La perrera
Hace 70 años, en marzo de 1935, regresó a las calles bahienses la discutida perrera, atento a la enorme cantidad de perros que deambulaban sin rumbo.
Era costumbre, allá por el 1900, que la comuna declarara una guerra contra los perros vagabundos que acarreaban serios riesgos sanitarios, rabia incluida. Lo curioso era el sistema de eliminación, consistente en darles de comer albondiguillas con veneno. "La Municipalidad ha prestado debida atención a la guerra formal en contra de los perros, pues pasan de treinta los canes que han pagado ya su tributo a las albondiguillas. La campaña continuará a fin de ralear las filas de perros vagabundos", decía una crónica de 1900.
En 1907, la perrera suspendió su accionar, buscando otros métodos de eliminación. "La intendencia ha resuelto suprimirla hasta tanto se construya la cámara de asfixia para dar una muerte más decente y aceptable a los canes sin bozalejo que revuelven tarros de basura, se aficionan a las pantorrillas y levantan la pata en la vía pública", publicó "La Nueva Provincia".
En la década del 20, se la denominaba "el patibulario vehículo, antesala de la muerte para el amigo más fiel del hombre".
Por 1935, el carrito-jaula circulaba con experimentados enlazadores por los barrios suburbanos, donde el número de animales ilegales alcanzaba cifras alarmantes.
Entonces, el servicio contaba con la oposición de los niños, quienes se encargaban de espantar los canes para evitar que fuesen atrapados. "Así y todo, el número de perros que caen bajo los certeros tiros de lazo es considerable", se informó.
Ante esta situación, hubo quienes sugerían que un policía a caballo acompañara a la perrera, para que pudiera efectuar "su benéfico cometido".