El eslabón perdido del tango
El tango fue payada antes que tango. Así fue, aunque no muchos lo recuerden.
Hechos y palabras lo confirman:
El inicial payador Arturo Mathon (1887-1933) adaptó su música y sus letras al tango y Francisco N. Bianco (1887-1960) conocido en el arte de la payada como "Pancho Cueva" se convirtió en vocalista de las orquestas típicas de Eduardo Arolas y Roberto Firpo.
Nemesio Trejo (1862-1916) abordó el tango primitivo con versos intencionados, de interés nocturno en las casas de alegría turbia. Pero surgió también con esa milonga la danza que introduce en estos escenarios la figura coreográfica de la pareja abrasada.
Que ese tango preliminar haya formado parte del repertorio payadoril dan fe las palabras de enojo de Gabino Ezeiza (1858-1916), el notable payador que no eludió el verso lunfardesco pero censuró acremente el auge del género con una observación recogida, en vivo, un día de 1915, por el bahiense Carlos Marambio Catán (1895-1973): "El tango es una caricatura de la música y su literatura, de origen bastardo y sucio. Usted debe cantar lo nuestro, no ese invento de los advenedizos que nos quieren imponer sus demoníacas costumbres y vicios.
"¡No haga eso, joven! ¡No ensucie su actuación con semejante profanación del arte y del buen gusto!"
A. J. Pérez Amuchastegui en Mentalidades argentinas (1965), dijo de otro célebre, José Betinoti (1878-1915), que allí estaba "con `milongas' tan famosas como Pobre mi madre querida, génesis de los muchos tangos tristones posteriores que recuerdan las penurias de `la vieja'".
Y tal vez sea Betinoti el caso más paradigmático de ese surgimiento tanguero. Su fama que había brotado de las rimas vertidas al azar de una improvisación --de un apretado "contrapunto" con algún otro retrucador, como el oriental Arturo de Nava--, le permitió arrimarse al cantar ciudadano a través de los ayes y las lágrimas sentimentales o los soles ficticios concedidos por el alcohol.
Todo hace suponer que Betinoti, como amigo que era de nuestro "Zorzal" criollo, dejó su huella interpretativa en el primer Gardel, quien hacia 1913 inauguró su carrera discográfica con una forma de encarar la canción de Buenos Aires más orillera que campesina, aprendida inevitablemente de los "payadores urbanos".
Cartas de origen
La payada, nacida en el espacio abierto de la llanura pampeana y en las enramadas aledañas a Buenos Aires, encuentra su esencia en la superación imaginativa de los bandos enfrentados, a la vez músicos y poetas, que rivalizan en viveza de espíritu, destreza y rapidez en el mutuo retrucar.
El arte payadoril forjó su canto con las sonoridades de la Cifra, que la recientemente fallecida musicóloga Isabel Aretz describió como la manifestación de ágiles rasgueos alternando con los "recitativos" del cantor que se acompañaba con punteos, acordes y trémolos de la guitarra.
Los temas de la Cifra eran --en tiempos de gestación-- varios, desde la sangre derramada en las batallas de la Independencia hasta los problemas del diario vivir en el inhóspito hábitat campestre.
Esta forma musical, que a su vez tenía su deuda con el "Triste" y el "Estilo" pampeanos, sufrió paulatinos cambios como lo consignan J. Wilkes y Guerrero Cárpena y se fue transformando en lo que se llamó "Milonga" --término que para los negros angolas quería decir "palabras"-- y muchos de los payadores pasaron a llamarse "milongueros".
La vecindad con el elemento orillero de la gran ciudad provocó entonces el nacimiento de una nueva estirpe de payadores pudiendo establecerse una diferenciación entre el "payador rural" encaramado en la experiencia de la poesía gauchesca y el "payador urbano", directo antecesor del cantor arrabalero con la milonga, dando origen a nuestro incipiente tango.
Como lo afirma Vicente Rossi en Cosas de negros (1926): "la payada ingenua de los fogones pastoriles... se convirtió en la milonga de los fogones milicos y los tugurios ciudadanos".
De la pampa al empedrado
El payador, claro, no fue el mismo bajo los cielos urbanos:
Se despidió del "chiripá" y de las bombachas y asumió un destino profesional, y de ser el simple juglar se ocupó en el quehacer de un espectáculo de masas.
El mundo rioplatense también mutaba. La inmigración europea y la emigración rural hacia las grandes urbes, impactaba con voces contradictorias como las nostalgias y costumbres de sus amos, forzados a una convivencia marginal.
El campo y la llanura seguían cercanos a los conventillos y rincones más oscuros de la ciudad.
Existía una realidad poderosa e inédita que imponía paulatinamente sus invisibles leyes en seres y ambientes, retocando y alterando para siempre la herencia recibida de los antiguos payadores.
Edgard Mauger de la Branniere/Especial para "La Nueva Provincia"