Radiografía de una sociedad inglesa mordaz e hipócrita
El filme constituye el regreso al cine del australiano Stephan Elliott, director de Las aventuras de Priscilla, reina del desierto, luego de ocho años de ausencia y la promesa de no volver a los sets. Ese tiempo lo dedicó en recuperarse de un accidente en Los Alpes que lo tuvo al borde de la muerte.
Para este retorno eligió la pieza teatral Easy virtue, un amargo drama social que Noël Coward escribió a la temprana edad de 23 años. La obra se estrenó en Nueva York en diciembre de 1925 y en Londres en junio del año siguiente.
En 1927, Hitchcock realizó una versión muda de esa pieza, interpretada por Isabel Jeans, Robin Irvine y Franklyn Dyall, que en la Argentina se conoció con el título de Virtud fácil. La película fue una aguda denuncia de las hipocresías vigentes en la sociedad inglesa de aquellos años.
La versión de Elliott conserva el mismo enfoque. La historia se desarrolla en 1926, en una mansión situada en medio de la campiña inglesa, habitada por los Whitaker, una familia aristocrática y victoriana, pero venida a menos, que hace equilibrios para disimular su decadencia.
El hogar es un matriarcado, porque el mando lo ejerce lady Verónica, ante la abulia de su marido Jim Whitaker, quien todavía vive traumado por su participación en la Primera Guerra Mundial en calidad de un fracasado capitán del ejército.
La hipócrita armonía de ese hogar se quiebra y entra en ebullición con el arribo de John, el heredero de la familia, un tarambana empecinado en convertirse en el campeón del zanganismo de la aristocracia británica, mientras sus dos hermanas juegan de notorias perdedoras.
John acaba de casarse en Francia y sin consulta familiar previa, con la norteamericana Larita Filton, corredora de automóviles de carrera. Es una rubia despampanante, intrépida y desfachatada, que registra un matrimonio anterior. El casamiento se concretó luego que Larita ganara el Gran Prix de Mónaco, donde ambos se conocieron y quedaron mutuamente flechados.
Larita hace un intento de integrarse a la familia, pero encuentra desde el primer día una fuerte hostilidad de todos, con excepción de Jim, quien la observa como una brisa renovadora en el asfixiante clima de ese palacio con aires de cárcel medieval.
La guerra entre Larita y Verónica se agudiza y amenaza con desmadrarse a medida que pasan los días. Es un belicismo fundamentalmente verbal, pero que hiere y deja huellas. Los diálogos van del ingenio a la mordacidad, y no ahorran situaciones para exponer sus sentimientos.
Traído directamente de un burdel de Buenos Aires, afirma Verónica, cuando en ocasión de una fiesta la nuera decide bailar un tango al mejor estilo de los años veinte, cuando todavía era una mala palabra para los ambientes de la alta sociedad.
La película oscila entre la comedia, la farsa y la pintura de época. Pero además del conflicto de caracteres, el director indaga en el ya tradicional choque de culturas: la británica y la norteamericana.
Hitchock, en cambio, había puesto el énfasis en el ostracismo de la protagonista y su traición a las normas establecidas, además de criticar los efectos destructores de una prensa hambrienta de escándalos, algo que Elliott apenas menciona.
Prevalece el punto de vista de Larita, a quien el director mira con más beneplácito que a los restantes personajes, aunque también incluye algunos apuntes descalificadores a la arrogancia de la protagonista y su manifiesta incultura.
Son meritorias las actuaciones de los británicos Colin Firth (Jim) y Kristin Scott Thomas (Verónica), y de la estadounidense Jessica Biel, y destacables la ambientación de época y la fotografía de Martin Kenzie, quien logra imágenes muy bellas, tanto interiores como exteriores.