Bahía Blanca | Viernes, 04 de julio

Bahía Blanca | Viernes, 04 de julio

Bahía Blanca | Viernes, 04 de julio

Semblanza de Ricardo Lavalle

Nicosia es una ciudad italiana, situada en la regione siciliana, en la provincia de Catania, en una zona serrana y levemente montañosa; desde la ruta que conduce a ese paese, es posible observar en ella algunas casitas que, desde lejos, parecen nidos de golondrinas. Si el siciliano es una lengua, en Nicosia se habla una sublengua, muy distinta de aquella y de la italiana; empero, el gesto y la expresión son suaves y la comunicación oral es elíptica, aparentemente tímida y criptolálica.

 Nicosia es una ciudad italiana, situada en la regione siciliana, en la provincia de Catania, en una zona serrana y levemente montañosa; desde la ruta que conduce a ese paese, es posible observar en ella algunas casitas que, desde lejos, parecen nidos de golondrinas.




 Si el siciliano es una lengua, en Nicosia se habla una sublengua, muy distinta de aquella y de la italiana; empero, el gesto y la expresión son suaves y la comunicación oral es elíptica, aparentemente tímida y criptolálica.




 De allí emigró Mariano Lavalle (originariamente, La Valle) hacia la República Argentina y, luego de tentar suerte y destino, recaló en la ciudad de Bahía Blanca, enraizándose para siempre, sabiendo que, si regresaba al Mediodía italiano, nunca más volvería.




 Ricardo (1915-1972) fue uno de sus hijos, nacido en Bahía Blanca, de su matrimonio con María Argüello. Los años de su infancia transcurrieron en la calle Estomba, frente al hospital Municipal. Unos metros más y se hacían ostensibles las quintas numerosas que existían en el lugar, un lugar suburbano o subrural; los chicos gozaban de la vida cotidiana, en las calles largas o en las cortadas angostas, que iban quedando como resultado de la subdivisión de los predios; árboles, pájaros, yuyos y tamariscos eran gratos pobladores del sitio, incluyendo los barrizales en los días de lluvia; las aguas congeladas o la escarcha, que era el rocío de la noche congelado. No han de obviarse los frutos de las quintas, al alcance de la mano, o la caminata en los canales de riego.




 Ya de muchacho, las reuniones esquineras y debajo del farol, elevado en el centro de las esquinas, para cantar tangos, lo que, en cierta dimensión del barrio, fue una costumbre, a las que se sumaron otras. Habían quedado atrás la calesita, el circo criollo, así como las fogatas y fogaratas de San Juan y de San Juan y San Pedro, y, en el colegio Nacional, nace el estudiante excelente y el poeta que escribe sus versos en la revista del mismo.




 La universidad nacional fue el ámbito de sus estudios de ciencias jurídicas y sociales, en La Plata, donde se recibió de abogado; juntamente con él, otros bahienses que, con el tiempo, habrían de destacarse, principalmente, en la política, como su hermano Mario.




 ¿Cómo habría de ser coetáneo al Movimiento de Reforma Universitaria y ser radical yrigoyenista sin tomar parte activa en dicho movimiento, de trascendencia nacional e internacional, durante décadas? ¿Cómo iban a pasar inadvertidos los principios cardinales, como la defensa de la soberanía nacional, en lo político; el cambio de raíz, en lo ideológico; particularmente, para romper la dependencia cultural y pedagógica? ¿Cómo desbrozar de la acción la libertad y la autonomía de las cátedras? ¿Cómo la democratización de la universidad nacional si el país se había democratizado, comenzando este proceso en 1912 y continuando hasta el golpe de Estado septembrino, iniciador de la "década infame"?




 A más de un programa integral relacionado con todas las actividades de la universidad (investigación, reforma universitaria profunda en la investigación y, de modo singular, para que la ciencia, la técnica y, en fin, la cultura, no fuera dependiente, al servicio del capitalismo europeo y, en particular, inglés).




 Hacia 1930, se recordaba la reunión de Yrigoyen con los estudiantes, a quienes preguntó por qué querían elegir al rector. La respuesta había sido: "Porque si podemos elegir al presidente de la Nación, ¿cómo no hemos de elegir con nuestro voto a los rectores universitarios?".




 Este acervo ideológico nutrió el pensamiento de Ricardo Lavalle y se integró de modo congruente con los principios sustentados por la Unión Cívica Radical, como programa para el país. Ricardo Lavalle se convirtió en un militante ferviente de un partido, de un movimiento, de una causa que era la continuidad histórica de la corriente de la historia, no de la antihistoria (esto había sido explicado por Ricardo Rojas y por Gabriel del Mazo).




 Al promediar la década de 1930, se constituyó FORJA (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina), que no lo tuvo como miembro activo, pero que simpatizó con esa Orientación, que era radical yrigoyenista, de gran solidez intelectual y de superlativo coraje cívico, que, además, propendió a la revolución armada, ante el fraude, la violencia y la dependencia. Fue amigo de muchos de sus integrantes, como Luis Dellepiane, Homero Manzione, Gabriel del Mazo, Arturo Jauretche y otros, entre los que se encontraron algunos bahienses ex compañeros de la facultad de Derecho.




