Bahía Blanca | Miércoles, 16 de julio

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Un enigma más allá de la moda

"Un cuerpo sin tatuajes es un cuerpo estúpido", reza un antiguo proverbio polinesio. De su interpretación se desprende el carácter decorativo que tenía la antigua práctica, compartida por muchos pueblos del mundo. En efecto, tanto los rituales religiosos como los ritos de iniciación incluían los dibujos pintados en los cuerpos, no sólo como un derecho individual, sino también como una obligación social.


 "Un cuerpo sin tatuajes es un cuerpo estúpido", reza un antiguo proverbio polinesio.


 De su interpretación se desprende el carácter decorativo que tenía la antigua práctica, compartida por muchos pueblos del mundo.


 En efecto, tanto los rituales religiosos como los ritos de iniciación incluían los dibujos pintados en los cuerpos, no sólo como un derecho individual, sino también como una obligación social.


 Ubicado sobre la piel, el órgano que separa el mundo interno del externo, el tatuaje es un mensaje.


 "Siempre nos dice algo", sostiene la licenciada Rosa Petronacci de Hacker, psicoanalista en función didáctica de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), especializada en niñez y adolescencia e investigadora del tema.


 "Así como las mujeres egipcias se tatuaban para comunicar que estaban embarazadas, nuestros onas lo hacían para dar cuenta del dolor físico que les provocaba la muerte de un ser querido", acota.


 Lo común, en ambos casos, era la convención tribal o familiar.


 Tenía un carácter identificatorio y grupal.


 No era algo individual como ocurre ahora.


 "Encontramos el tatuaje en los pueblos primitivos, los delincuentes y las clases bajas de la sociedad (marineros, soldados, obreros, presos y prostitutas). Fue un estigma que se asoció con la marginalidad y la violencia", sostiene la entrevistada en un trabajo titulado Tatuaje, escenario de la violencia, co-escrito con la licenciada Noemí Hartman de Ganapol.


 Ambas coinciden en que la práctica de pintarse la piel ha retornado en estos tiempos de profundos cambios culturales, económicos y políticos, donde prevalecen las actitudes individualistas, lo sensorial y lo inmediato y cuando la imagen reemplaza a la palabra y la acción, al pensamiento.

Apropiarse del cuerpo. Entre los tres y los cinco años, los niños sienten fascinación por pintarse brazos, manos y piernas.
"Lo hacen para sentir que el cuerpo es de ellos, para apropiarse de él. Están en una etapa de mucha exhibición, quieren ser el centro y les gusta ser mirados", reconoce Hacker.





 Más adelante, en la adolescencia, cuando los cambios corporales que vivencian los jóvenes dan origen a una reorganización psíquica en busca de su propia identidad, es común que utilicen la piel de las manos para anotar números telefónicos o para escribir un machete.


 También pueden hacerse pintar un dibujo o colocarse una figura autoadhesiva.


 No obstante, pasado un tiempo, es común que se limpien las partes manchadas o despeguen lo fijado.


 No se hacen daño.


 En cambio, lo agresivo, doloroso, costoso y enigmático es el tatuaje profundo que no se borra y pasa a formar parte del cuerpo, una práctica a la que algunos adolescentes se someten con la excusa de aceptar un mandato de la moda.


 A propósito de este "revival", el filósofo francés Foucault sostuvo en 1989: "El cuerpo está directamente inmerso en un campo político, las relaciones de poder operan, sobre él, una presión inmediata; lo cercan, lo marcan, lo doman, lo someten a un suplicio, lo fuerzan a algunos trabajos, lo obligan a ceremonias, exigen de él signos" (...)


 De allí derivaría una interpretación del ingreso del tatuaje a la moda y de la repercusión de la violencia del mundo en los cuerpos.

De la autoagresión al clamor. Aunque sólo entre el 10 y el 15 por ciento de los adolescentes se tatúa, desde la mirada psicoanalítica, siempre hay una historia para escuchar.




 "La piel constituye un importante papel en el conformación del sentimiento de identidad (...). La búsqueda de identidad genera un proceso de progresiones y regresiones. Los tatuajes, marcas identificatorias, se relacionan con esta búsqueda", sostienen las autoras del citado trabajo.


