Bahía Blanca | Lunes, 30 de junio

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Dos décadas sin "el feo que cantaba lindísimo"

Se lo conoció como "El Feo" y lo cierto es que la belleza de Leonel Edmundo Rivero, fallecido en Buenos Aires el 18 de enero de 1986, no surgía de su fisonomía sino de su cantar grave, de una entonación perfecta, una expresividad a prueba de embustes y del trabajo de un cancionero que no se limitó al tango, sino que abrevó también en la milonga antigua, el repertorio criollo y el idioma lunfardo.


 BUENOS AIRES (Télam) -- Se lo conoció como "El Feo" y lo cierto es que la belleza de Leonel Edmundo Rivero, fallecido en Buenos Aires el 18 de enero de 1986, no surgía de su fisonomía sino de su cantar grave, de una entonación perfecta, una expresividad a prueba de embustes y del trabajo de un cancionero que no se limitó al tango, sino que abrevó también en la milonga antigua, el repertorio criollo y el idioma lunfardo.


 Guitarrista y cantor, miembro de la Academia Nacional del Lunfardo donde ocupaba la silla Carlos Gardel, compositor de piezas como Falsía o Malón de ausencia y considerado unánimemente como el mejor intérprete de Sur, Rivero formó parte de las orquestas de Horacio Salgán y Aníbal Troilo y tuvo una dilatada carrera solista.


 Había nacido el 8 de junio de 1911 en la estación de trenes Puente Alsina, de la cual su padre era jefe, pasó su infancia en el barrio de Saavedra, estudió guitarra y canto en el conservatorio y fue uno de los últimos cultores, junto a Nelly Omar, del cancionero criollo que fue, según él mismo reconoció, su máxima influencia.


 "Mi formación se debe a mis padres, mis tíos (músicos y cantantes) y los payadores e improvisadores qué escuché", sostuvo en el último reportaje que le hizo meses antes de fallecer Roberto Selles.


 En aquella nota, publicada posmorten en la revista Todo es historia también aseguró: "Nuestro género es muy difícil, porque en él es mejor contar que cantar. Lo ideal es hacer las dos cosas y, además, adornar el canto. Esto de los adornos lo introdujo Gardel en el tango cantable".


 El debut lo realizó junto a su hermana Eva en Radio Cultura, con su hermano Aníbal y trabajando como guitarrista en la década de 1920 y en 1935 ingresa a la orquesta de José De Caro para pasar dos años más tarde a la de su hermano Julio, donde, según afirmó, duró poco porque "el público paraba de bailar para prestarme oídos y eso a De Caro no le gustó nada".

Versiones imborrables. Más tarde pasó a la agrupación de Emilio Orlando y a comienzos de los 40 fue el cantor de la orquesta de Humberto Canaro (hermano de Francisco y autor de Gloria), trabajando entre 1944 y 1947 con Horacio Salgán (aunque sin dejar placas grabadas), y posteriormente reemplaza a Alberto Marino en la orquesta de "Pichuco", donde se cimentó su popularidad.




 Junto a la orquesta de "Pichuco" que dejó versiones imborrables en la memoria popular como sus interpretaciones de Yira, yira, El último organito, Yo te bendigo y, fundamentalmente, Sur, de Aníbal Troilo y Homero Manzi.


 A partir de 1950 Rivero inicia su carrera solista, acompañado por las guitarras de Armando Pagés, Rosendo Pesoa, Adolfo Carné, Achával y Milton y posteriormente por un conjunto dirigido por Roberto Grela y que también integraban los guitarristas Rafael Del Pino, Héctor Davis, Héctor Barceló, Rubén Morán y Domingo Laine, según detalló en un artículo sobre su vida Fernando Pastor.


 Rivero fue además una rara avis dentro del panorama musical local, tanto por su registro bajo como por trabajar un repertorio lunfardo en épocas en que florecía y se desarrollaba un tango algo abolerado que se repetía una y otra vez en la radio y la televisión.


 Así, mientras otros temas hablaban de penas de amor, llantos y desengaños, el cantaba algunos que aludían a puñaladas, baños de sangre, guapos que castigaban a sus minas con toallas mojadas y otras sutilezas.


 En este punto, "El Feo" no sólo compuso tangos lunfardos sino que musicalizó a decenas de poetas de la jerga porteña como Carlos De la Púa, Felipe Fernández "Yacaré", Iván Diez, Celedonio Flores, Juan Bautista Devoto, Nyda Cuniberti, Luis Alposta o Enrique Otero Pizarro.


 En 1969 creó el afamado reducto de tango El Viejo Almacén en una vieja casona de Balcarce y avenida Independencia, donde durante el Virreynato del Río de la Plata había funcionado el Hospital de Hombres y que más tarde se convirtió en el Hospital Británico.


 En sus últimos años y habiendo vencido todas las resistencias que se habían alzado en su comienzo se convirtió en uno de los personajes insoslayables de la ciudad y el 18 de enero de 1986 a las 10 y 30 de la mañana calló para siempre a los 74 años.

Una particular fisonomía, en solfa




 Ancestros británicos y criollos, una mezcla genética que quizás haya tenido que ver en la elefantiasis que le esculpió una singular fisonomía, convergieron en este enorme cantor, dueño de una de las técnicas más depuradas jamás escuchadas.


 En el ambiente del tango, diversas bromas circulaban en torno a las líneas "poco agraciadas" de su rostro y en especial, el desmesurado tamaño de sus manos.


 Lejos de incomodarse, el propio Rivero recogía el guante y se cargaba a sí mismo.


 "Mi madre no me dejaba que practicara bailes españoles porque le usaba las tapas del inodoro como castañuelas", bromeó en su libro Una luz de almacén.


 Tampoco faltó quien llevara la exageración un poco más allá y asegurara que, cuando niño, Rivero jugaba a los trencitos.. en la estación Retiro.


 Más allá de estas chanzas, una cabal idea sobre la dimensión de este artista quizás pueda provenir de las palabras de Astor Piazzolla.


 Poco amigo de los elogios fáciles y cultor de posiciones claras y definidas, el autor de no dudó en definir que los tres más grandes cantores de tango de todos los tiempos fueron Carlos Gardel, Roberto Goyeneche y Edmundo Rivero.


 "Los demás se ubican bastante por detrás", consideró el bandoneonista.