 Ricardo Lavalle prefirió continuar en las filas del partido, de la institución, de la estructura formal, a pesar del distanciamiento interno entre los yrigoyenistas y alvearistas, que, a poco andar, constituyeron, respectivamente, la Intransigencia y Renovación y el Unionismo radicales.




 Aquí, en Bahía Blanca, fue seguidor de un gran caudillo, Ramón del Río, pero, invariablemente, fue hombre de la Unión Cívica Radical, también cuando Del Río decidió incorporarse al peronismo, luego de la revolución del 4 de junio de 1943.




 Pocos años antes, el radicalismo estaba conducido por los antipersonalistas de otrora, los alvearistas y, después, unionistas; además de FORJA, por fuera del partido, dentro se estaba conformando una fuerte oposición interna: por un lado, en Córdoba, la Intransigencia Nacional, con Amadeo Sabatini a la cabeza; en la Capital Federal, la Intransigencia, con Arturo Frondizi; en la provincia de Buenos Aires, después de la creación de la junta del Movimiento Renovador (Ricardo Balbín), el larraldismo (Crisólogo Larralde), y, en el sur de la misma provincia, Ricardo Lavalle.




 Sobre el cimiento de la Capital Federal y de la provincia de Buenos Aires, prevalentemente, se fundó el Movimiento de Intransigencia y Renovación, desenvuelto con carácter nacional, en todo el país, que elaboró el programa de Avellaneda y que, hacia 1947, se incorpora al Partido Radical, con el triunfo del nuevo movimiento interno.




 Ricardo Lavalle ocupó importantes cargos partidarios; fue senador provincial, hasta 1955, y presidente y miembro informante de la comisión de Reformas Constitucionales, en la convención de 1957; después, vicegobernador de su Provincia y gobernador, interinamente; los cargos que ocupó en la cúspide interna le permitieron tomar contacto con dirigentes de todo el país. Nunca bregó por su candidatura; al contrario, dejaba el camino libre a otros, pero bien se ha dicho que, de haber vivido y de no ser Alfonsín, él era el candidato a presidente de la República, luego de la muerte de Balbín. ¡Así son la vida y la historia!




 Generalmente, se define la grandeza de los hombres públicos por la obras materiales, que están a la vista, importantes, por cierto. Pero Ricardo Lavalle fue un hombre clave en la institución del artículo 14 bis, que consagró los derechos sociales, y esto sí es una gran obra cultural que quedó para los tiempos; su discurso brillante, meduloso y humanista fue recordado por juristas, tratadistas y constitucionalistas. Fue, también, consecuente con el ideario del partido y con lo expresado, asimismo, por él, en la convención reformadora de 1949, en armonía con las bases de acción política de la UCR y la profesión de fe doctrinaria y con la conjunción de ideas de la historia radical, de sus congresos y convenciones, que adquirieron realce con la expresión de un pensador cívico e ideólogo, como lo fue Moisés Lebensohn. Estos dos nombres, Lavalle y Lebensohn, fueron evocados por la ciudad con sendas plazas públicas (también Lebensohn había nacido en Bahía Blanca, compañero, en la escuela primaria, de Eva Perón y amigo de ella durante toda su vida).




 Ricardo Lavalle ocupó otras funciones públicas y políticas, pero no son los cargos los que le reconocen integridad y dignidad.




 Fue un hombre bonachón, simpático, austero y humilde; se lo vio constantemente caminar por las calles de la ciudad; frecuentó lugares de todo tipo, en barrios y villas, ciudad y campaña; recorrió el país y no solamente leyó el país, así, sino que fue un gran lector; conocedor de historia antigua y literatura, hablaba varios idiomas y, como él dijo una vez: "El político no debe alejarse del idioma popular, de la vida de los argentinos".




 No fue apocado; al contrario: su extroversión no se compadecía con el estilo de su padre, don Mariano, y del ser histórico siciliano, como lo señalamos al principio. Tenía una voz potente y (como los viejos artistas iniciados en la época en que no existía el micrófono) se hacía oír fácilmente,; máxime, cuando su voz se hacía grata por su enorme calidad oratoria, que conmovía, a veces patético y otras generando vibraciones emocionales.

Cuando el periodista brasileño, conocedor y experimentado en la política internacional señaló a los tres mejores oradores del planeta (Ricardo Balbín, Palmiro Togliatti y Pierre Mendès-France), Alfredo Camarlinghi expresó: "Eran cuatro: no escuchó a Ricardo Lavalle".






 Anoto referencias y hechos, objetivamente, y, a más, debo mencionar su aguzada sensibilidad ante los enfermos, cuyos problemas eran motivo de preocupaciones y acciones. Es claro que sin abandonar toda la problemática social, la política del bienestar, como lo prueba la cantidad de proyectos suscriptos como diputado y lo glosado en el libro intitulado El pensamiento fundamental de Ricardo Lavalle, un pensamiento progresista y humanista en forma integral.




 Tuvo un elevado concepto de la dignidad humana y a los dones de su personalidad hay que decir que la tierra argentina y su gente fueron el numen de su ideología, al modo de la doctrina de Eurindia, de Ricardo Rojas, sin renunciar a las utopías, que, en el concepto de Juan Cuatrecasas, en su libro Biología y democracia, es inherente al espíritu de la naturaleza humana.

---

Eduardo Giorlandini es profesor titular de posgrado universitario nacional.