Misterios en la rojiza inmensidad
Hay que llegar hasta la Cuenca de Ischigualasto para adentrarse en los parques naturales del Valle de la Luna, Talampaya y El Chiflón, con sus extrañas formaciones y yacimientos de fósiles, en territorio sanjuanino el primero y en La Rioja los otros dos.
El más conocido a nivel local e internacional es el parque provincial Valle de la Luna, con sus 60 hectáreas, de las cuales 45 ocupan la zona turística, donde están las famosas rocas a las que el viento dio caprichosas formas con su erosión.
A pocos kilómetros, y aunque con menos "prensa", el parque nacional Talampaya ocupa 215 hectáreas y encierra un cañón con farallones rojizos de más de 100 metros de altura, que por decenas de kilómetros alberga una variada flora y fauna del desierto, también con extrañas figuras de piedra y restos arqueológicos.
La reserva provincial riojana de El Chiflón, menos famosa que las anteriores y más pequeña, es de reciente explotación turística y su cuidado y guía está a cargo de gente que habita esa zona desértica, capacitada por personal del área de Turismo.
Su nombre se debe al constante ulular del viento a lo largo de una serpenteante quebrada donde los tonos varían del gris al rojo pálido, en la que además se pueden observar restos arqueológicos y un pequeño bosque de troncos petrificados.
La ciudad más cercana es Patquía, a unos 80 kilómetros al Este por la ruta 150, que pese a sus miles de pequeños remiendos de brea sobre grietas causadas por los cambios de temperatura, se encuentra en buenas condiciones de transitabilidad.
Como otros parques naturales sus figuras de roca tienen nombres, por caso El Hongo, El Loro y La Casita, un bloque que de lejos parece un rancho real.
Veinte kilómetros más adelante se entra a San Juan y tras otro tanto al Valle de la Luna, donde aumenta la variedad de formas y colores, con mucho ocre fuerte, que deriva al amarillo, con zonas azuladas y altos paredones y arena color ladrillo.
Algunas formas, de varias decenas de metros de altura parecen bloques apilados y logran figuras como El Submarino, El Hongo y El Gusano; otras son esferas diseminadas, como en Cancha de Bochas, y también están los conos que le dieron el nombre al lugar.
El Valle alberga restos de flora y de vertebrados que datan de unos 225 millones de años mientras en un pequeño museo en su entrada se exponen reproducciones de esqueletos de estas especies y algunos fósiles reales.
Caminos
San Agustín del Valle Fértil, a unos 80 kilómetros al sur, es la entrada que propone San Juan para este parque, pero muchos van desde Villa Unión, en La Rioja, a unos 100 kilómetros por la ruta 76, debido al mal estado de la 510, y otros desde Patquía, ya que la remendada 150 aún permite un viaje sin sobresaltos. También la 76, a pesar de su gastada señalización horizontal. Pero la 510, que en largos tramos fue comida por los pozos, con sus numerosos "serruchos" o "pianitos", parece sólo apta para 4x4 o motos de cross, aunque esta temporada se encontraba en reparaciones.
Desde la 76, a mitad de camino desde Villa Unión, se ven sobre el horizonte los altos farallones rojo intenso, dando fin al llano desierto del mismo color, sólo vetado por bajas retamas espinosas.
A 13 kilómetros de la ruta está la entrada al enorme cañón del río Talampaya --que si no está seco es un hilo de agua--, cuyo ancho va desde más de 300 metros a una decena donde se transforma en una estrecha garganta, con paredes que superan el centenar.
Dentro del cañón y en sus planicies adyacentes hay extrañas formas moldeadas por el viento y el agua, como El Monje, La Torre, El Rey Mago, La Catedral Gótica o La Chimenea, tallada ésta en una alta pared, cuya forma permite gritar y escuchar el eco multiplicado en varios cientos de metros a la redonda.
Además de las formas naturales y restos arqueológicos --como un mural de petroglifos de 13 metros de largo-- hay allí un bosque milenario de algarrobos, y todo el lugar constituye un refugio de cóndores, mientras en los jarillales y retamales de su lecho viven zorros grises, chuñas, ñandúes y guanacos, entre otras especies.
La región que ocupa junto al Valle de la Luna fue declarada Patrimonio Natural de la Humanidad por la Organización de las Naciones Unidas en 2000, por contar con los yacimientos paleontológicos más importantes del mundo y una de las bellezas más espectaculares de la naturaleza.
Cuando mucho depende de la voluntad ajena
El entusiasmo del turista no siempre coincide con el de su guía, por eso la visita a un lugar como las reservas naturales de Ischigualasto puede constituir una interesante y emocionante aventura o sólo una apresurada descripción y sumatorio de datos.
Una reciente visita a las reservas provincial de El Chiflón, y nacional de Talampaya, en La Rioja, y Valle de la Luna, en San Juan, permitió observar esas diferencias.
El servicio de cuidado y guía de El Chiflón está a cargo de media docena de lugareños, capacitados por personal de Turismo provincial desde hace algunos años.
Una tarde con el sol en el cenit y 45 grados de temperatura no restó entusiasmo a la guía, quien dejó una sombra a unos cientos metros cuando llegaron dos turistas, y caminó con ellos varios kilómetros sobre piedras y arena para mostrarles el lugar.
En esa pequeña reserva, de reciente data como punto turístico, el recorrido se puede hacer en vehículo, bicicleta o a pie, por una tarifa de tres pesos por persona.
En Talampaya, que cuenta con la infraestructura de Parques Nacionales, el área turística está concesionada y tiene varios recorridos que varían de 13 a 24 pesos según la distancia, y se hace sólo en los vehículos de la empresa, con chofer y guía.
El día de la visita, un sofocante viento zonda elevaba la temperatura aun bajo las habitualmente frescas sombras del desierto, por lo que el retorno --al mediodía-- pareció un poco apresurado por la guía.
Las promesas de hacer nuevas paradas para observación al volver por el cañón quedaron en la nada y los visitantes debieron conformarse con efímeras detenciones de la combi para tomar fotos.
El Valle de la Luna, en San Juan, donde el recorrido se puede hacer en vehículo propio o de los guías, con paradas para observación y explicación, fue la mayor decepción en este aspecto.
La oficina de Turismo provincial informó que el último paseo partía a las 18, pero los guías del Valle aseguraron que era a las 17, por lo que apuraron al grupo de turistas --argentinos y extranjeros-- a iniciar la recorrida.
Pero lo más sorprendente fue que se les comunicó que el paseo sería más corto, porque en la caravana --dos coches, una combi y una moto-- había gente que estaba "apurada".
Se trataba de un grupo de jóvenes en una combi, con un hombre que la conducida, quien era conocido de los guías o había hecho amistad allí, a tal punto que en las paradas era él quien pedía continuar el trayecto cuando lo consideraba oportuno.
La situación incomodó a los turistas, quienes le recordaron el largo camino que hicieron y que pagaron por un tour completo, por lo que anunciaron su intención de dejar una queja formal.
Entonces el guía aceptó concluir la visita rápida con sus "amigos" e indicó a los demás que podían tomarse el tiempo que quisieran para observar o sacar fotos, y regresar solos, ya que era imposible extraviarse en el camino.
Ninguno de los turistas pudo ver algunos lugares que figuran en los folletos, como la Cancha de Bochas o El Gusano, ya sea porque el paseo fue más corto de lo promocionado o porque pasaron cerca sin saber que allí estaban, ya que no tuvieron guía (Télam).