Bajo el signo de la bárbara prepotencia
PARECIERA QUE los argentinos en lugar de esforzarnos por alcanzar una cultura de mayor nivel seguimos ofreciendo al mundo señales de una decadencia que debería avergonzarnos. Tal las advertencias que se han lanzado en países civilizados sobre la prepotencia y la anomia que reinan en nuestras calles y rutas. Sobre 215 ciudades ranquedas, la capital argentina está mucho más cerca de Bagdad, que es la última, que de Luxemburgo, la primera. Ocupa el puesto 134. Se les anticipa a quienes tengan como meta la Argentina que deben tener precauciones con respecto a los carteristas, los arrebatadores y otros delincuentes por el estilo.
EL MISMO alerta se ha lanzado desde Gran Bretaña y Francia. Ya incluso el pasado año, ante otra advertencia parecida del gobierno estadounidense, desde la Casa Rosada se convocó al embajador de ese país para exteriorizar su desagrado. Es como suele decirse, la respuesta fue atacar al mensajero.
PERO NADIE más conscientes que los propios argentinos para conocer estos padecimientos diarios. No es fácil vivir ni integrarse a una sociedad donde las normas de convivencia y el respeto mutuo han sido reemplazados por la prepotencia, la agresión brutal y el desprecio al prójimo.
BAHIA BLANCA no es una excepción al respecto. Los accidentes y las muertes son casi cotidianos en nuestras calles. Y en cuanto al tránsito, los riesgos son múltiples en cualquier lugar. A lo que debe sumarse la alta contaminación ambiental --que es otro riesgo--, porque ni el aire que respiramos se respeta.
EL ORIGEN de esta comprensible descalificación que empezamos a adquirir muchos años atrás no es otra cosa que el producto de la anarquía como tendencia natural y la impunidad como estatus establecido en nuestra sociedad. Hemos dicho muchas veces que el Estado --en casi todos sus niveles-- se ha atrincherado en su territorio oficinesco, lejos de la realidad. Amparado en la fantasía de que los únicos derechos humanos y legales vigentes deben proteger a los delincuentes.
HAY QUE subrayar, no obstante, en nuestro medio y en esta última materia delictiva, que el accionar policial viene desarrollándose con una eficiencia digna, que ya habíamos olvidado. Y que, en algunos casos, muestra a los propios jefes afrontando personalmente el riesgoso deber de enfrentar a la delincuencia.
PERO LA ausencia estatal en diversos rubros resulta evidente. Quien, por caso, circule por las carreteras podrá detectar infinidad de violaciones a las normas de seguridad. Excesos constantes de velocidad, no reparar en los indicadores de Vialidad, meterse en las rotondas sin respetar prioridades, cruzar las rayas amarillas, llevar las luces bajas apagadas, etc.
ADEMAS, ES indudable que las precarias rutas --de las que ha desaparecido Vialidad-- no están preparadas por los bólidos modernos, especie de misiles que apuntan hacia el prójimo, pero que también convierten en blanco fácil a quien los manipula. Todo en medio de una frustrante irresponsabilidad --presente en todos los rubros-- que no escarmienta ni siquiera ante los peores dramas; lo que nos define como una sociedad despojada de los frenos éticos y legales.
EL EMPEÑO debería centrarse en corregir esa imagen y no en esconderla, como se pretende. Somos como nos ven, pero también como la mayoría de los argentinos no queremos seguir siendo. Aspiramos, lo cual no es una desmesura, a construir un país donde la única tiranía sea la que deberían ejercer las leyes, y el principal bien, el que mana del cumplimiento del deber de cada uno. Precisamente el objetivo esencial de los gobiernos consiste en lograr que esto último funcione socialmente como realidad cotidiana.