Contradicciones presidenciales
La autonomía de vuelo que reclamó, y obtuvo, el canciller Rafael Bielsa para continuar con su candidatura a diputado nacional por el kirchnerismo de la Capital Federal, si algo generó en la escena política de estos días, es haber desnudado las enormes contradicciones en que incurre el discurso de la Casa Rosada, y de su máximo ocupante, que ningún bien intencionado podría atreverse a discutir sin ser calificado de flagrante opositor. Los reiterados ataques al diario "La Nación", que obviamente no sigue los dictados de la redacción que nutre a otros medios instalada en la Jefatura de Gabinete, es apenas una muestra.
Ocurrió lo mismo con los dichos del piquetero oficialista Luis D'Elía, quien, en honor a la más estricta de las verdades, reconoció que buena parte de la "mafia" denunciada por Cristina Fernández en el Teatro Argentino de La Plata que antes militaba en el duhaldismo, ahora goza de la protección y del favor de la ya célebre billetera de Kirchner.
Un tercer elemento de este muestrario de las modalidades de un hombre que pega por izquierda, pero firma por derecha lo encierra aún más en su contradicción: su incursión temprana y borrascosa en la campaña electoral --en la que, más allá de su prédica en busca de su conversión de presidente "débil" en "fuerte", no es candidato a nada-- ha servido sólo para disparar agravios e improperios. Ni una idea ni una propuesta se le han caído en esa escalada llena de apelaciones casi religiosas que, salvo en el ¡acompáñenme!, en reemplazo del ¡síganme!, se diferencia muy poco de lo que ya escuchamos en los 90.
Veamos el caso del canciller. Las sospechas de los equipos de campaña de Bielsa acerca de una maniobra urdida en el primer piso de Balcarce 50 para perjudicarlo son de tal magnitud que sólo la imposibilidad de transformarlas en denuncias concretas y probadas impiden que el tema termine en un escándalo mayúsculo.
Bielsa está convencido de que los rumores sobre su presunta decisión de abandonar la candidatura salieron de los despachos de Alberto Fernández, su más enconado rival dentro del gabinete. "¡Nunca pensó en renunciar a su candidatura; al contrario, está más entusiasmado que nunca porque las encuestas le dan muy bien!", se exaltó un miembro de ese equipo. Las razones de la trapisonda de Fernández las encuentran en un escenario a futuro que ya avizoran. El canciller no sólo puede ganar las elecciones de octubre, sino que hasta un buen resultado, como por caso terminar segundo a escasa distancia de Elisa Carrió, lo dejaría bien posicionado para su siguiente desafío, que es llegar a jefe de Gobierno porteño en 2007.
En la construcción de los bielsistas, el jefe de Gabinete tiene los mismos datos y encuentra que el canciller vendría a constituirse en una enorme piedra en su zapato, cuando dice y repite que él, con el apoyo de Kirchner, será el candidato a suceder a Aníbal Ibarra.
Se han escuchado todavía peores cosas en estos días en los cuales Bielsa resolvió que no será un candidato sometido a los dictados del presidente o de su principal escudero. Dicen en esos mentideros que Alberto Fernández cree que el peronismo no tiene chances en la Capital Federal. Y que por eso impulsó la candidatura del canciller. Una derrota comicial lo dejará fuera de carrera para la pelea mayor en el distrito.
"Los locos Bielsa", en remedo de "Los locos Adams", les dicen al canciller, a su hermano Marcelo, ex técnico de la Selección, que dio un portazo cuando estaba en la cima de la gloria, y a María Eugenia, la vicegobernadora santafesina que le dio la espalda a Kirchner cuando le propuso ser candidata. Con esa "locura" a cuestas, llegó Rafael el viernes al principal despacho de la Casa Rosada. Y en presencia del presidente y de Alberto Fernández, dijo que no se iba a bajar de la candidatura y que, a partir de ese momento, reclamaba autonomía de movimientos y capacidad política propia para manejarse en la campaña. El santacruceño lo avaló. El jefe de Gabinete tragó saliva.
El enojo previo de Kirchner con Bielsa no viene sólo por haberse enterado que el canciller, de viaje en Ecuador, mandó a su mujer al acto de los familiares de Cromagnon en el que se pidió impulso al juicio político contra Ibarra. Esa foto, en la que también se sentaron Carrió, López Murphy, un enviado de Mauricio Macri y Vilma Ripoll, desquició el humor del presidente. Bielsa ya había encendido alarmas cuando, hace tiempo, sugirió en la cima del poder que se arregle el problema de los piqueteros porteños con algo más que el sketch televisivo de Aníbal Fernández. También se había despegado del mote de "padrino" que CFK le colgó a Duhalde y, más cerca en el tiempo, discrepó con Estela Carlotto y su destemplanza ante el repudio que recibió de parte de un grupo de familiares de las víctimas del boliche de Once.
