Julio de Caro, un innovador del tango que no tuvo contra
Revolucionar significa bastante más que reformar o modificar. El calificativo sólo le cabe al hecho que produce cambios profundos, que marca hitos históricos, que fija un antes y un después.
Tal lo que le aconteció al tango con la aparición en su escena de la figura de Julio de Caro (11/12/1899-11/03/1980), que a despecho de su condición de violinista --un instrumento que no lidera la ejecución-- logró a partir de lo suyo una trascendente inserción dentro de composiciones que le cambiaron la cara a la estética musical del género, hasta crear una verdadera escuela, pletórica de eximios seguidores y cuyas pautas estilísticas mantienen absoluta vigencia.
La nueva tónica introducida por de Caro tuvo base de sustentación en el cuidadoso armado de agrupaciones a las que supo asociarse el talentoso "fuelle" de Pedro Laurenz y desde las que profundizó los ya loables intentos de Osvaldo Fresedo y Juan Carlos Cobián, mediante un equilibrio que dotó a sus temas de una notable riqueza instrumental sin dejar de respetar la condición de bailabilidad que ya ostentaba el primitivo tango de musicalidad sencilla.
Los arreglos se conjugaron además con la evolución literaria que arrancó con Pascual Contursi y la aparición del tango canción, concebido a partir de Mi noche triste, unido al inmortal aporte vocalizador de Carlos Gardel.
Así, tuvo vida una atractiva conjunción que dio lugar a la trilogía: tango instrumental, tango para bailar y tango para secundar cantores.
No es otro estilo que el luego heredado, en diferentes etapas, por instrumentistas como Emilio Bardaro, Lucio Demare, Osvaldo Pugliese, Alfredo Gobbi, Argentino Galván y tal vez, sus dos más eximios pupilos: Aníbal Troilo y Horacio Salgán.
Más acá en el tiempo, se acoplarían nombres como los de Leopoldo Federico, José Colángelo, Raúl Garello y Osvaldo Piro.
A la labor innovadora de Julio de Caro no le faltó prédica con el ejemplo a partir de numerosos títulos involucrados en lo que dio en denominarse tango romanza.
Y a su inicial Todo corazón, de 1924, se fueron agregando Mala junta, Copacabana, Flores negras, Sollozos, Cenizas, Piba loca, Mala pinta, Berretín, La rayuela, Orgullo criollo, Tierra querida, El arranque y Arrabal, por mencionar los más notorios.
De su escuela, aparecieron también temas de reconocidos compositores como Sans Souci y Agua bendita, de Enrique Delfino; Qué noche y El Motivo, de Juan Carlos Cobián, marcando contemporáneamente la tendencia.
De lo suyo también supo mamar el otro gran revolucionario del tango, Astor Piazzolla, a quien de Caro le sacó una ventaja.
Pues mientras el creador de Adiós Nonino debió luchar arduamente contra la incomprensión a nivel popular antes de imponer mayoritariamente lo suyo, a aquél nunca nadie le dijo "esto no es tango", según lo observa agudamente el historiador José Gobello.
De todos modos, lejos de cualquier posible antagonismo, la admiración de Astor quedó testimoniada en ese sentido homenaje tanguero que tituló Decarísimo.
Julio de Caro logró, en base a buen gusto y talento, audiencias refinadas y metió al tango en el centro sin provocarle disgusto a su esencia arrabalera.
Es probable que a su persona le haya faltado un carisma más adecuado a la importancia de su obra. Sin embargo la historia le hizo justicia al convertir el día y mes de su nacimiento, 11 de diciembre --de feliz coincidencia con los de Carlos Gardel-- en el Día Nacional del Tango. ¿Qué menos?.
Una anécdota muy bahiense
El músico y compositor bahiense Rogelio Mayo, nacido en la barriada de Villa Mitre, allá por 1939 le inició juicio por plagio a Julio de Caro. Arguyó para ello que de su pasodoble Sangre brava, fueron utilizados "diez compases de absoluta coincidencia" con el tango Fuego que de Caro incluyó en el filme "Murió el sargento Laprida".
Este tipo de presentaciones legales no solía tener éxito pues terminaban con el veredicto de meras coincidencias.
Sin embargo, la demanda de Mayo halló eco siete años después --en 1946-- al punto de que Julio de Carlo fue condenado a una compensación económica de 15.000 pesos, cifra por demás importante para la época.
Osvaldo De Rosa/"La Nueva Provincia"