Entre el dolor y la culpa
Dura, incluso salvaje, desgastante al punto de la devastación, resulta la travesía que Pablo Trapero invita a realizar por la vida de su personaje en Nacido y criado, el cuarto filme después de antecedentes bien valorados por el público y la crítica.
Se trata de un relato sobre el dolor más lacerante y la culpa. Sobre la pérdida y una manera --no la mejor-- de convivir con la martillante idea de haber podido evitarla.
Todo comienza en el principio. Suena a "verdad de perogrullo" pero tiene su explicación, porque Trapero inicia la narración desde el primer segundo de créditos iniciales, con un contrapunto de secuencias que panean los retratos de la felicidad de un joven matrimonio y su hija, y la árida y helada geografía patagónica, con un cuadro que cierra casi al borde de un precipicio. El conjunto sintetiza el viraje que la historia sufrirá a partir de un hecho puntual.
La canción Sangre les da marco. Son unos versos trágicos en la voz de Palo Pandolfo y anticipan el tono en que desembocará la trama. Colocan al espectador en un estado de inquietud del que, siquiera las imágenes de las primeras escenas, podrán rescatarlo.
Con los primeros minutos del relato se cuenta acerca de Santiago, padre cariñoso de Josefina, marido y amante soñado, y empresario exitoso junto con su mujer, Emi, en el negocio de la restauración de antigüedades y decoración de ambientes.
Los inmaculados espacios en que se mueve la familia hablan de una cotidianeidad sin demasiados sobresaltos, aunque pequeños reproches o arrebatos desvelan una violencia latente.
A partir de un accidente carretero, de desenlace desconocido para el espectador --pero de consecuencias a la vista dolorosas--, el filme sufre un cambio drástico, de situaciones, de protagonistas --a excepción de Santiago-- y de escenarios.
El blanco ya no aparece en las paredes de una lujosa casa en un barrio acomodado de Buenos Aires: es el de la Patagonia nevada, en un páramo apenas habitado, entre Río Turbio y El Calafate.
Santiago, antes empresario joven, de piel bronceada y vestuario de lino holgado, quedó convertido en un desalineado peón del aeródromo, con el rostro curtido por el frío, las uñas sucias de barro y el vaso de vino presto para ahogar una angustia que, de tanto en tanto, aflora a través de su hermeticidad, como la tierra entre la nieve derretida.
Es un paria sin familia, reunido como en jauría con Rober, un muchacho de cuyos orígenes poco se sabe, aunque pronto se conocerá que dejó atrás a una novia embarazada que le reclama el reconocimiento de la paternidad. También se une a ellos "el cacique", un toba que los lugareños confunden con mapuche, y que busca en su trabajo y en la compañía de esta suerte de huérfanos, evadirse de la grave enfermedad de su mujer.
En contraste con las imágenes iniciales, poco resulta grato en la aparente monotonía de ese ambiente agreste y extremo, donde lo instintivo se desnuda sin pudores.
"Monotonía aparente", porque en verdad la tensión avanza y crece, aunque a partir de lo pequeño, de lo cotidiano, de lo abiertamente expuesto.
Ese amigo circunstancial que hace oídos sordos al llamado desesperado de la mujer que anida a su hijo y su desaprensión al volante; o la muerte, inevitable y taxativa, van reconstruyendo el sufrimiento interno de Santiago, un proceso del cual el observador va tomando parte y completa con la propia sensación de incertidumbre.
Trapero --como algunos de sus colegas del denominado Nuevo Cine Argentino, de cuya inauguración él mismo participó con Mundo grúa-- muestra un talento especial para conjugar ambas partes y lograr que la película se vuelva un hecho artístico que prescinde de los grandes nombres de cartel que puedan opacar al personaje, y en el cual, el cinéfilo termina tomando un papel de testigo.
Tiene, además, una evidente calidad para --cuando la historia parece caer en clisés y todo se intuye dicho-- encontrarle una nueva vuelta, mantener la lógica y dejar a la platea al borde de la perplejidad.
Trapero hace un ejercicio más directo del drama
El cuarto largometraje del cineasta y productor Pablo Trapero, Nacido y criado, se acaba de estrenar en nuestro medio, a dos meses de su aparición en las pantallas porteñas.
En este filme, comentó el autor de Mundo grúa, realizó un ejercicio más directo del drama para mostrar el infierno de un hombre que huye a un lugar inhóspito de la Patagonia, para luchar contra los fantasmas de su pasado.
"Había elementos que en mis otras películas estaban sugeridos, pero en esta película sentía la necesidad de hacer un ejercicio dramático más directo. Y funcionó".
De coproducción argentino-ítalo-británica, la cinta compitió en el último Festival de Cine de Roma con muy buena recepción entre el público y la crítica.
"La gente sale muy emocionada y muy comprometida con la historia que se cuenta, y a pesar de ser un drama la acompaña desde que empieza hasta que termina", señaló el director entusiasmado.
Estados de ánimo.
Nacido y criado es protagonizada por Guillermo Pfening, Federico Esquerro, Martina Gusmán --esposa del director y productora ejecutiva del filme--, Tomás Lipán, Victoria Vescio y Nilda Raggi.
Pfening interpreta a Santiago, un joven exitoso dedicado a la restauración de objetos antiguos y la decoración, que vive cómodamente con su pequeña hija y su mujer (Gusmán).
Pero un accidente desata una tragedia familiar y provoca un violento giro en su vida. En el relato, esa situación se traduce en una enorme elipsis temporal que muestra a un Santiago casi irreconocible, tentado de escapar de sus fantasmas y ya mudado a otro espacio, donde trabaja como empleado de un pequeño aeropuerto.
La geografía helada y ventosa del extremo sur argentino es el escenario propicio para representar el profundo drama que sufre Santiago y para que Trapero despliegue distintos recursos --en este caso predominan el silencio y la composición visual-- con el fin de describir su dolor.
"Mi intención era acercarme a determinados sentimientos y estados de ánimo. Quería llegar, a través de la imagen, lo más cerca posible de lo que le pasa al protagonista", agregó el realizador acerca de una narración que se hizo en Scope, un formato que achata y ensancha la imagen en pantalla.
En los extremos.
Definida por la prensa italiana como un "western psicológico", la cuarta película del realizador también de El bonaerense y Familia rodante se vuelca, precisamente, a explorar la mente del protagonista, revela sus miedos y los fantasmas de su pasado, que lo ponen al borde de la locura.
"Es un retrato del estado de ánimo de Santiago, con una trama casi de suspenso. La película está muy cerca de su punto de vista. Lo que Santiago no sabe y no ve, tampoco lo saben ni lo ven los espectadores. Se van descubriendo las cosas a medida que él mismo las descubre".
Trapero reconoció que Nacido y criado es una película de contrastes y contrapuntos.
"A mí siempre me gustó trabajar con esa violencia entre estados de ánimo tan diferentes. En esta película creo que eso está llevado más al máximo, porque va de una punta a la otra.
"La idea es que Santiago también lo vive así, está en un estado de desorientación, de desconcierto, y puede pasar de la alegría a la tristeza en cualquier momento. Cada una de las noches y los días que pasa en la Patagonia van sumando pistas de lo que él mismo irá descubriendo y que recién se revela hacia el final", definió Trapero.