Al presidente terminó de desencajarlo que Bielsa lo haya puesto al descubierto en su contradicción: Kirchner no sabe qué hacer con Ibarra. No quiere aparecer atacándolo y por eso los Fernández salieron a acusar de estar "politizada" a la comisión de familiares. Es obvio que si Ibarra se debilita aún más y termina por caer, al santacruceño le van a colgar más de una factura por haberlo apoyado para que consiguiera un segundo mandato, reconocido como uno de los peores en la historia del distrito. Pero tampoco puede quedar al margen de quienes piden juicio político y que la Justicia funcione y se expida. Se entiende la tirria que le produjo aquella foto, atrapado en su laberinto.
El exabrupto de D'Elía cayó como un baldazo de agua helada en la Casa Rosada. No debe de haber otra contradicción en el discurso del matrimonio presidencial que haya quedado más expuesta. Los dichos del piquetero, que supo tener despacho propio cerca de los aposentos de Oscar Parrilli en los momentos de gloria, le apuntaron al corazón de la "cristalinidad" y de la "transparencia" que pregonan el presidente y su mujer. Cristina calificó indirectamente de "mafioso" al duhaldismo y resulta que ahora una buena porción de esa tropa, en boca del piquetero preferido de Balcarce 50, saltó el cerco y milita en sus propias filas. Un palazo indesmontable que provocó estragos en la cima.
Conviene hacer un par de puntualizaciones. También en el entorno presidencial consideran a D'Elía un inimputable político. Y hasta se consuelan a sí mismos sosteniendo que en cualquier encuesta de imagen el piquetero no levantaría un par de puntos. No alcanza para tapar otra de las contradicciones del poder: Cristina fue de las primeras en trazar fronteras inexpugnables entre ella y varios de los intendentes que antes militaban con Duhalde y ahora los siguen a todos lados por el conurbano. Se recuerda un caso puntual, el del suspendido acto en homenaje a Evita en José C. Paz, donde gobierna Mario Ishii. La dama se negó a posar en una foto junto a uno de los que en la intimidad ella considera "impresentables".
Conclusión: D'Elía no ha dicho nada que no se escuche por lo bajo en los pasillos del poder respecto de la "calidad" de la tropa bonaerense que, por aquellas herejías que suele entregar la política, se han visto obligados a subir al carro. El primero en desnudarlo, rápido como un rayo, fue el gastronómico Luis Barrionuevo, conocedor de estos menesteres: el piquetero sólo dice lo que le mandan decir desde la carpa de los patagónicos.
En el medio se coló otra interpretación que hasta se vincula con aquel reclamo de Bielsa respecto del piqueterismo porteño, y que llevó a D'Elía a abrir el paraguas. Sostiene esa versión que el dirigente de la FTV es la punta de lanza de una ofensiva del mundo piquetero contra el kirchnerismo, enterado de que Kirchner planea desembarazarse de todos sus compromisos para mejorar sus chances electorales en la provincia de Buenos Aires, donde "Chiche" Duhalde machaca entre sus recursos de campaña con el tema, y en la Capital Federal, donde el hartazgo de los ciudadanos puede provocar estragos en las aspiraciones del canciller y su ciclópea batalla para destronar a Carrió.
Hay otro síntoma de las contradicciones presidenciales. Es su propio accionar, y su palabra, en el marco de una campaña electoral signada, a su influjo, por la denuncia y el agravio, pero a la vez por la carencia absoluta de propuestas e ideas.
Un Kirchner recurrente e incorregible, pese a las angustiosas apelaciones de sus colaboradores, sigue firme a la cabeza de esa batalla en la que pareciera que el triunfo será de quien más agravios acumule contra sus enemigos, no el que más proponga. NK había aceptado a regañadientes bajar el perfil de su discurso antiduhaldista, advertido de que ese ejercicio de chicanas y hasta de contradicciones hacia el hombre que pasó sin escalas de socio a "padrino", le restaba votos en la provincia. Pero, en los últimos días, retomó la campaña del agravio, primero contra Domingo Cavallo, después contra Carlos Menem y el viernes fue el turno de Jorge Sobisch, siempre "mechado" con ataques a la prensa que se niega a escribirle su propio "diario de Yrigoyen".
La oposición, en un paso que sólo cabe deplorar desde la vereda de los ciudadanos de a pie, se ha sumado a ese festival.