Ceferino Namuncurá
A pocos días de celebrar Bahía Blanca sus 179 años fundacionales, sin duda, la biografía de Ceferino Namuncurá da cuenta de una historia de un estado de guerra e incertidumbre constante de los primeros habitantes del fuerte hasta una suerte de "milagro", que permitió convertir al nieto de quien fuera el terror del desierto en el argentino más cercano a la santidad.
Los primeros 50 años de existencia del fuerte de Bahía Blanca (1828-1878) estuvieron condicionados, hasta en sus más mínimos detalles, a la constante y repetida amenaza de los indígenas que acechaban con sus correrías y malones a los pobladores. Precisamente, el cacique Catriel era el gran "demonio", el hombre que reunió a su alrededor a todos los caciques y capitanejos para acechar al hombre blanco que se asentaba en estas tierras. Junto a Catriel, se formó su hijo, Namuncurá, tan temido como su padre.
Rey de la Pampa, Emperador de las Salinas Grandes y Señor del Desierto, Namuncurá fue el último cacique, el que rindió sus ya devastadas fuerzas ante el ejército nacional y se refugió en Chimpay, Río Negro. Pero prueba de su capacidad de adaptación a sus nuevas circunstancias es que, en 1897, a sus 86 años de edad, Namuncurá logró que se admitiera a su hijo menor, Ceferino, en el Colegio Salesiano de Buenos Aires.
En 1904, Juan Cagliero, obispo salesiano, logró autorización del anciano cacique para llevarlo a Roma. Frente al Papa Pío X, Ceferino manifestó su vocación sacerdotal. Pero su avanzada tuberculosis puso punto final a sus sueños. Venerable desde 1972, "El indiecito santo" vino a hermanar a dos razas que buscan, aún en estos tiempos, sus sanas reglas de convivencia.