Bahía Blanca | Viernes, 18 de julio

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Un comodín de jerarquía para la música bahiense

-- Después de escucharlo tocar, no falta quién se pregunte: "¿Por qué un músico de está calidad no está trabajando en Buenos Aires?" ¿Qué le respondería? -- Que ya estuve. Viví allá entre 1993 y 1996, dedicado exclusivamente a la música popular, incluso gané un contrato anual para trabajar en la Banda Municipal. Pero me volví. No encontré algo mejor que lo que aquí tenía.




 -- Después de escucharlo tocar, no falta quién se pregunte: "¿Por qué un músico de está calidad no está trabajando en Buenos Aires?" ¿Qué le respondería?


 -- Que ya estuve. Viví allá entre 1993 y 1996, dedicado exclusivamente a la música popular, incluso gané un contrato anual para trabajar en la Banda Municipal. Pero me volví. No encontré algo mejor que lo que aquí tenía.


 -- ¿Y qué es lo que tenía?


 -- A mí, me gusta todo lo que hago, pero necesito que mi trabajo siempre gire alrededor de la música clásica y ser solista de clarinete en la Orquesta Sinfónica es muy lindo. Además extrañé a mis amigos de la ciudad en la que viví toda mi vida.


 -- ¿En Buenos Aires no se puede hacer amigos?


 -- No sé si fue una cuestión de suerte o de contactos, pero los trabajos que hice allá fueron de "derecho de piso". Si yo digo que trabajé en el Sheraton Hotel, a muchos le puede sonar muy bien, pero me pagaban 800 pesos y con eso, en una ciudad como Buenos Aires, no se vive.


 -- ¿Qué hacía en el Sheraton?


 -- Trabajaba en el restaurant El Aljibe. Un lugar muy "paquete" en el que tuve la oportunidad de conocer a gente importante. Por allí pasaron los integrantes de Red Hot Chili Peppers, Christian Castro o Víctor Hugo Morales, por nombrar algunos de diferente condición.


 -- ¿Tocaba el saxo?


 -- Sí, integraba un trío con un pianista y un bajista. Muy buenos músicos, con mucho oficio. Tocaban muy bien todo, pero en especial el tango.


 -- ¿No le interesó quedarse con eso sólo?


 -- Claro. Quería probar otras cosas. En Buenos Aires hay un movimiento impresionante. La misma luz que hay en la calle, se ve entre algunos que tocan. Me invitaron a tocar con algunos monstruos y pude estudiar con algunos maestros muy buenos, pero en lo económico vivía al día. Un precio que no estuve dispuesto a pagar. Prefiero trabajar en una orquesta sinfónica y darme, aparte, el gusto de hacer música popular.


 -- ¿No tuvo ofrecimientos mejores?


 -- En Buenos Aires nadie te va a tocar la puerta de tu casa. Quizás si hubiera estado más tiempo, algo podría haber surgido. Pero tres años no es nada. Diez quizás sí, pero no quise arriesgarme. Además extrañaba...


 -- Alguno puede recordarle aquello de la cola de león y la cabeza de ratón...


 -- Puede ser. También están las cosas que uno se quiere probar a uno mismo. Quizás sea de esos que esperan las oportunidades vengan a uno en lugar de ir a buscarlas. Pero no me hice a la idea de estar diez años sin tocar obras del repertorio universal, las grandes creaciones de Beethoven, Tchaicovsky, Mahler... creo que sin eso no puedo vivir.


 "Si hubiera tenido la chance de entrar a la Filarmónica, vaya y pase. Pero no la tuve".


Pasión por tocar.







 -- ¿Puede decirse que hacer música popular es una especie de hobby para usted?


 -- No estoy seguro. Cuando se dice "hobby" se da la idea de que es algo secundario a lo que no se le dedica mucho tiempo y en mi caso, no es así. La verdad es que me daría miedo vivir de la música popular. Ya traté y no pude. Y eso que no tengo una familia que mantener...


 -- ¿Es para tanto?


 -- He visto músicos en Buenos Aires que tienen que estar todo el día haciendo lobby, horas hablando con productores, mostrándose, gestionando para salir en el diario. A mí, todo ese tiempo, me gusta más tocar. Es mi manera de comunicarme.


 -- Y a juzgar por la cantidad de cosas que hace, no se priva de ese placer...


 -- Eso trato. Por eso me gusta mucho tocar con gente joven, llena de energía. Hace poco me invitaron para participar de un homenaje a Los Redondos, que me parecen una muy buena banda.


 -- ¿Le gusta el rock?


 -- Mucho. Me gusta más tocarlo que escucharlo. Es una música de acción. Para tocar jazz, que es mi gran pasión, hay que saber tocar rock y blues.


 -- ¿Viviría del jazz?


 -- Ya vivo de la música clásica y me gusta vivir de eso. Tocar jazz es darme un gusto.


Una vocación tardía.







 -- ¿Cuándo decidió ser músico?


 -- La mía no es una de esas vocaciones de toda la vida. Empecé a estudiar música a los 16 años con el maestro Carmelo Azzolina.


 -- ¿Por qué tan tarde?


 -- Yo estaba todo el tiempo en la calle, jugando al fútbol con mis amigos. Entonces, mi padre le pidió a mi tío, que era director de la banda del batallón que me consiguiera un instrumento, como forma de sacarme un poco de la calle. Le pedí una trompeta y me trajo un clarinete. Como buen militar me dijo: "Vos tenés que tocar este instrumento". La verdad es que no sabía lo que era. Después, con el estudio, le tomé cariño. Y hasta cambié la calle por la música.


 -- ¿Y fue al Conservatorio?


