mixto", las "medialunas dulces y saladas" pasan a ser "de manteca y de grasa", las "carasucias" son "tortitas negras", la "pieza" es "habitación", la "uni" es la "facu", el "vaquero" es "jean", el "fibrón" es "marcador", el juego de "la conga" es "el chinchón", el "carnet" de conducir es el "registro", el "zorro" que controla el tránsito es "rati", las "hamburguesas" son "patys" y los "pañuelitos descartables" son "carilinas".


 Frente a este listado de comparaciones, ¿es posible sugerir la existencia de una forma de hablar típicamente bahiense? Eduardo Giorlandini, el reconocido escritor e investigador, miembro de la Academia Porteña de Lunfardo, cree que no se puede hablar de idioma ni dialecto, pero sí de una cierta coloración local.


 "Si uno trata de ubicar palabras características, debe tenerse en cuenta la composición sociológica de la comunidad. ¿Qué tiene Bahía? Comercio e industria, pero también agricultura y ganadería. En cada uno de esos ámbitos se forman grupos, con distancias sociales, que marcan la capacidad de adaptarse y acercarse al otro en función de la actividad en común, la instrucción cultural y el ingreso económico", explica.


 "En esos grupos también se van forjando palabras y formas de expresión propias, un poco por la necesidad natural de comunicarse entre sí y otro tanto por las circunstancias que se van presentando. Así es como surgen las jergas, que después se van expandiendo a otros grupos, cruzan fronteras y hasta pueden llegar a encontrar un nuevo significado a su paso o simplemente desaparecer", amplía.


 Giorlandini recuerda algunos localismos que cayeron en desuso, como es el caso de "pirincho": "Me acuerdo del caso de un taxista que, discutiendo con otro, le dijo: `Callate, te hacés el titular y sos un pirincho', remarcándole así una diferencia social: que era peón y no propietario".


 También destaca la época cuando estuvo de moda la palabra "tananai": "La trajeron de Buenos Aires unos periodistas de "La Nueva Provincia", que tergiversaron sin querer el lunfardismo `tanolai', que significa napolitano, y lo incorporaron acá como `tananai'. Decir eso de alguien significaba que era un tonto", evoca.


 "Así como sucedió con estas palabras, es posible que, dentro de unos años, aparezcan nuevas, renazcan unas y desaparezcan otras. Todo dependerá de si sirven o no. Lejía, por caso, parece estar en vías de extinción", señala el especialista.

Sin embargo, no obstante. Posiblemente, el modismo más aceptado y difundido por los vecinos sea la utilización de la palabra "pero" al final de una frase, dejando a los foráneos expectantes, con la sensación de que resta algo más por decir. "¿Pero qué?", suele ser una de las exasperadas respuestas habituales de quienes no conocen este hábito.




 Definido en los diccionarios como una "conjunción adversativa con que a un concepto se contrapone otro diverso o ampliativo del anterior", el "pero" suele ubicarse a la mitad de una oración, al menos en el resto del país. En Bahía el significado no cambia. La ubicación sí, pero.


 Para Damián Losada, la forma podría derivar de una herencia itálica, "específicamente de los marchegianos", y agrega que "Bahía es una ciudad muy italiana, se sabe. Y un poco de cocoliche bien puede habérsenos pegado a todos".


 Aunque estuvo de moda hace algunos años, sobre todo en blogs y redes sociales, Eduardo Giorlandini asegura que se trata de una forma antigua, instalada desde hace décadas entre los habitantes de la ciudad. "Es un buen ejemplo de cómo el uso de los modismos está condicionado por la edad de quienes los utilizan. Al ser revalorizado por los jóvenes, el pero del final, con esa especie de puntos suspensivos tan característicos, se garantiza su continuidad como tradición bahiense", explica.


 Si bien no existe una tonada, capaz de darle una singularidad al habla bahiense, las palabras y expresiones locales ocupan, sin proponérselo, el espacio necesario para remarcar la identidad cultural de la ciudad.


 Es un trabajo artesanal que atraviesa las curvas del tiempo, casi como una herencia invisible que se transmite de abuelos a padres, de padres a hijos y de hijos a nietos. Entre cufas, palihueros, toscas y chuflines, Bahía se resiste a quedar diluida en la mancha de la globalización. Y hace bien.