Tras el triunfo, Kirchner decidió que no modificará la estrategia económica
En su primera aparición pública tras las elecciones, Néstor Kirchner no fue demasiado explícito para referirse a la nueva etapa de gobierno que se avecina. En realidad, sólo utilizó dos palabras con el objetivo de describir el futuro de la política económica: "keynesiana y heterodoxa", dijo. No dio mayores detalles sobre medidas en carpeta, qué pasará con las tarifas, cuál será el futuro de la relación con el Fondo Monetario Internacional o de qué manera se pondrá en caja el gasto público, desbordado en los meses anteriores a las elecciones.
Al menos una cosa quedó bien clara: los comicios quedaron atrás y el presidente optó por no variar el libreto en materia de política económica, basada en un dólar alto y elevada recaudación apoyada en impuestos distorsivos para mantener un también importante superávit fiscal.
Los mercados fueron fiel reflejo de esta incertidumbre post-electoral, aunque se mezcló también con un clima internacional enrarecido. La principal novedad de la semana que pasó fue que la suba del dólar por encima de los 3 pesos desató importantes coberturas por parte de bancos y empresas, que quieren tener sus balances ordenados para fin de año y buscan evitar sorpresas. Para el público, vale la pena resaltarlo, este fortalecimiento de la divisa pasó prácticamente inadvertido.
En el Banco Central se preocuparon, hacia mediados de la semana, por dejar en claro que la cotización ya llegó a un techo y no es intención oficial que supere los niveles observados en las últimas jornadas. Por eso, salió sigilosamente a vender dólares en el mercado a futuro a un valor inferior a 3,03 pesos. Se supone que a mediados de noviembre reaparecerán las liquidaciones de los exportadores y ese aumento de la demanda lo llevará nuevamente al rango de 2,95 a 3 pesos.
Claro que este fortalecimiento no se dio sólo en la plaza local. Prácticamente en todos los mercados emergentes hubo caída en el precio de las acciones, los bonos y las monedas locales. La suba de las tasas en los Estados Unidos está provocando que los inversores privilegien alternativas seguras que ahora ofrecen más rendimientos, como los tradicionales bonos del Tesoro de aquel país.
Ante un contexto algo más complicado a nivel internacional, el mensaje del presidente fue breve, pero claro: no habrá cambios en la estrategia económica. La alusión a una "política keynesiana" apunta, justamente, a mantener un rol activo del Estado para alentar la actividad. Este papel será especialmente importante a la hora de acompañar la inversión energética, ante la reticencia del sector privado por el congelamiento tarifario y reglas de juego aún poco claras.
La ampliación de la capacidad de energía es central, porque existen casos de grandes empresas que no quieren ampliarse o instalar fábricas ante la imposibilidad de asegurarse, por ejemplo, el suministro de gas adecuado. Noticias como la caída en la producción petrolera de más del 3,5% en los nueve primeros meses del año (en un país que, por el contrario, está creciendo a niveles cercanos al 9% anual) demuestra la gravedad de la situación. Esto se da, además, en el marco de altos precios internacionales que, en teoría, deberían alentar la producción.
La referencia a la "heterodoxia" ya es bastante más difícil de encuadrar. Sí está claro cuál sería el camino de la ortodoxia, que el presidente no desea transitar. Por ejemplo, negarse a subir las tasas de interés, dejar caer al dólar o desalentar la emisión monetaria para domar la inflación, remedios clásicos ante el recalentamiento.
De todas maneras, el discurso presidencial muchas veces se choca con lo que efectivamente decide el gobierno. Por ejemplo, fustigar al FMI puede enmarcarse dentro de la heterodoxia, pero pagar puntualmente todos los vencimientos es claramente ortodoxo. O apostar a la atracción de inversiones para incrementar la capacidad instalada, como fórmula para responder al incremento de la demanda, también se encuadra dentro de las alternativas clásicas.
Pero, más allá de la decisión de mantener la línea de los últimos dos años y medio, el equipo económico y la Casa Rosada no podrán eludir definiciones o, al menos, dar señales claras en una serie de temas que no serán de fácil resolución, a saber:
* Cómo se controlará el gasto: Roberto Lavagna salió públicamente a señalar la necesidad de contenerlo. Pero no depende sólo de una definición ministerial, sino de una decisión política. Por lo pronto, ya salió a descartar un nuevo Plan Navidad, que en diciembre pasado costó 3.000 millones de pesos y un fuerte traslado inflacionario para principios de 2005. Claro que la necesidad de mantener elevado el nivel de erogaciones en obra pública y las demandas salariales que se esperan para el sector público en 2006 ponen en zona de riesgo el alto superávit que muestran las cuentas públicas.
* Cuál es el plan de financiamiento: el año próximo vencen 18.000 millones de dólares entre capital e intereses y no está claro cuál es la estrategia para cubrir semejante monto. Por lo pronto, el mercado luce más complicado para la colocación de deuda, como quedó demostrado en la licitación de Boden 2015 de la última semana, cuando el Palacio de Hacienda debió recurrir a Venezuela y a Santa Cruz para conseguir 600 millones de dólares.
* Qué pasará con el FMI: está cada vez más claro que, por el motivo anterior, será muy difícil prescindir de un acuerdo con el organismo que permita refinanciar vencimientos en 2006 y 2007. Nuevamente, el único obstáculo puede pasar por la intención política que tengan en la Casa Rosada. El hecho de haber dejado atrás los comicios y la necesidad de un encendido discurso electoral permitirían negociar con más tranquilidad.
* Cómo se controlará más efectivamente la inflación: la explicación de la suba inflacionaria por un "reacomodamiento de precios relativos" muestra al gobierno impotente para luchar contra este fenómeno, que sumerge a miles de argentinos, mes a mes, en la pobreza a pesar de niveles altos de crecimiento. Sigue sin haber una estrategia definida. Lo único esbozado hasta ahora, pero con timidez, es la necesidad de mantener bajo control el gasto público. Por el lado monetario, no habría cambios y seguiría la emisión de pesos (con la necesidad ulterior de absorberlos) para mantener al dólar en 3 pesos. Mientras tanto, se impulsa una suerte de "pacto social" entre sindicalistas y empresarios.
* Qué pasa con las conocidas asignaturas pendientes: tarifas, bonistas que no entraron en el canje, reforma impositiva son los principales reclamos que esbozará el FMI para alcanzar un nuevo acuerdo. Pero, pese a que se trata de temas que ya llevan años de arrastre, aún no cuentan con una estrategia oficial definida para despejar las incógnitas que pesan, y mucho, en el ánimo inversor.
Con un importante capital político propio, Kirchner deberá definir ahora si deja que un cóctel de suerte internacional (sobre todo con precios altos para las materias primas), envión local y una pizca de complacencia de los organismos multilaterales permita que la Argentina siga en la senda de crecimiento hasta 2007, envión suficiente para llegar a las próximas elecciones. El peligro es perderse una nueva oportunidad para introducir cambios en el esquema productivo y asegurar un crecimiento sustentable como logró Chile. No sería, por otra parte, ni la primera ni la última vez que esto ocurre.