 -- Sí, egresé en 1985. Después que terminé de estudiar clarinete, empecé con el saxo.


 -- Además de su tío, ¿hubo antecedentes musicales en su familia?


 -- No. En mi casa sí se escuchaba buena música y muy variada. Pero no mucho más que eso.


 -- ¿Cuándo ingresó a la Sinfónica?


 -- En 1982. Tenía 19 años cuando empecé a hacer prácticas.


 -- A los 16 empezó a estudiar y tres años después estaba en la orquesta. No es poco...


 -- Estudiaba mucho y mi maestro me daba mucho ánimo. El concurso lo rendí en 1984, cuando dirigía Mario Perusso y Esteban Gantzer estaba de asistente. Enseguida llegó Guillermo Brizzio. Entré como cuarto clarinete y fui ascendiendo, siempre por concurso.


 "Una vez que se toca música clásica, uno queda marcado para siempre. No hay música mejor o peor, pero la música clásica es algo único. Nada puede gustarme más que tocar el solo de la Patética de Tchaicovsky o alguna obra por el estilo".

Un refuerzo siempre listo.






 -- ¿De cuántos grupos forma parte, además de su función en la Sinfónica?


 -- Estoy en algunos. En los Latin Boys soy estable, porque para hacer el espectáculo que tenemos previsto para septiembre, hace falta ensayar bastante. Hace casi una década integro la 52 Street Big Band de jazz, aunque en ese género se arman y desarman cosas de acuerdo con el trabajo que haya. Además formo parte de un trío de cámara con la pianista Elena Juc y el cellista "Tito" Peralta y de un cuarteto de clarinetes. También estoy en los grupos jazzeros ATP y Ultimo Momento, donde tocamos composiciones de Diego Casoni, Fernando Balestra y Guillermo Pohle, algo que me gusta mucho.


 -- ¿Considera que la ciudad valora a su Orquesta Sinfónica?


 -- Sí, aunque algunos no lo perciban, una muy buena parte de la actividad cultural de la ciudad se desarrolla en torno a la Orquesta, directa o indirectamente. Además, si algo hay que reconocerle a la gestión de José Ulla, con su política y su sistema, es que acercó a mucha gente a escuchar a la Sinfónica.


 "Eso se ve cuando tocamos un jueves en lugar de un viernes y la gente viene igual porque aprendió a quererla y a valorarla. No es usual que en una ciudad que no es capital de provincia haya una agrupación de estas proporciones".


 -- ¿Le gusta ser solista?


 -- Sí, aunque es muy distinto tocar dentro de la orquesta que hacerlo adelante. El trabajo grupal me encanta, lo otro es un desafío que me pone nervioso, aunque nunca se puede rechazar cuando se es solista de una orquesta. No todos somos como Xavier Inchausti...


 -- ¿Por qué lo dice?


 --Porque se nota que él tiene algo más. Es un genio, o por lo menos, tiene rasgos geniales. La última vez que tocó aquí, no se puede creer lo que hizo con algunos capriccios de Paganini. No sé cuántos como él, con 14 años, hay en el mundo...


 -- ¿Usted no se siente un talentoso?


 -- No creo serlo. Lo mío es más trabajo y transpiración. La mayoría de las cosas las resuelvo con oficio. Trabajar con músicos populares me ayuda mucho para eso.


Aportes al teatro y el humor.







 -- ¿Que supone para su carrera intervenir en una obra teatral como "Utopía en mi bemol"?


 -- Es la posibilidad de aprender algo nuevo. Me sirve para ver como puedo meter mi lenguaje en ese terreno. Agradezco tener gente que me explica como Facundo Falabella, Jorge Ventura o Lorena Carrique.


 -- Para terminar, ¿podría mencionar sus sueños y proyectos?


 -- Tener salud y seguir haciendo lo que hago cada vez mejor. Por caso, el año que viene tendré la posibilidad de tocar en París. Y ahora en agosto voy a Salta, a Mercedes y la Capital Federal a tocar conciertos de cámara.





¿Qué hay entre las mujeres y el saxo?










 -- ¿Se siente "él" saxofonista de la ciudad?


 -- Uno de los más antiguos, seguro...


 -- Cuándo usted comenzó a tocar este instrumento, ¿no estaba tan en boga como ahora?


 -- No, para nada. Ahora hay como una cosa erótica que le da auge al instrumento. Tocarlo me sirve para relacionarme socialmente y tocar otro tipo de música. Me permite ir una noche a un bar a tocar rock o tango y compartir un momento social.


 -- Sin ánimo de ventilar su vida privada, pero hay ciertas creencias en torno a que a las mujeres les gusta bastante el saxo...


 -- Es cierto. Les gusta el saxo... pero no el saxofonista.


 "Hablando más en serio; a las mujeres, el saxo les hace vibrar algo. Hay una fibra que les toca y tiene un efecto sensual. Ellas captan algo en el sonido maravilloso de este instrumento que los hombres quizás nos estemos perdiendo".




PERSONAL

* Raúl Soto nació en Río Gallegos hace 42 años. Tenía cinco cuando su familia se radicó en nuestra ciudad.

* Su infancia transcurrió en Holdich al 100. Estudió en la Escuela Nº 6 y en el Colegio Claret.

* Entre sus antecedentes laborales, figura el de haber formado parte de la sección de armado de páginas de "La Nueva Provincia" y ser ascensorista del Hotel Italia.

* Soltero, vive en Moreno al 300. Además de sus múltiples actividades artísticas, es docente del Conservatorio y enseña a algunos alumnos particulares, siempre y cuando esto no le quite tiempo para tocar.