La vegetación local antes de Estomba
Bahía Blanca antes de ser territorio exclusivo de viviendas, edificios y otras construcciones, lo fue de montes y salitrales.
Los intensos vientos que castigaban la zona desde distintas direcciones y un suelo poco profundo, generaban por entonces las condiciones para el nacimiento y desarrollo de árboles achaparrados, espinosos y con copa bandera.
De este modo, según estimó el ingeniero agrónomo Norman Dicek, podría dibujarse aquel paisaje que constituyó el ecosistema natural de esta región, cruzada por la isohieta que divide a la Pampa Húmeda del Espinal.
Tanto Dicek, quien días atrás disertó sobre el tema en el salón cultural de la Cooperativa Obrera, como su colega Carlos Villamil, profesor titular de la UNS, coincidieron en que las especies forestales originarias del territorio bahiense fueron el caldén y el chañar, en mayor medida, junto con agrupaciones menores de piquillín, alpataco y jarilla.
El comienzo de la destrucción y deterioro del ecosistema podría haber comenzado con la construcción de la Fortaleza Protectora Argentina, que trajo consigo, además de nuevos pobladores, la necesidad del desmonte.
Lo cierto es que, como consecuencia del dinamismo propio de toda ciudad en crecimiento, hoy el paisaje bahiense dista mucho del que alguna vez fue.
Especies exóticas y nativas de otras regiones del país, comenzaron a tomar protagonismo en las calles y espacios públicos locales.
Esta tendencia --según explicó Dicek-- produjo una falta de atención y de acción por conservar las plantas originarias, poco atractivas a los ojos de ciudadanos deseosos de contemplar espacios verdes en todas las estaciones del año.
Sobrevivientes. Sin embargo, Dicek destacó que hoy existe un testimonio viviente de lo que fue Bahía Blanca en tiempos previos a la Fortaleza Protectora.
Este está constituido por un pequeño monte de caldenes, conservado en el Jardín de Nativas de la ex Quinta González Martínez y un joven bosquecillo de chañares, en el Parque Campaña al Desierto.
Dicek indicó que ambas reservas componen un testimonio único, histórico y cultural, del ecosistema que identifica al paisaje regional bahiense, castigado por la continua pérdida de espacios verdes en consonancia con la evolución edilicia.
"Las especies originarias de Bahía Blanca no podrían adaptarse hoy a la ciudad. En general, son árboles de crecimiento extremadamente lento, cuyo porte es bajo y muy deforme", describió Villamil.
Al respecto, Dicek destacó que "importa tomar conciencia de nuestro patrimonio ya que el mundo, muy agredido y contaminado, avanza en un proceso de desertificación.
"La conservación plantas endémicas nos permitirá recuperar los ecosistemas que se han perdido y nuestra identidad".
El caldén, un bien natural.
Un tesoro de la flora autóctona local puede hallarse a poco más de tres kilómetros del centro de la ciudad, dentro del predio del Parque de la Ciudad.
Dentro de este nicho ecológico, comprendido por unas tres hectáreas, puede descubrirse una formación de caldenes, árboles nativos de la familia de las leguminosas.
"Estos caldenes tendrán entre 50 y 80 años, mientras que en la zona los hay de más de cinco siglos de existencia", dijo Villamil.
Lejos de mostrar sus cualidades majestuosas, estos ejemplares no resultan representativos en comparación con los grandes caldenales que pueblan actualmente las provincias de San Luis, La Pampa y sur de Córdoba.
"En Bahía Blanca ya no quedan bosques muy significativos, sino ejemplares aislados. Pero en lo que hace la generación de un compromiso ambiental, es una excelente idea tomar este pequeño relicto y revalorizarlo".
Según Villamil, la acción debería acompañarse de una gestión seria, que permita salir de esta primera aproximación para adentrarse en lo que debería ser un verdadero caldenal.
Sobre este punto, un avance se produjo mediante el Decreto 898 de 2006, por medio del cual se consideró el Jardín de Nativas como Bien Natural y Patrimonio Urbano del Partido de Bahía Blanca.
El chañar, una maleza extinta.
"Otra especie que podría haber conformado la flora predominante de nuestro paisaje está dada por los pequeños montes o isletas de chañares", señaló Villamil.
Dijo que hoy pueden encontrarse algunas aglomeraciones sobre la Ruta Nacional 33, rumbo a Sierra de la Ventana y Buenos Aires, así como a la vera de la Ruta Nacional 22, en dirección a Médanos.
"Hacia el sur se considera al chañar como una maleza. Es una planta muy agresiva, que crece mucho, pero que no da buen porte ni buena madera", dijo Villamil.
Pero, en nuestra ciudad, el chañar es una especie casi extinta. Sólo permanecen protegidos unos pocos y jóvenes ejemplares en el Parque Campaña del Desierto, en la intersección de las avenidas Fortaleza Protectora Argentina y Cabrera.
Según cuenta el vecino Oscar Giqueaux, también ingeniero agrónomo, durante años añosos chañares fueron talados por gente del sector, que los utilizó por mucho tiempo como leña.
"Donde hay una ciudad nunca se sabe qué hubo antes, ya que la alteración ha sido muy grande", dijo Villamil.
"Al parecer los viajeros no han escrito crónicas al respecto y, en general, las expediciones siempre fueron militares".
La excepción fue el naturalista inglés Charles Darwin, quien visitó los alrededores en busca de material paleontológico.
El científico publicó sus anotaciones sobre este territorio, que posteriormente se convertiría en la cuna de nuestra ciudad.
En los capítulos titulados "Baia Blanca" (sic) y "Patagones to B. Ayres" (sic) del tercer volumen de su diario, publicado en 1839, Darwin relató su impresión de la "desolada región".
"Es primavera, los pájaros ponen sus huevos y las flores en pleno florescencia. El suelo está cubierto por flores rosas de una variedad de acederilla y una arveja silvestre y un geranio enano. Aún con este cielo limpio y claro la planicie tiene un aspecto monótono".
SOLEDAD LLOBET