 Si bien no se pueden hacer generalizaciones, ya que para cada adolescente que se tatúa, la incentivación tiene un significado que tiene que ver con su propia historia, existiría una necesidad imperiosa de ponerse una marca mientras están buscando su lugar en el mundo.


 "En una sociedad donde todo es efímero, el tatuaje daría la ilusión de eternidad", afirman las especialistas.


 "Si uno les pregunta por qué se tatúan, ellos contestan: porque es lindo, porque quise o porque el cuerpo es mío. Ya encontrar el significado para ese adolescente no es fácil. Se resguardan en el uniformismo, un mecanismo de defensa que anula las diferencias. Así, estando todos iguales, se sienten más protegidos. Entonces, el significado es inconsciente y la excusa, la moda", manifiesta la licenciada Hacker.


 Sin embargo, admite que el tatuaje habla de otras cuestiones.


 Porque no es lo mismo pintarse o hacerse un tatuaje que se borra a agredirse con uno más profundo.


 El problema es que uno de cada cuatro adolescentes tatuados después se arrepiente y tienen que acudir al dermatólogo para resolver la situación.


 "Destatuarse cuesta diez veces más que tatuarse. El láser ayuda, pero la piel queda alterada y el dolor es muy intenso", sostienen las psicólogas.


 Más allá de la reversión o no del daño epidérmico, las profesionales entrevistadas afirman que "el objeto tatuaje trae anuncio de lo que el adolescente no puede tramitar".


 Por lo tanto, detrás de cada tatuaje agresivo, hay un adolescente que busca ser mirado, reconocido, aceptado y contenido.


  Parafraseando al viejo proverbio polinesio, podríamos decir que un cuerpo con tatuajes es un alma que clama.

Opinión

No olvidarse del futuro






 Los tatuajes son dibujos que se inmortalizan en el cuerpo y, en general, siempre tienen algún significado.


 Aunque en la actualidad son muy empleados, son casi tan antiguos como la humanidad, ya que se los han encontrado hasta en momias egipcias.


 Hoy en día llevar el cuerpo tatuado en los lugares más inverosímiles para muchas personas --en particular jóvenes-- constituye una señal de estar a la moda.


 Esto marca tendencias, pero no advierte de posibles consecuencias, pudiéndose transformar, en el futuro, en un serio disgusto para la salud.


 El tatuaje, una vez realizado, constituye una huella indeleble.


 Su dibujo tiende a difuminarse y deja de ser tan bonito y preciso con el paso del tiempo y, en ciertos casos, llega a ser un problema para la inserción de tipo social o laboral.


 Con frecuencia presenta complicaciones, tales como infecciones por el empleo de técnicas no estériles que pueden llevar aparejado el ingreso de bacterias o virus como la hepatitis B (que puede causar hepatitis crónica y cáncer hepático), hepatitis C, el HIV (el virus del sida).


 También puede originar cicatrices gruesas (queloides), reacciones alérgicas que clínicamente presentan lesiones escamosas, costrosas y con picazón por tintes y pigmentos.


 Es común el efecto del sulfato rojo de mercurio (que da el color rojo), metales como níquel o cromo en tatuajes de color verde, el cadmio para el color amarillo.


 También pueden afectar los colores como el blanco o el beige que llevan en su composición el óxido de titanio y de zinc, etc.


 En la práctica, quitarse un tatuaje suele resultar más oneroso que hacérselo.


 Hay soluciones como la cirugía, que deja una cicatriz lineal. El empleo del láser puede ser una alternativa para disimularlos, pero suele ser costoso y no garantiza una salida totalmente efectiva.


 Existe la información. Es fácil reflexionar y pensar, una vez más, en la salud futura y no en creerse que "a mí no me va a pasar" en el momento de realizarse un tatuaje.


 ¿Pueden más los condicionamientos sociales que la realidad?


 Esta es una buena pregunta tratando de encontrar una respuesta coherente...




 María I. Caferri de Paoloni, autora de este comentario, es especialista en dermatología.