El mejor ingenio argentino
ES INNEGABLE la capacidad inventiva de los argentinos, de lo cual existen innumerables testimonios. Nos referimos a los que han sido útiles y provechosos para las personas; no a aquellos otros que podrían encuadrarse dentro de la llamada "viveza criolla", que tanto desprestigio nos acarrean.
ASI COMO nuestro país ha dado benefactores de la humanidad, merecedores del Premio Nobel --entre ellos un bahiense, el doctor César Milstein--, también desde estas tierras surgieron inventos reveladores de aptitudes particulares de quienes vuelcan su tarea en favor de los semejantes. Se dice que el primer invento importante data de 1810, cuando Miguel Colombise creó un sistema de control de navegación de los aerostatos; en 1813 se produjo la primera máquina hiladora, y en el mismo año fray Luis Beltrán creó, para el Ejército nacional, herramientas metalúrgicas, arneses y otros elementos. No puede dejar de mencionarse que Juan Vucetich ideó, en 1891, el sistema de identificación de personas por medio de las huellas digitales y que, en 1914, se pusieron en práctica instrumentos creados por el doctor Luis Agote para efectuar la primera transfusión exitosa de sangre.
EN EL año 1916, la Argentina fue escenario del primer vuelo de un helicóptero, concebido por Raúl Pateras; un año después, Quirino Cristiani produjo el primer largometraje de dibujos animados en la historia del cine mundial; en 1925, Vicente Almandos Almonacid lanzó un sistema para permitir la navegación nocturna de aviones; el mismo año salió a las calles porteñas el primer colectivo, que vino a solucionar el problema del transporte de pasajeros; un inmigrante húngaro, Ladislao Biro, creó el bolígrafo en 1944. El 29 de septiembre, aniversario del nacimiento de Biro, se conmemora el Día del Inventor. Más recientemente, en 1983, Mario Dávila concibió el semáforo para ciegos y, en 1989, se lanzó la jeringa descartable, fruto de la imaginación de Carlos Arcusin.
SON ALGUNOS de los ejemplos más resonantes que atestiguan el poder de creación de los argentinos. En este sentido, la actividad es constante, porque a menudo se lanzan al mercado elementos de uso cotidiano por lo general elaborados a partir de ideas de aficionados que se agrupan en entidades afines. Claro que no siempre encuentran las condiciones propicias --económicas, sobre todo-- para desarrollar sus invenciones, que a veces terminan frustrándose.
LA ULTIMA novedad es que en Japón --en oportunidad de una exposición mundial de la que participaron 50 países-- fue premiado un bastón para ciegos creado por Marcelo Martinelli, un docente universitario de Comodoro Rivadavia, quien también desarrolló una bicicleta especial para personas con capacidad visual limitada. El bastón funciona por medio de un chip e incluye un mapa virtual activado a través del sistema GPS, lo cual le permite desplazarse en otras ciudades y en otros lugares fuera de los que recorre habitualmente.
NUEVA demostración de que entre los argentinos existen habilidades particulares conducentes a importantes logros capaces de beneficiar al semejante. Son los inventos que resulta placentero destacar. No los otros, destinados exclusivamente a sacar provecho propio mediante malas artes.